HELENA DIAMBULÓ A TRAVÉS DE UN ala desconocida del castillo. Era su día libre y, aunque planeaba pasarlo en la ciudad, una tormenta de lluvia inesperada la había atrapado en el interior. No era que no pudiera estar afuera bajo la lluvia, aunque la humedad tenía una forma de hacer que su cabello se volviera lacio. Aunque la verdad era, que la lluvia la entristecía, haciéndola querer acurrucarse y pensar, lo cual, en sus circunstancias actuales, no era un problema. Así que había decidido llevar a Venus a dar un largo paseo interior a través de las maravillas del castillo.
En el cuarto piso, en la parte de atrás, encontró lo que parecía un antiguo salón de clases, completo con algunos pupitres y una pizarra. Docenas y docenas de libros llenaban varias estanterías bajas. Había estantes con juguetes y muchas ventanas para dejar entrar la luz. Mientras Venus investigaba los rincones, Helena entró en una sala de juegos. Maquetas de aviones colgaban del techo.
Gran error, susurró mientras tocaba el plástico de apoyo. Helena tenía una buena idea de quién los había construido minuciosamente y luego los había colgado. Por supuesto, era una tontería pasar tiempo en el castillo y esperar escapar de los pensamientos de Christian. Aun así, seguía siendo sorprendida por pensamientos, deseos y sueños. Era curioso cómo un mes entero después de esa única noche, todavía recordaba todo al mínimo detalle esa esplendida noche juntos. Y todavía lo extrañaba y empezaba a aceptar el concepto de que podría haber cometido el error de enamorarse de él.
Si hubiera...
Un sonido suave llamó su atención. Extrañas notas musicales. Giró en la dirección del sonido y caminó por el pasillo. La música se hizo más fuerte. Empujó una puerta y se encontró en una guardería con una decoración algo anticuada. Giselle, la esposa embarazadísima de Robert, estaba parada al lado de una cuna. Sostenía una caja de música abierta en su mano.
—Hola—dijo cuándo Helena entró en la habitación. —¿Explorando?
—Un poco. Hoy es ese tipo de día.
Giselle miró por la ventana.
—La lluvia también me hace so a mí. La mayoría de la gente sólo quiere acurrucarse y leer, pero yo me pongo inquieta. Robert vino a una reunión e insistió en que lo acompañara.
Helena se quedó mirando el enorme vientre de la otra mujer.
—¿Para cuándo será?
Giselle sonrió.
—En dos semanas.
—Sin duda está aterrorizado de que des a luz mientras él no está.
—Prometí que no lo haría, pero ¿me escuchó? —Cerró la caja de música. —Además, me gusta más en nuestra casa, con todos alrededores que tenemos tan hermosos... Es más, una casa que este lugar.
Helena se rió.
—Lo dices como si fuera algo bueno.
—Te gusta el Castillo, ¿eh?
—Digamos que adoro mi baño más de lo que debería.
Giselle asintió.
—Este castillo es espectacular. Lo admitiré. Me refiero…mira que habitación.
Helena tuvo que admitir que la habitación era increíble. Había móviles y murales. Un cambiador largo estaba contra la pared. Los decorados, azul y gris pálido, gritaban, niño.
—Así que de verdad creen que va a ser un niño—dijo Helena entre risas.
—No. Hay una como esta, en rosa justo al lado. Ciertamente tenían el espacio para hacer ambas cosas.
—¿Qué va hacer? —preguntó Helena. — ¿Lo sabes?
—Quiero que nos sorprenda —le dijo Giselle. Robert está convencido de que vamos a tener un niño. Por supuesto, Arthur también estaba seguro de qué lo será, y Lizzy tiene una niña. —Se tocó la barriga. —En este momento no me importa si son cachorros. Solo quiero que salga.
Helena nunca había creído en los relojes biológicos ni en la presión para formar una familia, pero en ese momento sintió un claro vacío en la parte baja de su estómago. Venus corrió por la habitación, deteniéndose el tiempo suficiente para oler los tobillos de Giselle antes de salir corriendo por la otra puerta.
—Se adapta bien con todos los gatos—dijo Giselle. —Cuando escuché por primera vez que tenías un perro pequeño, admito que estaba preocupada.
Editado: 07.01.2023