La Perla I: Por deber

Capítulo 30

La bala salió directo hacia su objetivo. Después del fuerte sonido y del impacto, Robert se acercó a ver de cerca. Jennifer había dado casi en el blanco, por un centímetro más y lo hubiera logrado. Se sintió algo entusiasmada, era lo más cerca que había estado ese día de entrenamiento con blanco a una distancia considerable. Jen caminó hacia su tío, ella también quería ver de cerca su hazaña, desde donde lanzó el tiro hasta parecía que le había dado al objetivo.

—¿Estuvo bien?

—No —dijo el muy exigente Robert—, no le diste.

—Pero está cerca, tío, mucho. Hemos practicado todo el día.

—No es suficiente. Esta pudo ser la cabeza de un hombre —dijo poniendo un dedo sobre el blanco—, y tu bala apenas lo rozó. En lo que cargabas nuevamente él se daba cuenta de tu ataque y disparaba en tu contra, y quizá él no falle.

—Lo siento, tío, creí que esta vez...

—Tranquila —dijo posando una mano en su hombro—. Lo haces bien Jen. Esto es cuestión de práctica. Solo no quiero que te confíes, por cosas como esta se puede perder la vida.

—Si, lo sé —le bajó un poco el ánimo, sabía que aún tenía mucho que mejorar y su tío no era del tipo que alababa cada logro, para él siempre faltaba algo, nunca era suficiente. Robert era exigente, y estaba bien. Él tenía razón con eso de que una bala era cosa de vida o muerte.

—Estoy por irme, y por favor, sé que crees que ya eres muy buena pero no quiero que salgas armada para nada.

—Tío, esa era la idea cuando empezamos esto.

—No aún, no estás preparada. Una mujer armada llama la atención, y si no sabes usarla correctamente sería una imprudencia que la lleves. Quiero que sigas practicando sin falta, te he enseñado ya todos los ejercicios, puedes apoyarte con Stu —ella asintió, no le agradaba la idea de haber practicado tanto y no poder andar con las pistolas. No pensaba desobedecer a su tío, pero aún así necesitaba andar armada, eso la haría sentir más segura —. Volveré en dos meses o menos a ver como estás. Y si para ese entonces has mejorado te daré mi permiso.— Eso la calmó, hasta logró sonreír. Su tío también correspondió la sonrisa, lucía más relajado—. Eres una Deschain después de todo, el talento con las armas está en tu sangre.

—Espero algún día ser tan buena como tú.

—Estoy seguro que si no dejas de practicar algún día vas a lograrlo. Ahora, querida, es hora de volver a casa. Tu tía se va a molestar otra vez si llegamos tarde para el almuerzo.

—Andando entonces.

Caminaron tranquilos de vuelta a casa, ese día hacía calor en verdad. Algo cansados y sudorosos llegaron al fin, les agradó ver ahí a Santos, quien acababa de llegar. La muchacha había llegado hace unos minutos para el almuerzo, en dos días la pareja Deschain regresaría a Mejis y esa tarde estaban organizando una reunión de despedida. No era exactamente un almuerzo, sería a media tarde, como una especie de hora del té con algunos bocadillos preparados por Jen y Amanda, entre otros que llevarían los invitados. Santos había quedado en ir temprano, quería pasar más rato a solas con Jen, llevaba varios días fuera ya que fue a visitar a su familia en el lado de los indios.

—Hola Santos —la saludó Jen muy animada—, mira en que fachas te recibo, dame un momento iré a asearme y ponerme algo decente, no tardo.

—No te preocupes —le dijo la joven sonriente—. Si me vieras en la tribu hasta se te soltaría la trenza de la impresión.— Ambas rieron. A Santos de alguna forma le gustaba esa nueva Jen. Desde que le contó que había empezado a entrenar con su tío la sentía más aguerrida. Le gustaba verla con pistola en mano, con la trenza desordenada al final del entrenamiento, el sombrero y el sudor en su frente. Ella hacía esas cosas, pero a escondidas de papá y solo en la tribu. 

A papá le disgustaría un poco. Cuando estaba con su familia materna era otra, se quitaba esos vestidos que le habían impuesto desde niña y que usaba para agradar a papá, se ponía la ropa típica de su gente y andaba libre tal como ellos lo hacían. Corría, jugaba, practicaba el tiro con arco y flecha, era maravilloso gozar de esa libertad. Desgraciadamente eso no duraba más que unos días, aunque su padre tenía buena relaciones con la familia de su esposa no le agradaba que su hija pase tanto tiempo entre ellos y "pierda las formas". Santos lo amaba y no quería que esté disgustado con ella, así que muy a su pesar cedía a todos sus deseos. O casi todos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.