La Perla I: Por deber

Capítulo 1

El día empezó en La Perla. Era una radiante mañana de primavera, aunque hacía más calor de no normal. Y eso que no estaban tan cerca al desierto como otros poblados. 

Apenas los primeros rayos del sol aparecieron y en las haciendas empezaron ya los trabajos y la rutina. Los mercaderes se acomodaban en sus puestos y los primeros compradores hacían su aparición. La diligencia acababa de salir rumbo a Texas llevando algunos documentos importantes y uno que otro tesorillo escondido, que probablemente sea robado en el camino a pesar de las precauciones. En la delegación, el comisario Pangbord mandaba a servirse el primer café del día. Tenían a tres prisioneros algo importantes que esperaban la orden del juez para ser llevados a Tucson donde serían condenados por un crimen en esa ciudad. Él los había arrestado hace dos días y no hacían otra cosa que dar problemas y más papeleo.

En las casas de los señores y hacendados la servidumbre empezaba a preparar el desayuno. Solo unos cuantos señores madrugadores como Morgan, Jonas, Depape y Reynolds, estos dos últimos viejos y ricos veteranos, se habían despertado más temprano. Tenían muchas cosas por hacer con eso del tiempo de la siega y la feria que se acercaba. Morgan en cambio era de los que les gustaba el trabajo y estar pendiente de todo lo que pasaba en su hacienda. No había dormido mucho pues pasó varias horas en el burdel de Madame Neville, pero eso no le restaba vitalidad para emprender sus labores día a día. Y en esa semana en particular habían muchos pendientes. 

Al igual que los viejos hacendados, Joseph Morgan estaba ocupado con el tema de la feria de la siega a la que había aportado buena cantidad, eso sin mencionar el soborno para que su prometida sea escogida la reina del festival. Todos pagaban para eso, ya sea su esposa, prometida, hija, o hermana. A todos les interesaba que su mujer sea la reina de la feria de la siega, y aunque él que esas cosas nunca le habían importado pronto tendría que ir a presionar al alcalde en persona para salirse con la suya.

Así como el día iniciaba en la hacienda de Morgan, también empezaba en la de los Jonas. Santos no había logrado dormir hasta más tarde, aunque en verdad lo deseó. Quizá fue el calor, o quizá que no dejaba de pensar. No había sido la primera vez en que se cruzaba por su camino ese tal Cuthbert Allgood, quien junto a su amigo había llegado al pueblo casi al mismo tiempo que ella. Santos no solía engañarse a sí misma, aquel hombre era en verdad guapo. Pero había algo en él que no le llegaba a agradar del todo, de tonta no tenía un pelo y era consciente que a pesar de ser mestiza tenía una nada despreciable dote que hacía superar todos los prejuicios, ni hablar de la hacienda de su padre. 

Hasta donde sabía, ese tal Cuthbert tenía fortuna, pero no se sabía cuanta. "Quiere hacerme su esposa, eso es un hecho", se dijo moviéndose a un lado de la cama, apartando las mantas y poniéndose de pie al fin. Sin querer estaba sonriendo. "Pero no se lo voy a dejar fácil", se dijo muy decidida. Aunque ella tampoco estaba segura con esa idea del matrimonio, aún le era difícil verse casada o siquiera prometida de alguien. El tiempo ya lo diría.

Y hablando de compromisos, la joven prometida de Morgan estaba despierta también. Ella, a diferencia de muchas damas de La Perla, siempre se despertaba temprano. Siempre había algo que hacer en esas tierras de las que era la única heredera. Había menos pendientes en comparación al último año, casi nada siendo sincera. La boda estaba cerca y a su prometido se le había ocurrido hacerla reina del festival. Esa mañana, a diferencia de otras tantas, Jennifer Deschain no se levantó de la cama. Solo estaba recostada mirando el techo, sin saber qué hacer aquel día. 

Sus recursos eran escasos, y aunque Joseph enviaba a diario una canasta de comida, ella apenas la tocaba y prefería repartirla entre sus pocos empleados. Prefería comer lo que su tierra daba aunque no fuera la gran cosa. La desgracia de Jennifer era ser heredera de una hacienda con las tierras más ricas de todo el valle, no solo tenía recursos para el cultivo, sino también minerales y amplios pastos donde antaño su padre, Roland Deschain, crió a los mejores caballos del oeste. Pero solo tenía tres empleados que apenas si podían recoger lo que la tierra daba y tratar de venderlo antes que se pudriera.

No podía pagar más, no tenían recursos para eso ni para las semillas. No tenía cosecha ese año, a pesar de tener las tierras. No señor, no había nada de eso, nada de brillo para la hacienda hasta que esté casada con Morgan. Su vecino rico, el que podría poner a los hombres que quisiera a explotar sus tierras como era debido. Y quizá por eso estaba esa mañana así, echada en la cama sin moverse o sin saber qué hacer. Porque quizá sería la reina de la feria, porque faltaba poco para la boda y porque tendría que compartir su vida con un hombre que detestaba, todo sea por mantener la palabra que dio su padre. Y porque estaba en desgracia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.