La Perla I: Por deber

Capítulo 28

Había más gente de la que imaginó. Tal como se había acordado el duelo se iba a celebrar fuera de La Perla para que el comisario no tenga que intervenir, aunque igual estaba ahí junto con otros de sus hombres. Orlando pensó que por el hecho de estar lejos de La Perla los chismosos desistirían de ir, pero el efecto había sido contrario. Hasta algunas damas hicieron aparición. 

Entre los conocidos estaban todos los señores y hacendados de La Perla, incluyendo al padre de Santos, y un Joseph Morgan bastante serio una vez fue informado que él era padrino de duelo. También estaba Damon, y claro Cuthbert que se había decidido a acompañarlo. Robert había llegado hace pocos minutos. Amanda se había quedado, explicó luego que su mujer se ponía muy nerviosa con los duelos y prefería quedarse cuidando a Jennifer. Orlando también prefirió que haya sido así, ni Reynolds ni Deschain habían llevado a sus esposas.

Quien no pudo ir fue Steve y los ánimos decayeron un poco. El infeliz aún estaba en cama en el hospital, y a diferencia de Jennifer esos días no había tenido progresos, definitivamente no estaba en condiciones siquiera para ver el duelo, por eso sería su padre el encargado. El padre Reynolds no era cualquier pistolero, en La Perla había gozado mucho tiempo de fama por su puntería, además que se hizo conocido el rumor que jamás había fallado. Eso claro había sido hace varios años, quien estaba en mejor forma era Robert y eso Orlando podía asegurarlo. 

Reynolds había llevado como padrino a Alan Depape, uno de sus socios y amigo. Ese también era un tramposo de lo peor, eran de la misma calaña. Hay una frase que dice "Dios los crea y ellos se juntan" que podría aplicarse a ellos, aunque considerando sus características nadie quería meter a Dios en eso, era más bien como si el destino se encaprichara en juntar de una forma u otra la mierda de este mundo.

Llegado el momento ambos padrinos revisaron las armas de los otros y dieron la aprobación, no había trampa y estaban en condiciones, se podía iniciar el duelo. Orlando sabía mucho de armas y por eso le sorprendió que Reynolds en serio hiciera las cosas bien. No le quitó la vista al hombre mientras volvía a su sitio, temía que aproveche cualquier distracción para cambiarla. Se acordó contar hasta veinte en voz alta mientras daban pasos largos. Una vez dicho el número veinte podrían disparar. 

Mentiría si dijera que no estaba nervioso, Orlando en realidad sentía que estaba más nervioso que el mismo Robert, quien en todo momento lucía sereno y seguro. Por su lado, Reynolds no parecía tan seguro que digamos, no había hablado mucho y lucía muy serio, pero nada más. Ese era el momento final de la vida de uno de los dos hombres. Uno que iba a disparar por el honor de su sobrina arrebatado de forma cruel. Y el otro, así lo pensaba Orlando, por defender lo indefendible. A un violador y el honor de una familia que ya se iba cayendo a pedazos.

—Buena suerte, Robert —le dijo antes que este avanzara al centro donde Reynolds ya estaba por llegar. Este sonrió apenas, aún lucía muy seguro a pesar todo lo que estaba por pasar.

—Hazme un favor, mantén los ojos bien abiertos. No me mires a mí.— No dijo nada más. Orlando asintió levemente mientras este iba hacia el centro. Alrededor había un silencio de muerte, no se escuchaba siquiera un murmullo. Orlando obedeció entonces la indicación de Robert, miró hacia otros lados. Nada parecía fuera de lo común, había tanto hombres conocidos como otros de los que no tenía idea de que existían, y algunos de ellos no tenían buena pinta para nada. Se llevó la mano a la pistola y la sacó con discreción, solo en caso de que algo vaya mal.

Robert y su oponente se miraron frente a frente, temieron algún enfrentamiento verbal pero finalmente nadie dijo nada, solo se dieron la vuelta con las pistolas a la altura del pecho. Durante esos días Orlando había aprendido a admirar mucho a Robert, era un gran hombre, un tipo duro y de un temple inquebrantable, firme y seguro, lo miraba con respeto. Así debió haber sido Roland, un hombre justo y honorable. No le cabía en la cabeza que alguien haya pensado que Roland Deschain pudo ser un vicioso, si nada más ver a su hermano bastaba para darse cuenta que ningún Deschain sería capaz de bajezas en toda su vida. 

El conteo empezó. Uno, dos, tres... los pasos iban siendo contados y a cada palabra sentía que el corazón se le aceleraba más. Aunque la tentación era irresistible, igual Orlando consiguió alejar su mirada de Robert y siguió mirando con discreción a todos los demás. Cuando ya andaban por el número quince fue que un hombre que no había visto jamás se movió con discreción y sacó algo del bolsillo de su pantalón. De inmediato Orlando se puso en alerta, sea lo que sea el tipo lo apretaba y escondía en su mano.




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