La Perfecta Inexperta

Capítulo Nueve

Preparada para impresionar

 

COMO LA MAYORÍA DE LAS MUJERES, a Helena le encantaba jugar a disfrazarse cuando era adolescente. así que la oportunidad de ponerse unas galas de verdad era demasiado buena para dejarla pasar. Además, una de las ventajas de su trabajo era asistir a las carreras de coches de Mónaco en Francia, todos los años. Lo que significaba que después de que ella y sus hermanos hablaran sobre lo último en circuitos y tecnología de coches. Ella solía ir de compras.                   

Parada delante de una de sus compras impulsivas, contemplaba el brillante vestido rojo oscuro que le llegaba hasta el suelo. El estilo Halter le permitía lucir curvas y aún usar sostén. Se atusó el cabello alargando los rizos unos milímetros más, mientras largos risos caían en cascada por su espalda. Unas sandalias plateadas de tiras con doce centímetros de tacón la hacían sentir como una diosa amazona... bueno, una bajita de todos modos.                                                                           

—¿Qué te parece? —preguntó ella, tendiendo dos pendientes diferentes para que Venus los inspeccionara. Su perrita yacía en la cama alta con dosel. —Estos son más colgantes, pero estos tienen más brillo.     

Venus ladró.                                                                                                                                  

—Estoy de acuerdo. Brillo sobre colgante, —dijo Helena y se puso los pendientes de circonitas cúbicas más pequeños. Después de una ligera rociada de perfume, se declaró lista para la noche. —Prometo traer algún tipo de carne—dijo ella—. Seguro que tendremos algún tipo de plato de carne. Además, metí una bolsita en mi bolso. —Agitó su diminuto bolso hacia Venus.                                                                                             

El truco sería llevar el trozo de entrada de su plato a su bolso, pero lo había hecho innumerables veces antes y casi nunca la han atrapado.                                                          

—Está bien. Pórtate bien. Te veré pronto.                                                                        

Helena pulsó el botón del reproductor de DVD del armario del dormitorio y luego se dirigió a la puerta. Cuando entró en el pasillo del increíble castillo, tuvo la sensación de que, por primera vez en su vida, era casi una princesa... una princesa de verdad, en un castillo.                                                                      

—Mucho mejor que disfrazarse de Halloween—murmuró mientras avanzaba por un pasillo.       

Mientras se detenía junto al ascensor, esperando que la llevara al segundo piso porque no había forma de que pudiera subir escaleras con esos zapatos o el vestido tan largo, escuchó de pronto una puerta cerrarse y el sonido de pasos. Segundos después, Cristian caminaba hacia ella.                                          

—Buenas noches —dijo, luciendo más que un poco elegante con un esmoquin negro. Y ella se alegró al haber acertado con su atuendo para la noche. Una cena familiar en un círculo de millonarios significaba mucho más elegante que los jeans.                                                                                            

La suave tela de lana del esmoquin de Christian tenía un leve brillo, y Helena sintió una urgencia instantánea de tocarla. Eso no estaría bien se dijo a sí misma, tratando de no desmayarse mientras miraba el resto del paquete. La mayoría de los hombres, limpios y aseados se veían bastante bien y se veían igual de bien con un esmoquin, pero aquellos que tenían una ventaja en el departamento de apariencia se veían aún mejor.

Christian Marshall no fue la excepción. Llevaba el cabello castaño de varias tonalidades hacia atrás alejado de la cara, cuyo cuello y puños de la camisa hacían que su piel pareciera más bronceada. Helena evitaba el sol siempre que podía. Se quemaba más que broncearse y no quería luchar contra el look de cuero cuando estuviera en sus cincuenta años.                                                                                                        

Sabiendo lo pálida que estaba ella y lo bronceado que estaba él, le dio un pequeño escalofrío. Tubo de repente una imagen de ellos entrelazados en la cama, pareciendo actores de una película erótica.      

—Hola— dijo ella saludándolo al verlo. Te ves muy elegante.                                                                

Él tomó su mano libre y la levantó ligeramente, luego le besó los nudillos.                        

—Y tú te ves encantadora. Las glorias de este castillo palidecen en comparación con tu belleza. 

                                    




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.