La Perla I: Por deber

Capítulo 11

La noche anterior había salido bastante mal parado del burdel de Madame Neville y cometió una imprudencia. En realidad no fue del todo su culpa, estuvo bebiendo con Bert hasta que se quedó dormido, y cuando sus hombres lo llevaron a casa olvidaron recoger también su cinto junto con el arma de la que nunca se separaba, entre otras cosas. Esa pistola era muy especial para él, le tenía hasta cariño, por así decirlo. Si se había perdido o alguien la cogió lo iba a lamentar mucho. Poco antes del mediodía fue al burdel, como era de esperarse todos y todas dormían y demoraron un poco en atenderlo, hasta que uno de los mayordomos salió y dijo que buscaría en cosas perdidas y consultaría a los empleados de limpieza.

—Pero puede esperar, tenemos cosas que hacer —dijo de mala gana.

—No me iré de aquí hasta recuperar lo que es mío.

—Claro, claro, nadie se lo niega. Vaya a sentarse, buscaré y haré preguntas. Pero hay cosas que ordenar, cuando Madame Neville despierte quiere todo perfecto.

—Desde luego —contestó él también de mala gana, no le iba a quedar otra que esperar. Se sentó a un lado, luego se aburrió y caminó de un lado a otro sin observar mucho los detalles del salón de baile. Caminó hasta alejarse un poco, hasta que una voz clara y suave llamó su atención.

Déjame que te cuente, morena. Déjame que te diga la gloria del ensueño que evoca la memoria del viejo puente del río y la alameda... (1)

Sonrió sin querer, conocía la canción. La había escuchado muchas veces en los salones de baile durante sus viajes por el oeste, pero nunca nadie le dijo quien la compuso, solo que era una canción de La Perla que se hizo famosa. Con curiosidad atravesó un pasillo que lo sacaba de la parte bonita del burdel e iba directo a la cocina, a juzgar por el olor. Pero no parecía ser la cocina grande donde preparaban los exquisitos potajes que ofrecían, sino una más pequeña.

Déjame que te cuente, morena, ahora que aún perfuma el recuerdo, ahora que aún se mece en un sueño, el viejo puente, el río y la alameda...

La voz ahora se escuchaba más clara. Solo estaba a una puerta de averiguar quién era la dueña de aquella suave y melodiosa voz. No se había equivocado, era una cocina pequeña. La cocina de las chicas del burdel. Sin esperar más abrió la puerta despacio y la vio. Estaba de espaldas, era una joven con un vestido corto y muy sencillo que le llegaba hasta las rodillas. Removía el contenido de una humeante olla despacio con una cuchara de palo, el cabello lo llevaba suelto y a Orlando su figura le pareció muy familiar.

Jazmines en el pelo y rosas en la cara, airosa caminaba la flor de La Perla, derramaba lisura y a su paso dejaba aromas de mistura que en el pecho llevaba...

Interrumpió su canto y apagó el fuego. Entonces se giró y la reconoció. Era Elena, la amante de Damon, y según sabía una joven inocente que había tenido la desgracia de cruzarse con los Reynolds. Al verlo ella lanzó un grito de sorpresa y dejó la cuchara a un lado. No supo que decirle, no había querido llegar hasta ahí, pero ya que estaba decidió disculparse y hacerle unas discretas preguntas sobre un tema que llevaba dando vueltas a su cabeza desde hace un par de días. Ella que al principio lo había visto con algo de temor de pronto lo miró seria.

—Esta es un área privada, señor Blanchard. Retírese por favor.

—Buen día, señorita Pierce.

—Buen día —saludó de mala gana—. Ahora, por favor...

—Un momento.— Para dejar claro que no se iría hasta se sentó en una mesa que estaba frente a ella, Elena suspiró exasperada, le quedaba claro que no lo quería ahí, que estaba incómoda. Seguro que Damon le había contado sobre la conversación que tuvieron—. Quisiera hablar con usted. No estaba seguro de con quien consultar esto, pero ahora creo que si puede ayudarme.

—¿Ayudarlo? ¿Me está pidiendo ayuda?

—Un favor.

—¿Ahora quiere un favor? Señor Blanchard, ¿no le parece ya bastante odioso que haya chantajeado a Damon con revelar nuestra relación a cambio de información íntima de Jennifer, para que encima venga acá a pedirme un favor? —se sintió culpable de inmediato. No debió poner a Damon en esa situación, los dos amantes eran completamente inocentes en esa historia y no debió involucrarlos.

—Lo siento —le dijo con sinceridad—, pero ya aclaré con el abogado Moore que no pretendo obtener ningún beneficio más de ustedes.

—Pero viene acá a pedirme un favor.




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