La Perla I: Por deber

Capítulo 31

Mucho se había hablado de como los Reynolds dejaron finalmente La Perla. Se pensó que la hacienda de estos se vendería rápido, después de todo eran buenas tierras y la producción no había parado. La familia deseaba irse pues no aguantaban más la presión social. No podían ir al pueblo sin que les pongan mala cara. A la señorita Reynolds sus amigas dejaron de hablarle, y las madres les prohibieron que se junten con ella. A la madre sus viejas amistades no la recibían, en la iglesia hasta el pastor le ponía mala cara. Y bueno, a Steve no lo fue a visitar ni uno solo de sus amigotes, para ellos era como si el chico no existiera. Era incómodo vivir en un lugar donde ya nadie te quería cerca, así que puso rápido la hacienda en venta.

La mujer pensó que alguno de los amigos de su esposo la compraría a buen precio, pero estos dijeron que no tenían necesidad y no deseaban invertir una suma tan grande. Y en honor a la verdad, desde el día del duelo ninguno de ellos le había vuelto a dirigir la palabra, ni siquiera hubo visitas de cortesías. La señora Reynolds no era una buena negociante, lo único que sabía bien era llevar la casa. El abogado de su esposo empezó a ayudarla, el administrador también. Pero ambos decían lo mismo, ya nadie quería adquirir los productos de la hacienda, tampoco nadie de cerca la quería comprar. Escribió a todos los contactos de su esposo, publicó en periódicos locales y hasta uno de distribución nacional. Nada.

El precio iba bajando, la mujer terminó ofreciendo su hacienda por menos de la mitad de lo que valía. Y tenía que darse prisa para deshacerse de ella. Los empleados fueron renunciando, decían que tenían mejores ofertas y muy insolentes hasta soltaban "no queremos trabajar en la hacienda de un tramposo". La señora Reynolds podía ser cualquier cosa menos estúpida. Al contrario, era una verdadera arpía. No se tragaba el cuento de que el honor de su marido dañado sea lo que impida vender esa maldita hacienda. Había algo más, una mano negra encargándose de apartar a todos. El dinero se iba acabando, nadie trabajaba las tierras, su esposo tuvo deudas que pagar, eso sin nombrar el pago de un doctor para Steve y las medicinas. Si no vendían la condenada hacienda iban a acabar quebrados.

Fue por ese entonces que un comprador apareció. Dijo ser parte de un grupo de inversionistas que había visto el anuncio en periódico y estaban interesados. Hubo algo de regateo, el precio era muy bajo pero aún así sería suficiente para ella y su familia, con eso podrían mudarse, comprar una casa en algún lugar lejano, abrir un pequeño negocio, lo que sea. Su prima de Virginia le había ofrecido su casa para quedarse un tiempo en lo que se acomodaba, tenía buenas influencias así que podrían mantener la posición un tiempo antes de ver la forma de cómo hacer dinero. La única esperanza sería buscar un pretendiente rico para su hija, ya que Steve no serviría para marido de nadie jamás. Finalmente cerró el trato con el comprador, este indicó que el dueño iría en esos días a revisar el estado del lugar.

La familia esperó a aquel hombre pacientemente. Steve ya podía caminar, aunque claro que nunca sería el mismo. A su madre le daba una tristeza profunda verlo tan decaído, había perdido su hombría y con ella básicamente lo más importante de su personalidad. En la cabeza de la mujer no lograba ver a su hijo como un violador, sino como un jovencito fogoso que siempre había buscado desahogo. Un macho, como su marido, como se supone un hombre debe ser. Además Steve siempre había procurado desquitarse con gente que no tenía voz, indias y sirvientas por ejemplo. 

Eso de Elena no era más que una patraña, aquella muchachita había acabado en el burdel donde siempre debió estar. Y esa alimaña de Deschain haciéndose la víctima cuando ella misma se lo había buscado, fue ella quien lo provocó. Su hijo se lo había dicho, Jennifer se fue sola de la fiesta, luego lo encontró, se ofreció y no quiso asumir su responsabilidad, no era más que una maldita mujerzuela. Pero no cualquier mujerzuela, sino la peor de todas, la que había llevado a la ruina a su familia y a su hijo.

Su hijo pasaba los días en silencio. Se despertaba tarde, caminaba un poco, comía, leía. Conversaba con su madre, jugaba a las cartas, dormía otra vez. Y así. Temió por muchos días que su hijo intente quitarse la vida, pero Steve no hizo ningún intento de aquello. Ni siquiera lo escuchó llorar en silencio por lo perdido. Quizá había esperanzas de que lejos de ese maldito lugar pudiera rehacer su vida, que conociera nuevas personas que nada supieran de su secreto, tener nuevos amigos, un futuro diferente al de solo un hijo de familia en la deshonra. Ya tenían el dinero para irse, solo era cuestión de acomodar algunas cosas y al fin partirían. No estaban ni en la mitad de los preparativos cuando el comprador misterioso llegó. La familia salió a recibirlo y por poco se caen de espaldas al verlo.




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