Mi jornada había comenzado incluso antes de que el sol apareciera en el horizonte, sentía mi energía drenada por completo, arrastrando los pies, inicié mi rutina diaria. Mientras intentaba domar mi cabello en un moño improvisado frente al espejo del baño, Olivia correteaba por el pequeño apartamento con una energía envidiable, su batería no se agotaba jamás.
—Mami, ¿ya le diste mi dibujo al señor serio? —preguntó en un grito desde el comedor, con la boca llena de cereal. —Suspiré ajustando las tiras de los zapatos con rapidez.
—No hables con la boca llena ni grites a esta hora, nos correrán del apartamento. —Regañé, antes de responder su pregunta, —No tuve la oportunidad, cielo, apenas y tuve tiempo de presentarme antes de que me lanzaran un millón de cosas por hacer.
—Eso es porque los jefes son así, siempre tienen muchas cosas que hacer y nunca sonríen. —arrugó la nariz, como si lo supiera de primera mano —¿Pero lo vas a poner en su escritorio, verdad? —Me quedé observándola con ternura mientras revisaba la lonchera que pondría en su mochila.
—Veré qué puedo hacer, pero no prometo nada. El señor Monroe no parece del tipo de persona que tenga tiempo para dibujos de colores. —Olivia dejó caer la cuchara en el tazón con dramatismo.
—¡Eso es porque nadie le ha dado uno! —rodé los ojos mientras me aseguraba de que mi hija estuviera lista para la escuela.
Aunque era pequeña, Olivia tenía una opinión sobre absolutamente todo, no tenía reparos en decir lo que pensaba, y por algún motivo, había decidido que Alexander Monroe necesitaba urgentemente un poco de color en su vida, no estaba tan errada del todo, pero era algo que no pensaba decirle.
Cuando por fin logramos salir del departamento y tomar un taxi, sentí el cansancio acumulado, y apenas estaba iniciando el dia, la noche anterior me había quedado despierta repasando los archivos que me dieron en LuxeCorp, intentando memorizar detalles importantes sobre la empresa, los socios clave, los próximos eventos y los horarios imposibles de Alexander, todo aquello me había llevado la mayor parte de la noche.
El hombre vivía al límite, con una agenda estrictamente planificada. Citas, reuniones, llamadas, decisiones. No había un solo espacio para respirar en su día a día, y, de alguna manera, el condenado esperaba que me adaptara al mismo ritmo sin pestañear.
"Si quiere a alguien eficiente la tendrá, posiblemente también tendrá a alguien con un serio problema de estrés, pero algo es algo", pensé mientras besaba a Olivia en la frente y la veía entrar a la escuela con una sonrisa.
LuxeCorp me recibió con su ambiente elegante y ajetreado, desde la recepción hasta los ascensores, todos caminaban con prisa, con sus miradas enfocadas en sus propios asuntos, negué con la cabeza sabiendo que en pocos minutos sería yo quien estaría corriendo de un lado a otro y me apresuré a subir al piso treinta y cinco, donde la oficina de Alexander se encontraba y ya estaba en plena actividad.
Sarah, me recibió con una pila de documentos y una lista de tareas que parecía infinita.
—Buenos días, Emma. Necesito que revises estos contratos antes del mediodía, programes la reunión con los inversionistas de Nueva York, verifiques los cambios en el itinerario del señor Monroe y... oh, aquí tienes su café. —Parpadeé desubicada al recibir la taza de café negro, humeante y fuerte.
—¿Tengo que llevarle café? —Sarah me miró con una sonrisa divertida.
—Es parte del trabajo. Alexander odia perder tiempo, así que si llegas con su café y el informe actualizado, lo considera algo muy eficiente. —Hice una mueca mal disimulada de fastidio, pero rápidamente la convertí en una sonrisa, con la taza en una mano y los documentos en la otra, crucé el pasillo hacia la oficina de Alexander.
Golpeé la puerta con la punta del pie un par de veces, al ver que mi esfuerzo se quedó sin respuesta decidí abrir con cautela y encontré al hombre en cuestión inclinado sobre su escritorio, revisando la pantalla de su computadora con absoluta concentración.
—Señor Monroe, aquí tiene su café y el informe actualizado sobre los cambios en su itinerario. —Alexander levantó la vista por un breve instante, tomó la taza sin decir una sola palabra y volvió a sumergirse en su trabajo. Fruncí el ceño intentando pasar por algo su odiosa actitud. —También organicé la reunión con los inversionistas de Nueva York para la próxima semana, como fue solicitada.
—Bien. —Su respuesta fue seca, pero al menos había abierto la boca para contestar.
Me quedé un momento frente al escritorio, mirando todo a mi alrededor, esperando alguna otra instrucción, pero el silencio se alargó hasta que se hizo evidente que no tenía intención de decir nada más.
—Estaré en mi escritorio por si necesita algo.
—Mmm. —Con un suspiro salí de la oficina, sintiendo que hablar con Alexander Monroe era como intentar conversar con una roca.
Las siguientes horas fueron un desmadre de llamadas, documentos por revisar, correos electrónicos que requerían respuestas inmediatas y un sinfín de pequeñas tareas que parecían no tener fin. Por un momento, me pregunté cómo demonios había sobrevivido la asistente anterior.
A la hora del almuerzo, apenas tuve tiempo de morder un bocadillo antes de que Sarah me pasara otra pila de informes.