Jennifer llegó temprano esa mañana. Les había dicho a sus tíos que vería a Santos y ellos no se opusieron. En opinión de Robert, andaba mucho tiempo en casa y lo mejor era que se distrajera, no tenía porqué estar todo el día ahí cuidándolos, no estaba bien que renuncie a su vida por ellos.
La posadera no era de hacer muchas preguntas, Jennifer solo dijo que estaba ahí por encargo de la señora Allgood y la esperaría hasta su llegada. La dejó entrar pues ya había recibido las instrucciones de Santos. Entró sigilosa, ya hasta se sentía en falta por haber mentido a sus tíos, pero más era la emoción por ver a Orlando que la culpa, poco a poco esa mala sensación se le fue pasando. Una vez dentro echó llave a la puerta y dio un vistazo, todo estaba a oscuras pues había gruesas cortinas. Pasó por la sala de estar y entró a la habitación. Todo parecía bastante silencioso, aunque algo le pareció un tanto extraño. Miró de reojo y le pareció ver una sombra. Había alguien ahí.
—Hola —Jennifer soltó tremendo grito de la sorpresa. Orlando la sostuvo entre risas entre sus brazos por la espalda.
—¿De dónde saliste? ¡Me asustaste!
—Ya, ya. Tranquila, amor —dijo besando sus mejillas—. Llegué hace un rato, entré por la ventana. Todos te han visto entrar a la posada, y en Mejis te conocen bien. No queremos que los rumores le lleguen a Robert antes de tiempo, ¿verdad?
—No, claro que no. Siempre piensas en todo.— Ya estaba más tranquila. Se giró para quedar frente a frente con él, sin perder el tiempo se besaron. Habían esperado mucho para estar a solas y sin temores. Nadie sabía que estaban ahí, así que nadie iba a interrumpirlos.
—Ven aquí —se le había hecho costumbre llevarla en brazos, Jennifer era liviana y a él le encantaba tenerla así. Jugaban a veces de esa manera allá en su sitio secreto en La Perla. Orlando la levantaba y le daba unas vueltas al aire con ella apretando los ojos, aferrándose a él fuerte y riendo. Daban vueltas hasta marearse y caer en el césped uno al lado de otro entre risas. Esa vez Orlando dio un par de vueltas, Jennifer rió y terminaron por caer en la cama, solo que ahora un poco más cerca que antes.
—Te he extrañado mucho —le dijo ella despacio mientras se acomodaba. La rodeó con sus brazos y Jennifer posó su cabeza en el pecho de Orlando.
—¿Cómo está todo en la hacienda?
—Un poco mejor. Tía Amanda y mi prima ya están comiendo normal, y lo que me ha costado que así sea. Las entiendo, es una situación difícil.
—¿De todas maneras te quedas un mes?
—Si. ¿Qué harás tú? ¿Te vas con Bert y Santos? ¡Dime que no por favor!
—No me iré. No sin ti. Yo te traje, yo te llevo. Punto.— Jennifer se incorporó un poco para mirarlo a los ojos. Le sonrió y le dio un beso lento, uno de esos suaves y tiernos que parecen no tener fin.
—No te vayas sin mí —susurró ella despacio sobre sus labios. Él acarició suave su mejilla, Jennifer estaba tan cerca en ese momento...
Y era la primera vez que estaban en una cama. Con ella tan cerca no conseguía pensar en otra cosa. Con un movimiento rápido la hizo quedar debajo de él. No había pegado todo su cuerpo al suyo, le dio algo de espacio, suficiente para que no se asuste. Ya habían estado así antes, pero en una cama y en una habitación en penumbras hacía las cosas diferentes. La miró a los ojos unos segundos, si reconocía miedo en ellos se apartaría de inmediato. Pero no, Jennifer lo miraba fijo, a la expectativa. Se besaron nuevamente, ahora de una forma más intensa, más apasionada. Despacio posó una mano en su cintura, aunque moría por tocarla más, aún no era el momento. O quizá sí, quizá debía probar que tan dispuesta estaba Jennifer para aquello. Podía rechazarlo tajantemente, o podía dejarlo avanzar hasta cierto punto. Pero tenía que intentarlo, la amaba y deseaba, quería que ella lo sintiera. No podían seguir evadiéndose.
No luchó por apartarse, todo su cuerpo cayó despacio sobre el de ella. Y Jennifer no lo rechazó. El beso siguió igual de intenso, quizá hasta más. Cielo santo, la amaba tanto. No solo era la necesidad de su cuerpo, era el deseo de amarla de otra manera, que ella supiera lo mucho que la necesitaba. Besarla era una adicción, moría por tocar toda su piel, por besar cada rincón de su cuerpo. Se estaban ahogando en sus besos, y quizá solo por eso dejó sus labios un instante pero atacar su cuello, y así despacio ir bajando por su pecho. El vestido se había desacomodado, tenía ante sus ojos el nacimiento de sus pechos. Y posó sus labios ahí despacio, moría por devorar sus senos, pero no quería asustarla. Si hasta el momento todo había ido bien esperaba que las cosas sigan así.
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Editado: 08.01.2020