La Perla I: Por deber

Capítulo 6

—Qué frescura la de usted —le dijo Jennifer con los brazos cruzados. Lo reconoció inmediatamente, frente a ella estaba el chiquillo que le había arrancado la cartera en la plaza, y no entendía qué hacía en su hacienda.

—Vengo a ofrecer mis disculpas personalmente, señorita Deschain. No debí hacer lo que hice, no a usted. Ruego su perdón.

—Esas cosas no se solucionan tan fácil, jovencito.

—Lo siento, en verdad. Sé que por mi culpa se puso mal. Yo solo... tenía hambre.— A Jen se le hizo un nudo en la garganta. Ya no tuvo valor para reclamarle nada a ese niño, después de todo era solo eso.

—Bien, bien. Disculpas aceptadas. Ahora, si no se le ofrece nada más....

—En realidad vine a usted en busca de ayuda. Si puede claro, no la molestaré más.

—¿Ayuda sobre qué?

—Verá, el señor Blanchard me ayudó dándome un trabajo para que vigile y cuide a sus caballos, sé que él solo quiere ayudar pero yo no sé mucho de eso. Los caballos son finos y dicen que usted sabe todo lo que hay que saber sobre la crianza de estos.

—Es cierto, sé todo lo que hay que saber como buena Deschain. Entonces, ¿fue Blanchard quién te pidió buscarme?

—Él me dijo que podía preguntarle y si usted tiene tiempo me enseñaría un poco. Pero eso es solo si usted quiere claro.— Jen torció los labios. No tenía muchas cosas que hacer aparte de ocuparse de su hacienda y en lo poco que producía, darle consejos al chico mientras cuidaba de su yegua Diamante no sería una pérdida de tiempo. Y el pobre, con esos ojitos, ese gesto arrepentido y los hombros encogidos hasta consiguió ablandar su corazón.

—¿Cómo es que te llamas?

—Jake, señorita.

—Bien Jake. Ven a partir de mañana a esta misma hora. Hoy tengo que ordenarme y pensar como te enseñaré. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —le dijo sonriente—. ¡Muchas gracias! ¡Vendré y seré puntual! ¡Seré el mejor alumno que tendrá jamás!

—Ya lo creo.— Era encantador. El chico se despidió, Jennifer lo observó con una sonrisa mientras se iba. En tiempos de su padre hubo muchos chicos como él, hijos de sus ayudantes que querían aprender desde pequeños todo sobre la crianza de caballos. Sabía como tratarlos y como enseñarles, al menos por lo que siempre había visto con su padre. Jake sería su primer alumno, esperaba hacerlo bien y que eso despeje su mente del matrimonio. Otra cosa era saber qué pretendía Blanchard mandando a un niño a ella, sonrió sin darse cuenta el evocar el recuerdo de su sonrisa y la calidez de su mirada.

El día estaba bonito, el sol radiante, viento ligero y muchas ganas de hacer algo. Iría a ponerse una de sus camisas para montar y saldría a distraerse, lo que menos quería era pensar en el almuerzo en la hacienda de Morgan ese día. Por suerte tía Cordelia aún no había despertado, no quería tener que escuchar sus preguntas ni que empiece a hablar de Joseph todo el día. Fue rápido a su habitación, buscó en el ropero y se sintió un poco extrañada, ¿será que Bertha cambió el día de lavar la ropa? No estaban sus camisas de siempre, sino que habían puesto las nuevas que Joseph le había regalado hace un tiempo y que jamás se había atrevido a tocar. Qué extraño, seguro su tía mandó a que laven toda la ropa y que pongan eso ahí.

—Buen día Jennifer —la voz de su tía detrás de ella le sorprendió, se giró rápido y cerró el ropero—, ¿vas a salir a montar?

—Buen día tía —contestó tranquila—. Si, solo un momento. ¿Sabes si Bertha ha sacado la ropa hoy? No encuentro mis camisas de montar. 

—No, tampoco vas a encontrarlas. Ayer por la noche las quemé en la chimenea antes que vinieras.— Escuchar eso fue como una cubeta de agua fría. No podía creer lo que acababa de escuchar. No, no, no, eso no podía ser en serio.

—¿Perdón? —preguntó con la voz temblorosa.

—Eran unos harapos espantosos, daba vergüenza verte con eso puesto. Ya iba siendo hora que los deseches. Como puedes ver he colocado en tu ropero la ropa que Joseph te ha regalado, no entiendo como es que no te pones ni una sola de ellas, tan fino, él...

—Eran de mi padre.— Jennifer estaba temblando, los ojos de pronto se le cubrieron de lágrimas. Esas camisas eran recuerdo de su padre, algunas él mismo se las regaló, otras eran de él. Jennifer las había cosido y hecho algunos arreglos para que le queden bien. 




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