HELENA PASEÓ A LO LARGO DE SU SUITE, deteniéndose cada poco minuto para escuchar los pasos. Cuando finalmente los escuchó, corrió hacia la puerta y la abrió.
—¿Qué pasó? —demandó cuando Christian entró en la habitación y la atrajo hacia sus brazos.
—Te amo—dijo él mientras cerraba la puerta de una patada y presionaba su boca contra la de ella.
Helena se rindió a su abrazo, a la sensación de su cuerpo presionando contra el de ella.
—Yo también te amo,—murmuró ella, apenas capaz de hablar mientras se aferraba a él.
Se inclinó y la levantó en sus brazos. Venus levantó la vista de un cojín en el sofá, bostezó y volvió a dormirse. Christian rió.
—Muy bien. Porque no estás invitada.
Luego entró al dormitorio y cerró la puerta.
—¿Qué pasó? —volvió a preguntar Helena mientras él la soltaba en el suelo y alcanzaba los botones de su blusa.
—Diana desea estudiar diseño de moda en Milán. No tiene ningún interés en casarse conmigo y parece tener cierto cariño por tu hermano Adrián.
Le abrió la blusa y miró sus pechos.
—Eres tan bella.
El calor la inundó. Ella tiró de su camisa para sacarla de sus pantalones.
—Tú tampoco estás nada mal. ¿Entonces no hay compromiso?
—Ya no. Sospecho que mi padre sabía lo que estaba pasando todo el tiempo y que jugó conmigo para que viera cuánto importabas.
—Estás bromeando.
—No.
Se inclinó y la reclamó con un beso que lo dejó destrozada por el anhelo. Acarició su cuerpo, quitándose la ropa a medida que avanzaba. Ella hizo todo lo posible para ayudar a quitarse la suya, pero estaba continuamente distraída por cosas como, su boca en sus pechos o sus dedos entre sus piernas. Él la tocó y la amó hasta que ella no pudo pensar, no pudo respirar, no pudo hacer nada más que sentir. Colocándose entre sus muslos, la miró fijamente a los ojos.
—Quédate —susurró—. Quédate conmigo.
Helena se perdió en sus ojos azul oscuro.
—Claro que me quedo...
—Quiero que te cases conmigo. Ten mis hijos. Sé parte de mí, parte de todo, no puedo sobrevivir sin ti.
Las lágrimas quemaron sus ojos. Ella parpadeó para alejarlos.
—Te amo, Christian. No podría imaginar estar en otro lugar.
—¿Entonces dirás que sí?
—Sí. Para siempre.
Se sumergió en ella, llenándola de un placer íntimo que la llevó a otra dimensión. Más tarde, cuando pudieron respirar con facilidad, ella se acurrucó cerca.
—Supongo que nunca tendré que quitarme esto ahora, —dijo, levantando su muñeca y admirando el brazalete.
—Nunca tendrás que preocuparte. —le dijo. —Mi familia te querrá tanto como yo. Esta será tu casa. El castillo y el circuito.
Helena apoyó la barbilla en su pecho y lo miró.
—¿No te vas a poner todo rarito y decirme que tengo que dejar de entrenar?
—Por supuesto que no. Tú perteneces ahí. La diferencia es que ahora me uniré contigo allí.
—Todavía te ganaré en las carreras. No creas que casarte conmigo va a cambiar eso.
Él rió.
—Tendré toda la vida para practicar. Eventualmente ganaré.
—Eso solo ocurrirá en tus sueños.
La sonrisa de Christian se desvaneció.
—Tu eres mi sueño. Mi fantasía. Para siempre.
Ella suspiró.
—Eres muy bueno en esto.
—Estoy muy enamorado, de ti. Que no se te olvide.
Editado: 07.01.2023