La Perfecta Inexperta

Capítulo Uno

Simplemente… Inaceptable

CHRISTIAN MARSHALL SE NEGÓ A CREER que una mujer podría desbancarlo, adelantarlo, hacerle masticar el polvo del asfalto. Simplemente era imposible. Y se negaba aceptarlo. Sin embargo, aquí estaba, sentado al volante de su BAC Mono, conduciendo a trescientos km/h y contemplando los primeros rayos del amanecer asomando por el horizonte al final del circuito y donde había visto por última vez como el otro coche se perdió vista.                                                                                                                         

—Será mejor que aceleres o te quites de mi camino, grandote.       

La divertida voz femenina llegó a través de sus auriculares y le hizo rechinar los dientes, hasta hacerle daño\

—¿Pero, donde estará? —se dijo Christian.                                                                                

Solo podía ver unos pequeños puntos detrás de él, los otros autos que habían quedado atrás en cuestión de segundos. Volvió la cabeza, buscando un destello de luz solar sobre el metal. Algo. Cualquier cosa que le diera una pista sobre su paradero. Pero no vio nada.                                                               

Christian había estado conduciendo desde que era un adolescente y en todo ese tiempo, y otros tantos como profesional experimentado, nunca había estado ansioso, sino confiado y orgulloso su instinto. No recordaba cuando dio sus primeros pasos de niño, pero definitivamente sí, recordaba cuando tocó por primera vez una marcha de un auto. Y por primera vez en su vida, sintió un sudor frío correr por su espalda. Segundos después sonó un tono agudo de advertencia en la cabina.                                                                

—Estoy detrás de ti, encanto —dijo la voz de mujer y luego se echó a reír. —Duraste casi tres minutos antes de que te atrapara. Nada mal para un novato. Sígueme ahora, —dijo la voz, adelantándose tan cerca que él pudo verla sonreír antes de desaparecer frente a él.                                                                       

De repente la máquina de Helena, un McLaren F1 se abalanzó frente a su izquierda, girándolo con gracia hasta colocarse frente a él. Incluso a esa velocidad, estaba lo suficientemente cerca como para que él leyera el distintivo llamativo pintado en el lateral de su McLaren. Miss Kallas.                                

Cristian gimió. Esto no podría estar pasándole. Él era un maestro al volante, un experto con un nombre legendario en su familia. Era el hijo menor de una dinastía de maestros. ¡y a él no lo sacaba del asfalto una mujer!                                                                

—Sé lo que estás pensando—dijo ella. —Estás molesto y humillado. Ustedes los hombres son siempre iguales. Consuélate con el hecho de que nadie me ha ganado en las carreras de entrenamiento durante ocho años. Esto es una carrera, no personal. Mi trabajo es hacerte mejor. Tu trabajo es aprender. Nada más.

—Soy consciente de mis responsabilidades—dijo Christian secamente.                                     

—Vas a guardarme rencor, ¿no? Puedo imaginármelo. ­Helena suspiró. —Algunos tipos son así. Oh, bueno. Esa será tu úlcera.                                                                  

Y con eso, su McLaren se movió con gracia como una bailarina. Luego se esparció por la pista. Christian se quedó mirando el espacio donde había estado hacía apenas un segundo. ¿Cómo diablos había hecho eso?

Sacudió la cabeza y tecleó el código de la torre de control de tráfico recientemente instalada. Después de dar su número en la última ronda, regresó a la base. Quince minutos después, detuvo el BAC Mono en el gran local recién inaugurado. Cuando se detuvo y saliendo del vehículo, escuchó que alguien lo llamaba por su nombre.                                                                                       

—Casi tres minutos. —Adrián Kallas gritó desde detrás de la pared de cristal del garaje. —Ese es el récord hasta ahora. Bien hecho.                                                                        

—¿Bien hecho? —Christian apretó los dientes y se quitó el casco. —Fue un desastre, más bien.        

Cuando llegó a la altura de Adrián, éste le dio una palmada en el hombro.                          

—No te lo deberías de tomar como algo personal. —Nadie le gana a Helena.                    

—Eso es lo que dijo ella. —Christian miró fijamente al hombre moreno. —¿Cuánto tiempo lleva ella en la compañía?                                                                        

Adrián sonrió.                                                                                                                                                     

—Técnicamente, toda la vida. Ella es mi hermana. Mi padre la tuvo manejando tanques cuando ella tan solo tenía solo doce años. Hizo un solo en una máquina como la tuya en su decimosexto cumpleaños. Usted dijo que quería ser entrenado por los mejores y eso fue lo que le dimos, Señor Marshall.                  

—Llámame Christian. Ya te lo he dicho, sin formalidades. Es más fácil de esa manera.               

 Adrián asintió.                                                                                                                                   

—Solo estaba comprobando. Pensé que podrías estar sensible después de que te derrotara y todo eso. Algunos de sus alumnos lo son.                                                           

Christian no lo dudaba. Observó como un segundo vehículo venía reduciendo velocidad a pocos metros de donde ellos estaban, sin apenas levantar polvo.        

—Quisiera conocerla. —dijo Christian con firmeza.                                                                    




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