Ese día empezó como cualquier otro, pero terminó siendo de todo menos normal.
Me desperté con el sonido del despertador, ese pitido molesto que siempre parece sonar demasiado pronto. Olivia, mi hija de cinco años, todavía dormía profundamente en su cama, rodeada de sus peluches favoritos. La miré por un momento, sintiendo un nudo en el estómago, ese que siempre aparecía cuando pensaba en lo mucho que mi hija dependía de mí y yo de ella, sin ella mis días no eran nada.
Empezaba mi trabajo en LuxeCorp, un trabajo que no era solo era una oportunidad para mí, era una oportunidad para nosotras dos. Así que me levanté con la mejor actitud posible, me vestí con el traje que había comprado especialmente para la ocasión y preparé el desayuno para Olivia antes de que la niñera llegara. Terminé todo y corrí al cuarto para terminar de arreglarme. Al salir de la habitación la encontré sentada en la sala con el cereal en su mano y su rostro adormilado.
—Mamá, ¿hoy es el día que vas a conocer al hombre de los edificios altos? —preguntó mientras comía sus cereales, con esa curiosidad infantil que siempre me sorprendía.
—Sí, cariño —respondí con una sonrisa, tomando mi taza de café y sentándome frente a ella —Hoy empiezo mi nuevo trabajo.
—Entonces necesitas esto —dijo, corriendo hacia su habitación y regresando con un dibujo que había hecho la noche anterior. Era un garabato de colores con una mujer sonriente, que suponía era yo y un hombre alto con una sonrisa en el rostro y una corbata de arcoiris (Alexander Monroe, según Olivia). En la parte superior, con letras torcidas, decía: "Para el mejor jefe de mamá". —Es para que no se olvide de sonreír —explicó Olivia, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Tomé el dibujo y lo guardé en mi bolso, sintiendo cómo ese pequeño trozo de papel me daba un poco de valor. No podía fallar, no podía darme el lujo de fallar. Apenas llegó la niñera me despedí con un abrazo de mi motor y partí rumbo a las oficinas.
El edificio de LuxeCorp era imponente, un rascacielos de cristal tan grande, que solo verlo hacía que me diera vértigo, mi lugar de trabajo era en el último piso. Entré por las puertas giratorias y me encontré con un vestíbulo que parecía sacado de una película, pisos brillantes, lámparas lujosas que colgaban del techo, y gente trajeada caminando de un lado a otro. Me dirigí a la recepción, donde una mujer con una sonrisa cálida me recibió.
—Hola, soy Emma Carter. Es mi primer día —dije, tratando de sonar segura, aunque mi voz tembló un poco al final.
—Ah, sí. La nueva asistente del señor Monroe —respondió, mirándome por encima de sus gafas —Toma este pase y ve al último piso. Él te está esperando. —Asentí y corrí hacia la enorme sección de ascensores, solo uno iba hasta el último piso.
Alexander Monroe no era el tipo de hombre que se conformaba con menos que el último piso de su torre, era la cabeza de la empresa y como tal, mandaba desde lo alto. Cuando las puertas del ascensor se cerraron detrás de mí, me di cuenta de que estaba aguantando el aire, lo solté lentamente y me obligué a relajarme, no podía llegar frente a aquel hombre toda tensa, nerviosa y sudando, necesitaba dar una buena impresión.
Con un suave sonido, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron dando a un pasillo espacioso, decorado únicamente por una fotografía gigante en blanco y negro de la ciudad, cosa que contrastaba con las paredes blancas. Al final del pasillo, una puerta de madera oscura con una placa que decía "Alexander Monroe, CEO" me esperaba.
Me acerqué lentamente, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba con cada paso que daba. Antes de tocar la puerta, me ajusté el traje y me aseguré de que mi pelo estuviera en su lugar. Llamé suavemente.
—Adelante —escuché su voz desde el otro lado. Una voz ronca y varonil que me hizo estremecer.
Abrí la puerta y entré en una oficina que parecía más bien una suite de lujo. La habitación era enorme, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Había un escritorio de madera oscura en el centro, rodeado de estanterías llenas de libros y objetos que parecían carísimos, y de pie, frente a las ventanas, estaba él, Alexander Monroe.
En las fotos que había visto, Alexander parecía un hombre agradable, con una sonrisa perfecta, pero en persona era… diferente. Vestido con un traje hecho a medida y una presencia que llenaba la habitación y eso que aun no le había visto el rostro. Cuando se dio la vuelta lentamente sentí que la baba me iba a caer, sus ojos grises se posaron en mí. No sonrió. No hizo ningún gesto de bienvenida. Simplemente me miró, como si estuviera evaluando cada detalle de mi apariencia.
—Eres la nueva asistente —murmuró con una voz tan fría como su mirada.
—Sí, señor Monroe, soy Emma Carter, su nueva asistente —respondí, tratando de mantener la calma.
—No esperes que te lleve de la mano, Emma —continuó él, caminando hacia su escritorio —Aquí se trabaja a mi paso, con mis reglas. Si no puedes con la presión, mejor vete de una vez. —Sus palabras fueron como un puño en el estómago.
No era que no estuviera acostumbrada a los jefes difíciles,pero aquellas palabras parecían más una amenaza, tuve que respirar profundo y obligarme a mantener la compostura.
—Entiendo, señor Monroe. Estoy aquí para trabajar, he trabajado bajo presión, no tiene que preocuparse. —dije tratando de sonar segura.
—Bien —respondió él, sentándose en su silla y abriendo una carpeta —Tu escritorio está afuera. Sarah, mi antigua asistente, te dejará una lista de tareas. No me gusta repetir las cosas, así que presta atención. —Asentí y salí de la oficina, sintiendo su mirada en mi espalda.