Desde que entré a trabajar en LuxeCorp, mi vida se convirtió en una carrera de obstáculos que parecía no tener fin, entre reuniones eternas, órdenes frías de Alexander Monroe, el hombre cuyo rostro podría hacerle competencia a una estatua de mármol, no sólo por su belleza sino por su expresión de pocos amigos, y tareas que parecían multiplicarse como por arte de magia. Pero nada, nada, me había preparado para lo que estaba por pasar aquel día.
Caminaba por el pasillo con mis tacones más elegantes, esos que hacían ruido en el piso de mármol mientras avanzaba hacia la sala de juntas, sosteniendo una carpeta llena de documentos tan gruesa que parecía un escudo blindado, como si eso pudiera protegerme del caos que se avecinaba.
Sabía que esta reunión iba a ser complicada, muchísimo más desde que los accionistas empezaron a hacer llegar a mi escritorio propuestas de “mejora” hacia Alexander, no en la administración, en su calidad humana, Había tanta tensión en el aire que se sentía como una bomba a punto de estallar, el nuevo lema de los empleados: "caminen en puntitas o mueran" como si un solo paso en falso pudiera hacer explotar todo.
Y en el centro de esa bomba imposible de desactivar estaba él.
Alexander Monroe.
El jefe supremo, el hombre que podía fulminarte con la mirada y que tenía la paciencia más corta que la mecha de una vela de cumpleaños.
Se encontraba sentado en la cabecera de la mesa de conferencias, con su porte serio e impecable, y esa expresión agria en su rostro que hacía que cualquiera reconsiderara sus decisiones de vida y la mirada que nunca sabías si significaba "¿por qué no están a mi nivel de excelencia?" “estoy escuchando” “sal de mi vista o muere” o “te voy a despedir en cinco segundos"
Los ejecutivos ya estaban en sus lugares, listos para presentar sus ideas. Yo, como buena asistente, debía sentarme en mi rinconcito, tomar notas y asegurarme de que el señor Monroe tuviera todo a su gusto.
Pero ese día… Ese día no iba a ser un día normal.
—Bien, comencemos —dijo Alexander con un tono de voz tan frío que podía congelar el café caliente servido frente a él. —Quiero escuchar avances sobre la campaña de imagen pública. —Uno de los ejecutivos, el que parecía el más veterano, con canas en su cabeza y un traje que gritaba “tengo una hipoteca millonaria", carraspeó antes de hablar.
—Estamos trabajando en estrategias para mejorar la percepción de la empresa y, en especial, su imagen, señor Monroe. Como mencionamos anteriormente, la percepción pública es que LuxeCorp es una compañía exitosa pero demasiado distante. Queremos acercarnos más a la gente en general. —Alexander entrelazó los dedos y los miró como si estuviera esperando algo realmente brillante.
—¿Cuál es la propuesta? —Una ejecutiva se acomodó los lentes con nerviosismo.
—Pensamos en mostrar un lado más humano, tal como se lo comentamos en la reunión anterior, tal vez algunas apariciones en redes sociales, posiblemente unas entrevistas informales donde se le vea interactuar con los empleados, compartir anécdotas, incluso mostrar aspectos más personales. —Alexander enarcó una ceja.
—No pienso exponer mi vida personal en redes sociales. —El silencio en la sala fue tan incómodo que hasta la luz del proyector pareció asustarse. Lo entendía completamente, me parecía ridículo aquello de mostrarlo en redes sociales. —Lo dije una vez y lo repito ahora, no soy un payaso. Piensen en algo serio.
—Entendemos su postura, señor Monroe —intervino otro ejecutivo con una sonrisa inquieta, una sonrisa de esas que dicen “por favor, no nos mates” —pero lo que intentamos decir es que, creemos que al menos deberíamos mostrar una imagen más accesible. sin comprometer su privacidad. —Alexander soltó un suspiro pesado, se notaba agotado de la conversación y su mirada solo decía, estoy rodeado de incompetentes.
—Si la empresa ya es exitosa, ¿por qué cambiar algo? —Y ahí se hizo el silencio otra vez. La pregunta se quedó suspendida en el aire como una bomba a punto de explotar, hasta que, para sorpresa de todos, incluyéndome a mí misma, mi boca se movió por sí sola.
—Porque la perfección no siempre significa cercanía. —Y… mierda. Lo había dicho en voz alta.
Todas las miradas se giraron hacia mí como si acabara de invocar a un demonio en latín, o si hubiera soltado una bomba en pleno campo de batalla. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, pero ya era demasiado tarde para arrepentirme. Alexander clavó su mirada en mí, como si intentara performar mi alma.
—Explíquese, señorita Evans. —Tragué saliva y me aclaré la garganta, ya estaba metida en eso, así que mejor lo decía con confianza.
—Con todo respeto, señor Monroe, LuxeCorp es una de las empresas más poderosas del sector, pero también tiene una imagen fría, inaccesible. Usted mismo impone respeto, pero también distancia, y hoy en día, la gente no solo compra productos o servicios, compra historias, compra emociones. Quiere conectar. —Alexander no dijo nada por unos minutos, solo me miró fijamente. Luego, inclinó ligeramente la cabeza y pronunció las palabras más inesperadas del día
—Es interesante escuchar su perspectiva, señorita Evans. ¿Cuál sería su solución? —Su pregunta me tomó por sorpresa. No esperaba que me pidiera una respuesta concreta, trague saliva antes de responder.