La Perla I: Por deber

Capítulo 35

Era la primera vez que iría al pueblo después de lo que sucedió. Jennifer no había querido admitir que sus nervios no eran solo por la fuga de Santos, sino que también tenía miedo de lo que iba a pasar con ella cuando esté delante de todo el pueblo otra vez. No se sentía preparada para que le hablaran, ni para sentir los ojos de todos sobre ella, mucho menos para escuchar sus murmullos. 

A Jennifer no se le había visto en meses por el pueblo, por supuesto que su llegaba causaría cierto alboroto, aunque confiaba que el escándalo de una novia fugada aleje toda la atención de ella. Estaría muy cerca al altar, así les estaría dando la espalda a todos y no tendría que soportar que la gente voltee a cada momento a verla. Iba a ignorarlos, o al menos eso intentaría.

Se preparó con su mejor ropa, que en realidad no era la gran cosa. Su tía se la pasó reprochándole que se niegue a usar los vestidos que Joseph le había regalado, que el pobre se esforzaba tanto por agradarle y que ni aún después de todo lo que hizo por ella consiga dejarse de engreimientos y siguiera mostrándose orgullosa. Ella no quería discutir, mucho menos ese día, pero ya hasta empezaba a dolerle la cabeza con esos comentarios de que parecía una pordiosera, que no podía presentarse así a la boda "de la india" y que todos anden diciendo que la prometida del señor Morgan no se vestía nada bien.

—¡Si tanto te gustan entonces úsalos tú! —le gritó molesta. En serio no aguantaba más su voz chillona siempre reclamando.

—¿Te estás burlando de mí acaso? Sabes que esos vestidos no me quedan.

—Pero ya quisieras —le dijo molesta mientras subía al carruaje—, es en lo único que piensas, en ser joven y bonita. Te tengo una noticia tía, ya no eres joven y no volverás a serlo.

—¡Insolente! —gritó roja de rabia. Eso sí que no se lo iba a permitir, Jennifer había tocado una fibra sensible. Había notado como su tía se esforzaba por adoptar una postura juvenil hasta en la ropa, claro que no era tan delgada como ella, sino hace buen rato que se hubiera robado los vestidos que Joseph le regalaba. No había querido ponerse a discutir ese día, pero en serio ya la tenía harta—. ¿Cómo te atreves a faltarme el respeto de esa manera? ¡Lo único que hago es cuidarte! Estoy en ese maldito lugar por ti y me tratas como si fuera un estorbo. No te permito eso, Jennifer. No dejaré que me maltrates.

—Basta ya —le dijo fastidiada—, vamos a retrasarnos para la boda, quiero llegar cuando no haya mucha gente.

—Esto no se va a quedar así, jovencita, vamos a hablar muy seriamente de esto luego.

—Como digas, tía.

Al principio el camino fue fácil, no había mucha gente y nadie les prestaba atención. Lo único que no se había negado a aceptar de Joseph ese día era el elegante carruaje de los Morgan. Ella ya no tenía, pero al menos ahí dentro no tendría que enfrentar las miradas ni ver a nadie hasta llegar a la iglesia. El cochero abrió la puerta y ayudó a las dos Deschain a descender. Empezó a sentir que le flaqueaban las piernas. Una parte de ella extrañaba su pueblo, pero la gente le daba pavor. Su tía se adelantó y avanzó a la iglesia dejándola atrás mientras saluda a otras mujeres de la comunidad. Estaba absolutamente sola. 

Miró a los lados, la gente ya la había empezado a mirar, ya estaban murmurando. Le hubiera gustado que Orlando estuviera con ella en ese momento, con él se hubiera sentido más segura. Hasta Joseph, si su prometido la hubiera visto así de nerviosa solo bastaría una mirada de este a los chismosos para que aparten la vista y se metieran la lengua al culo. Pero no, estaba sola y tenía miedo de caerse al caminar hacia la iglesia, todo el cuerpo le temblaba. Estuvo a nada de retroceder, subirse al carruaje y regresar a la hacienda. Ni siquiera tendría que preocuparse por no estar en la boda de Santos y Damon, puesto que no habría Santos ni boda.

—Señorita Deschain.— Casi lanza un grito pues la voz la tomó por sorpresa. Se giró rápido y retrocedió, por poco cae pero él la sostuvo apenas.

—Comisario Pangbord —dijo aliviada. Hace varias semanas que no lo veía. El hombre andaba muy ocupado, los mensajes solía enviarlos con Stu y sobre la investigación de la muerte de su padre se enteraba por medio de Damon—. Qué alivio verlo.

—Noté que no estaba pasando un buen momento —le dijo él con una sonrisa—. Y ya que la veo sola me ofrezco a acompañarla hoy, si es que no le molesta claro.

—Por favor —dijo ella aliviada. No podría gozar de la compañía de Orlando, quien seguro ya estaba dentro de la Iglesia. Creyó que iba a desmayarse de puros nervios ahí sola, pero ahora con la compañía del comisario se sentía mucho mejor.




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