Mi día comenzó como cualquier igual que los demás, con mi agenda perfectamente organizada, un montón de reuniones y una montaña de informes esperando sobre mi escritorio que parecían no tener fin. Para mí, cada mañana en LuxeCorp debía ser una rutina perfecta donde todo estuviera bajo control, cada movimiento que daba estaba fríamente calculado para evitar pérdidas de tiempo innecesarias.
Lo que no estaba en mis planes era que una niña de cinco años decidiera que ese día iba a tomar el mando de la empresa. Si alguien me hubiera dicho que aquel día mi oficina sería invadida por una niña de cinco años que se autoproclamaría como "la nueva jefa", probablemente lo habría considerado una broma absurda.
Caminaba hacia mi oficina, repasando mentalmente los puntos clave de la reunión financiera, cuando mi asistente,Emma, me interceptó con la eficiencia de siempre.
—Señor Monroe, tiene una reunión con el equipo financiero en veinte minutos, luego el almuerzo con los inversionistas japoneses ha sido confirmado para la una.
—Bien —asentí sin disminuir el paso —Asegúrese de que todo esté preparado para la reunión.
Emma asintió y se alejó, se fue por su lado y yo seguí mi camino. Ya tenía en mente los puntos clave que debía tratar en la junta, repasando mentalmente cifras y estrategias, hasta que abrí la puerta de mi oficina… y mi cerebro se detuvo en seco.
Ahí, en mi silla de cuero, con las piernas colgando y un aire de absoluta autoridad, estaba una niña de cabello castaño claro, casi rojizo, con un vestidito azul y zapatillas deportivas, con los pequeños pies balanceándose sin tocar el suelo.
—¡Hola! —saludó con una sonrisa como si no estuviera ocupando el puesto del CEO de LuxeCorp, girando un poco en la silla, como si estuviera inspeccionando su nuevo territorio.
Parpadeé, sintiendo que mi cerebro tardaba más de lo debido en procesar lo que estaba viendo.
—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —La niña me miró con una sonrisa de autosuficiencia.
—Ahora yo soy la jefa. —Eso no estaba en mi manual de crisis. No supe qué me desconcertó más, la audacia con la que lo dijo o el hecho de que lo hiciera con tanta seguridad, como si de verdad lo creyera. Cerré la puerta con calma y me acerqué al escritorio.
—No recuerdo haber autorizado ese cambio ni aprobado ese ascenso.
—Bueno, alguien tenía que hacerlo. Mi mamá dice que trabajas demasiado y que nunca te tomas un descanso. —Fruncí el ceño.
—¿Tu mamá? —Fue entonces cuando algo hizo click en mi cabeza.
—¿Eres la hija de Emma?
—¡Sí! Soy Olivia. —Por supuesto, sólo podía ser ella. Apoyé ambas manos en el escritorio, mirándola con atención.
—¿Dónde está tu mamá?
—Está trabajando. Me trajo aquí porque mi niñera se enfermó y no tenía con quién dejarme. —Suspiré, masajeandome la sien, eso explicaba por qué estaba allí, lo que no explicaba era por qué había decidido instalarse como la dueña de mi oficina.
—Eso explica por qué estás aquí. Lo que no explica es porqué estás en mi silla. —repetí mis pensamientos. Olivia me miró con una sonrisa que dejaba claro que estaba disfrutando aquello como un pequeño demonio travieso.
—Porque si voy a ser la jefa, tengo que sentarme en la mejor silla. —El problema no era solo que esa niña estuviera sentada en mi silla, ni que actuara como si la oficina fuera su nuevo reino. El verdadero problema era que no tenía idea de cómo manejar a una niña de cinco años. Me pasé una mano por el rostro.
—Olivia, necesito que bajes de ahí.
—Mmm… ¿y si no quiero? —Solte el aire lentamente, buscando paciencia en alguna parte de mi ser.
—Entonces tendré que bajarte yo mismo. —Ella me miró cruzando los brazos, desafiante.
—No creo que lo hagas. —Fruncí el ceño.
—¿Ah, no?
—No. Porque mi mamá dice que los jefes tienen que ser pacientes. —No podía creerlo. Esa niña estaba dándome una lección sobre liderazgo dentro de mi propia oficina.
—No soy un jefe paciente.
—Entonces es bueno que yo sea la jefa ahora. —Mi mandíbula se tensó.
—No puedes simplemente decidir que eres la jefa.
—¿Por qué no?
—Porque las empresas no funcionan así.
—¿Cómo funcionan?
—Con trabajo duro y experiencia.
—Mmm… entonces creo que me falta experiencia, pero no trabajo duro. —Me quedé mirándola. ¿Cómo hacía para que todo lo que salía de su pequeña boca sonara tan lógico? No estaba seguro de cómo lo hacía, pero esta niña de cinco años estaba logrando algo que muy pocas personas conseguían, hacerme dudar de mis propias respuestas.
—Está bien —dije, cediendo solo un poco —Supongamos que eres la jefa por un momento. ¿Qué harías? —Olivia se enderezó en la silla con una seriedad increíble, parecía estar considerando seriamente la pregunta.
—Primero, haría que todos tuvieran un descanso a la mitad del día.
—¿Para qué?
—Para que no se vuelvan gruñones como tú. —mis labios se fruncieron en una fina linea