Una visita nada esperada
HELENA SENTÍA QUE SE HABÍA ENTREGADO AL ELENCO DE UN drama diurno popular pero intenso. Había intriga, lealtad, sexo tórrido y una joven ingeniosa y brillante con el corazón roto.
Y así es como se ve la semana. —Murmuró mientras caminaba hacia su habitación en el castillo. Solo podía esperar que su vida se calmara con el tiempo. No creía que pudiera soportar este ritmo emocional por mucho más tiempo.
Después de una tarde de entrenamiento de simulación, que terminó con esa acalorada discusión con Christian, lo único que quería era que la dejaran sola por el resto del día. No más arrebatos de su hermano, no encuentro con Waldo Freddie Marshall, ni encuentros cercanos ardientes con Christian. Solo paz y tranquilidad. Abrió la puerta de su habitación.
—Soy yo—llamó para avisar a Venus que estaba en casa.
Como de costumbre, su pequeño perro ladró a modo de saludo, pero no saltó para verla. Eso fue porque Venus estaba perfectamente acurrucada en el regazo de Diana. Helena miró fijamente a su invitada no invitado. La joven estaba sentada en el suelo junto al sofá. Varias revistas de moda yacían esparcidas a su alrededor. El que sostenía se le cayó de las manos cuando apartó a Venus con rapidez de ella y luego se puso de pie.
—Lo siento mucho—dijo Diana, con los ojos llenos de pánico. —No era mi intención entrometerme. Esperé afuera, pero la criada dijo que debería pasar y luego tu perrita fue tan amigable y estas revistas... —Diana agachó la cabeza y entrelazó los dedos en una imagen de abyecta miseria y contrición.
Helena dejó caer el bolso sobre una mesa y se quitó los zapatos. Se sentía vieja y cansada. Si hubiera sido una bebedora, este habría sido el momento para darse el gusto. En lugar de eso, se encontró deseando un tazón realmente grande de helado con trocitos de chocolate.
—Está bien—dijo mientras se acercaba al sillón y se sentaba. Venus instantáneamente saltó sobre su regazo.
—Me entrometí—dijo Diana mirándola.
—Te sentaste en el suelo y leíste algunas revistas, eso no es exactamente lo mismo que el robo de identidad. No te preocupes, en serio. Toma asiento.
Diana se hundió en el sofá.
—Eres muy amable. —respondió la joven
Lo que Helena sintió más en ese momento fue malhumorada y fuera de sí. Nada en su mundo estaba bien y la mayor parte de eso había sido causado por la mujer sentada frente a ella. Difícil de creer que alguien callada y tímida pudiera ser la razón, pero ahí estaba.
El cabello rubio ondulado le caía por la espalda, recogido hacia atrás con una felpa. Sus rasgos delicados y sus... piernas delgadas, pensó Helena, ahora que prácticamente podía estudiarla más de cerca... Helena no era tan alta, pero a su lado, parecía voluminosa.
La prometida de Christian tenía otros gustos por la moda, su vestido era bastante juvenil, de una patente floral cayéndole justo por encima de sus rodillas, con unos zapatos planos color crema, algo que Helena nunca se atrevería a usar, no porque no fueran bonitos, sino porque eran planos. La mirada de Helena se desvió hacia las revistas esparcidas por el suelo. Eran todo acerca de ropa, maquillaje y relaciones.
—¿Qué te parecieron esos? —Preguntó Helena, señalando una cubierta brillante.
Diana la miró y sonrió.
—¡Son maravillosos! —susurró. —La ropa es tan increíble y las mujeres... Yo nunca podría lucir así.
—La mayoría de nosotras no podíamos—dijo Helena riendo—Ni siquiera deberíamos intentarlo. Pero es divertido tener algunas ideas con la ropa y ese tipo de cosas.
Diana tocó su bonito vestido sencillo.
—No tengo mucha idea sobre moda. En la escuela nos vestíamos de uniforme. Y mi padre no es muy dado a la moda. Él es algo clásico, supongo, no es como si no le gustara que use ropa elegante, o bonita. Solo que no le gusta las mujeres indecentemente vestidas, según él, no es necesario mostrar más de lo que es necesario. Probé algunas ideas, pero creo que necesito un experto que me ayude con eso.
—Ya no estás en la escuela.
—Lo sé, dijo Diana. —Acabo de llegar a Nueva York, hace apenas unos meses, y ojalá me instale aquí, no quiero irme al extranjero, para viajar está bien, pero no para vivir por largos años. Mi padre está dispuesto a exhibirme en su pequeño y selecto mundo... Por supuesto al correcto. Ya sabes a lo que me refiero. —¿Supongo que no estaban permitidos en la escuela?
—Para nada. —Diana miró sorprendida ante la idea. —Había un cura, un médico y dos enfermeras en caso de emergencias. Conocí al padre de Christian un par de veces. Y siempre cuando mi padre estaba de viaje por Europa, ellos me visitaban por unos días. No fue tan fácil para mí dejar el internado, especialmente cuando estábamos ocupadas con los exámenes. Pero siempre fueron bastante flexibles, permitiéndome pasar unos días fuera.
Editado: 07.01.2023