La luz del mundo celestial de Eternal siempre fue resplandeciente, como si cada rayo del sol llevará una promesa de pureza infinita. Los vastos campos dorados se extendían hasta donde alcanzaba la vista, ondulando al ritmo de una brisa suave y constante que parecía acariciar cada brizna de hierba. Las montañas nevadas se alzaban imponentes en el horizonte, sus picos destellando como gemas bajo un cielo cristalino. El aire mismo estaba impregnado de un aroma dulce, eterno, como si cada día fuera una eterna primavera. En este santuario de paz y esplendor, la luz que bañaba la tierra no solo iluminaba; infundía vida, vitalidad y propósito en todo lo que tocaba.
En este paraíso sagrado, conviven las tres grandes razas celestiales: los Ángeles, Serafines y Querubines. Unidos por lazos de armonía y equilibrio, vivieron en una paz casi etérea durante milenios, hasta que una oscuridad ominosa invadió su hogar. Era una presencia inquietante y voraz, algo completamente opuesto a todo lo que conocían. Al principio, intentaron entablar conversaciones pacíficas, extendiendo sus manos con la esperanza de evitar el conflicto. Pero estas criaturas sombrías no responden; solo avanzaban, consumiendo con hambre insaciable todo a su paso, arrasando sin piedad.
La paz dio paso a una necesidad implacable de defender su hogar. Así comenzó la Sagrada Cruzada, una guerra justa y devastadora que marcaría el destino de Eternal.
Zakarius, un ángel de alto rango, se convirtió en una leyenda viviente al marchar al frente de sus tropas. Su armadura brillaba como una estrella entre las sombras de la batalla, bañada en un resplandor dorado que atestiguan sus incontables victorias. Su espada, afilada como el rayo y pesada de gloria, resonaba con el eco de enfrentamientos pasados. Desde su nacimiento en una familia noble de baja estirpe, había sido entrenado para este propósito. Para sus compañeros, él era la encarnación de la valentía, la disciplina y el sacrificio. Pero en lo profundo de su ser, una pequeña pero inquietante fisura comenzaba a abrirse: un germen de envidia que lo consumía silenciosamente.
Cada vez que regresaba a la Sacrosanta iglesia, sus ojos se posaban sobre los Querubines. Aquellas criaturas, eternamente jóvenes y despreocupadas, jugaban en los jardines bajo la atenta y protectora mirada de los Serafines. Eran esenciales para la defensa contra el miasma oscuro que traían consigo las huestes malignas el cual consume toda la vida a su paso debido a su pureza mas aun estos mismos eran considerados grandes eruditos y tomaron parte en el diseño de todo tipo desde objetos de uso civil hasta para la guerra.
Sin embargo, vivían sin preocupaciones, apartados de la guerra, mientras ángeles como Zakarius vertían su sangre y su espíritu en el campo de batalla. Si él hubiera nacido en una era de paz, habría sido parte de las grandiosas Olimpiadas Celestiales, eventos legendarios que ahora solo existían en los libros de historia, si bien sabia que mandar a un querubin al frente seria un suicidio para el, no podia dejar de evidiarlos…
Así, el resentimiento crecía dentro de él, como un veneno que corroe lentamente su alma. Cada vez que cruzaba los jardines donde los querubines reían, sentía que la brecha entre su sacrificio y sus deseos de paz se ensanchaba más. Admiraba la pureza despreocupada de sus protegidos, pero también deseaba, con una intensidad cada vez más insoportable, poder vivir esa vida de calma y eternidad. Con el tiempo, su anhelo se transformó en una necesidad dolorosa que amenazaba con consumirlo por completo.
Zakarius nunca expresaba en voz alta esos pensamientos, pero su corazón se llenaba de amargura. Con cada victoria, la satisfacción era menor; con cada herida, el dolor era más profundo. ¿Por qué él, que había dado todo por Eternal, no podía disfrutar de esa paz? ¿Por qué su destino era morir joven, mientras otros vivían despreocupadamente durante siglos?
A medida que los años pasaban, el resentimiento de Zakarius se intensificaba. Incluso cuando pedía descanso, la guerra era implacable, y muchos celestiales habían muerto de agotamiento. Desesperado, comenzó a buscar respuestas en rincones oscuros. Bajo las bóvedas prohibidas de la academia, descubrió antiguos pergaminos nigrománticos, reliquias de pasadas victorias celestiales sobre los enemigos. Sus palabras parecían moverse en las páginas, como si la oscuridad líquida que las envolvía buscara tentarlo. Mientras leía, una promesa oscura y tentadora comenzó a afianzarse en su mente: longevidad, poder y trascendencia.
Fue en aquellos momentos solitarios cuando Zakarius empezó a estudiar las artes nigrománticas, ocultando su creciente obsesión de sus compañeros. En las profundidades de la Academia Militar Sagrada, utilizaba su rango para evitar sospechas. Pero su búsqueda de poder lo estaba consumiendo.
Una noche, bajo el brillo siniestro de una luna roja, Zakarius hizo su jugada final. En una noche sin estrellas, con el viento cargado de presagios, tomó una piedra antigua grabada con símbolos celestiales invertidos y murmuró las palabras prohibidas. Sintió como una parte de su esencia era arrancada, su alma desgarrada y confinada. Con un sacrificio tembloroso pero inquebrantable, logró transferir su conciencia a una filacteria, un objeto prohibido que guardaría su alma. Ocultó la reliquia en lo profundo de la academia, sellándola con barreras arcanas para evitar su descubrimiento.
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Editado: 18.11.2024