La Perla I: Por deber

Capítulo 5

Cuando Joseph llegó a la casona Deschain encontró a Jennifer muy bien, dando ordenes al capataz sobre las semillas que habían conseguido. Jennifer solo tenía unos cuantos empleados, todos habían trabajado para su padre, y sea porque no tenían otro lugar a donde ir o por fidelidad a la familia Deschain, se mantenían al servicio de la joven. Habían querido mucho a su patrón y sufrieron como si fueran sus familiares cuando murió. Ahora servían con gusto a la señorita, a quien habían visto nacer y crecer, la querían y lamentaban que la tenga que pasar tan mal.

—Jennifer, me alegra mucho verte bien —le dijo apenas se bajó del caballo y se quitó el sombrero—. Me dijeron que te desmayaste ayer, vine inmediatamente.

—No fue un desmayo, solo un mareo —contestó—. Ve, Marcos, hay mucho que hacer —le dijo al capataz.

—Si, patrona.— El hombre se retiró rápidamente dejando a los dos solos.

—Aún así creo que no deberías trabajar hoy, es mejor que descanses hasta que te sientas mejor.

—Ya me siento mejor, no tienes que preocuparte.

—Jennifer —la interceptó y se paró delante de ella mirándola a los ojos—, hablé con el doctor antes de venir. Me dice que no te estás alimentando bien, cree que son nervios por la boda pero sabemos bien que no es cierto.

—Claro, pero sabemos bien que esa boda me ha dejado sin ganas de vivir —la miró tristemente. Ella no tenía idea de como le dolían sus palabras, no lo veía. 

—Por favor, no digas esas cosas. No te lastimes, te lo ruego. No hagas esto contigo misma, hazlo por tu padre.

—No metas a mi padre en esto —respondió entre dientes.

—Lo hago porque sé que su nombre para ti es tan sagrado como el de Jesucristo. Y por él no deberías hacerte daño, a él no le gustaría eso.

—Tampoco le gustaría verme casada contigo, pero ya que —se contuvo. Tenía que hacerlo. Esos últimos días había estado muy agresiva con él, le había dicho de todo como nunca antes se atrevió. Eso se debía claro a que su tía Cordelia tuvo que regresar a Mejis, cuando ella estaba presente tenía que comportarse con Joseph y aparentar ser muy dócil. Pero Damon tenía razón, tenía que controlarse con él e intentar llevar las cosas en paz, sino ese matrimonio iba a ser un verdadero infierno. Ahora Joseph la soportaba y no le faltaba al respeto, pero nada le aseguraba que cuando estén juntos saque las garras y termine queriendo darle una lección, como golpearla o algo peor. Así que iba a intentarlo, al menos llevarse bien, al menos no decirle todo lo que pensaba a cada momento—. No quiero hablar más de esto. Y aunque me cueste aceptarlo tienes razón, voy a cuidar mejor de mí, lo último que quiero es volver a enfermarme.

—Me alegra que pienses así ahora. ¿Aceptarías que envíe un médico de mi confianza a atenderte?

—Bueno —aceptó, si en verdad iba a esforzarse por llevarse bien tenía que empezar ya.

—Perfecto —le sonrió. A veces cuando le sonreía de ese modo alguna parte de su mente, a pesar de detestarlo, le provocaba un extraño pensamiento. "Linda", eso se le venía a la mente. Cuando quería se le formaba en el rostro una linda sonrisa que lo hacía lucir encantador. Por supuesto que ese pensamiento fugaz duraba apenas unos segundos pues luego lo apartaba bruscamente—. Otra cosa más —le pareció notarlo algo tímido—, hoy habrá concurso de antorchas en el centro, ¿puedo pasar por ti? Podemos ir juntos, si te sientes bien claro.

—No podemos salir solos. No está mi tía.

—Si deseas puedo pedirle al abogado Moore que nos acompañe, de seguro irá con su madre.— Maldita sea. Eso pasaba por querer ponerse amigable, ahora hasta la obligaba a una cita. "Vas a pasar tu vida con él, ya déjate de tonterías, por algo hay que empezar".

—Si va Damon me parece bien, su madre es encantadora.

—Entonces enviaré un mensaje para ellos, paso a las seis, ¿le parece bien?

—Está bien.

—Entonces a las seis.— Sorpresivamente tomó su mano despacio y le dio un beso. Jen la apartó haciendo un esfuerzo milagroso de ser brusca y empujarlo. "Cálmate, es lo mejor. Es lo que tienes que hacer", se dijo entrecerrando los ojos.

—Nos vemos.— Joseph se separó y se dirigió a su caballo, le dedicó una nueva sonrisa y se fue. Jennifer suspiró hondo. Resignación. Eso era, tenía que empezar a asumir de una buena vez que sería la señora Morgan.




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