La Perla I: Por deber

Capítulo 20

—No me quedaré mucho más tiempo, tengo que irme pronto de aquí —le dijo Elena a Damon. Después de la hoguera había empezado la fiesta real apenas hace una hora. La gente estaba muy animada, unos más que otros gracias al alcohol claro. La pareja se había escabullido detrás de lo que quedaba del escenario donde se había dado el concurso de la reina para hablar al menos un momento, ya que no habían podido estar juntos todo el día—. No ha dejado de mirarme, sé que en cualquier momento empezará a molestar.— Hablaba de su ex prometido Steve Reynolds. Como siempre, el tipo andaba con sus amigotes y con copas de más encima. Y aunque Elena había estado acompañada de las chicas del burdel igual sentía la insistente mirada del hombre sobre ella, lo notaba hablar con sus amigos y estaba seguro que era de ella. Temía lo que pudiera hacerle.

—No tienes que temer, yo estoy aquí. No dejaré que ese miserable te ponga un dedo encima.

—Damon, no seas insensato. Tu padre y toda tu familia están aquí, ya bastante riesgo es estar acá juntos.

—Sabes que no me importa eso, te amo, no tengo vergüenza de que me vean contigo.— Elena se acercó a darle un beso. Claro que sabía que él no temía nada de esas cosas, que la amaba de verdad. Pero no podía dejar que lo vean con la mujerzuela, porque así la llamaban todos. Eso no sería bueno para él, los hombres se cubren cómplices cuando uno es infiel o la pasa bien en el burdel, pero cuando uno de ellos empieza a tomar en serio a una chica empiezan los problemas. Suficiente con que dijeran que ella era su "favorita", no quería que hablen más o que empiecen a sospechar.

—Lo sé, Damon. Pero no podemos dejar que sospechen, ¿si? Y no quiero problemas con ese tipo, menos que discutas con él. Es mejor evitarlo, no quiero tener que dirigirle la palabra siquiera.

—Pero no tienes que perderte esto, has esperado por esta noche tanto como todos, no tienes que irte solo por ese idiota.

—Me quedaré un rato más, ¿si? Quiero evitar problemas. Mejor hacemos esto, me voy en una hora máximo, nos vemos en el burdel, ¿te parece?— Él sonrió y asintió. Era mejor así. Antes de volver a la fiesta la cogió de la cintura y la pegó rápidamente a su cuerpo—. Oye, oye... acá no, tenemos para más tarde.

—Te ves exquisita esa noche, Elena, no tienes idea las ganas que tengo de desaparecer contigo ahora mismo —le dijo despacio al oído. Elena se mordió el labio inferior cuando sintió los labios de Damon bajar despacio desde su oreja hasta su cuello, besando y lamiendo muy despacio, logrando encender todo su cuerpo de inmediato. 

Aún recordaba la primera que estuvieron juntos y ese recuerdo la hacía infinitamente feliz. No había conocido el placer en el sexo antes de él, todo había sido asqueroso, forzado, rudo, sin nada de delicadeza. Había sido solo un objeto sin voluntad, un objeto por el que pagaban para usar. Y entonces llegó a él a enseñarle que si se podía ser feliz, que los besos podían ser exquisitos, que las caricias te llevaban al éxtasis y que la unión de dos cuerpos era la gloria. Se había sentido como una virgen en sus manos, por más ridículo que suene eso.

—Entonces no hay que tardar, amor —le dijo ella en un tono igual de sensual. Se besaron intensamente, para los dos amantes el tiempo se hacía muy corto. Se separaron sin desearlo en realidad, pero con la promesa de solo mantener las apariencias en una hora y luego seguir amándose.

Tomaron caminos diferentes, Elena no tardó en volver con sus compañeras del burdel. Se unió a la conversación para distraerse un poco. No muy lejos de ahí vio a Santos y Jennifer conversando, o mejor dicho, cuchicheando. Algo se traían entre manos esas dos. Sonrió sin querer, ellas al sentirse observadas buscaron alrededor quizá pensando que habían sido indiscretas, pero solo vieron a Elena. La saludaron discretamente con los dedos y sonrieron para luego volver a lo suyo. Elena se distrajo buen rato hasta darse cuenta de otro detalle. No muy lejos estaba Steve y algo le decía que estaba a nada de acercarse a ella.

Damon había vuelto con su familia un momento. Le sorprendió ver a su padre conversando con el señor Jonas. Los músicos seguían tocando. Se sintió animado una vez más por el espíritu de la gran fiesta de la siega. La Perla era un lugar extraño, un valle próspero lleno de tierras fértiles y riqueza, explotado a sus anchas los por grandes hacendados, alejado de todo el bullicio de la ciudad, con sus propias costumbres, comidas y música. Su pueblo tenía gente de todo tipo, desde los abusivos capataces hasta la gente humilde y siempre alegre, desde los ex esclavos de "Hoja Redonda", hasta los indios del norte. 

A veces se ponía a rabiar cuando se cruzaba con tanta gente conservadora y chismosa, pero luego recordaba que ellos no representaban a su pueblo que tanto amaba. Su pueblo, aquel que extrañó mucho en sus años de universidad y del que siempre hablaba orgulloso. Se acercó con una sonrisa a su padre y el señor Jonas, quienes hablaban muy animados. A las siguientes notas de los músicos la gente empezó a cantar a viva voz, incluso él. Era algo que simplemente le nacía del corazón. Todos ahí amaban su pueblo. Hasta Elena, a quien tanto daño había hecho esa gente.




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