—Has hecho muchos progresos, ¿sabes? —le dijo Jennifer a Jake. El jovencito acariciaba despacio la cabeza de su yegua Diamante, hace ya buen rato habían terminado de darle de comer—. Normalmente soy yo quien la alimenta, le has caído bien.
—Eso ahora, pero usted sabe bien que es una yegua orgullosa y altanera —contestó el niño.
—Claro que lo es, es una pura sangre hija de Emperador, el mejor caballo que ha pisado el oeste.
—El de su padre.
—Así es.
—Es justificable la altanería de Diamante.
—Nunca mejor dicho.
—¿Cómo era Emperador, señorita?
—Era un noble en todos los sentidos. Elegante, garboso y soberbio como el solo.
—¿Y qué pasó con él?
—Lo soltaron, cuando murió papá se puso muy violento, yo apenas pude acercarme. No se dejaba montar por nadie, el idiota que lo cogió no supo qué hacer con él y lo soltó porque nadie quería comprarlo. No sé que habrá sido de él o si está vivo. O siquiera si es verdad que lo soltaron, quizá en realidad fue sacrificado.
—Siento haberle hecho recordar esos terribles hechos, señorita.
—No es nada. Prepara a Diamante para el trote, quiero ver como lo haces.
—Si.
Ya hace varios días que Jake iba a su hacienda y ella le enseñaba lo básico para cuidar caballos finos. Era un chico que aprendía bastante rápido, muy ingenioso y astuto. Pero sobre todo tenía la delicadeza y paciencia necesaria para cuidar de caballos, le había demostrado muchas ganas de aprender. A veces ella le hacía preguntas discretas sobre como era su vida en La Esmeralda, él le hablaba casi siempre del señor Blanchard. Cuando hablaba de ese hombre parecía que el niño hablara de un héroe, hasta le brillaban los ojos. Lo elogiaba, decía que era muy amable con él, que le dio empleo y casa, que estaba muy agradecido. Y Jennifer no podía evitar sonreír al saber que Orlando había librado a ese chico de su desgracia, si no fuera por esa oportunidad el jovencito hubiera sido un ladrón más.
—Eso es, Jake —le dijo mientras hacía trotar a Diamante—. Uno, dos, uno, dos —repetía para marcar el ritmo del trote. El chico pronto agarró el ritmo—. Bien, muy bien.— Diamante estuvo trotando buen rato, luego ella dio la señal para que paren—. Ya tiene que descansar. Y es todo por hoy, Jake.
—Gracias por la lección —dijo mientras llevaba a la yegua a su sitio de siempre. Poco después el jovencito caminó hacia ella. Algo en su andar y en su expresión le extrañó a Jennifer, notaba algo raro.
—¿Pasa algo?
—Verá...—dijo rascándose la cabeza y secándose el sudor—. Sé que no es correcto, señorita Jennifer. Yo le dije que hacer ese tipo de mandados a una señorita comprometida no estaba bien, pero...
—¿Pero?
—Pero él dice que no es nada malo, que sus intenciones son claras y puras —sabía perfectamente de quién estaba hablando. Sin querer empezó a enrojecer y a ponerse nerviosa. "Intenciones claras y puras". Escuchar eso ya la hacía temblar de emoción.
—Dime de qué se trata.
—Es el señor Blanchard, me pidió que le diera esta nota.— De su bolsillo sacó un pequeño sobre doblado—. Lo siento, lo arrugué un poco.
—No importa.— No se dio cuenta que la voz le temblaba. Vaya, solo una nota de ese hombre ya la ponía nerviosa. Tuvo la tentación de abrirla en ese momento, pero escuchó de pronto un galope acercándose. Escondió rápidamente la nota entre su ropa y se giró. Eran Joseph y su tía quienes se acercaban, habían ya reducido el paso—. Jake, vete. No quiero que te cruces con ellos.
—Si, señorita. Nos vemos luego.— El niño se fue rápidamente. Jennifer se giró hacia sus visitantes quienes parecían hablar entre sí.
—¿Ve lo que le digo? Ahora pasa todo el santo día con ese mocoso miserable, no sé qué hacen —le dijo la tía a Joseph en voz baja mientras se acercaban.
—Por lo que vi le enseñaba a cuidar de los caballos.
—Pues de nuestros empleados no es, acá no vive.
—Debe estar haciéndole un favor el muchacho. Déjelo ya Cordelia, no veo nada malo en que Jennifer se distraiga —contestó Joseph fastidiado.
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Editado: 08.01.2020