La Perla I: Por deber

Capítulo 43

Descubrieron que su estancia en Nuevo Mundo se iba a prolongar más de lo que imaginaron, a la mañana siguiente bajaron al desayuno y se enteraron de la novedad. El puente no resistió y se derrumbó en plena madrugada durante la lluvia. Aunque por la noche habían estado muy cómodos uno al lado del otro, no habían logrado dormir bien del todo con tanto ruido de la tormenta. Se preocuparon claro, aunque la intención había sido prolongar ese viaje lo máximo posible para poder pasar más tiempo a solas no imaginaron que se iban a quedar totalmente aislados.

—¿No hay otra ruta? —preguntó Orlando mientras desayunaban.

—Nada —le dijo el señor de la casa—, el puente era nuestra única ruta, luego están las montañas. No es un lugar para nada seguro, puede haber bandidos, usted sabe. Además da hacia el otro lado del valle, los alejaría más de La Perla.

—Entiendo —dijo Orlando pensativo. Estaban atrapados en ese poblado hasta que se pudiera hacer algo por el puente.

Ese mismo día Jen y Orlando salieron a ver los destrozos. La tormenta había sido fuerte, varias plantaciones se habían echado a perder. El establo de los Sterne también tenía daños, por suerte la casa no había sufrido más que algunas goteras. Ese mismo día habría una reunión en el pueblo, tenían que organizarse para poder hacer algo, claramente nadie iba a ayudarlos con su puente, ellos mismos tendrían que construir uno provisional. Jennifer lucía preocupada, eso significaba más de una semana de retraso hacia La Perla. Él hizo todo lo posible por calmarla, era solo un inconveniente y en realidad no era tan malo.

Claro que no, si para todos eran el señor y la señora Blanchard. Podían andar del brazo, besarse, encerrarse en la habitación y pasar la noche juntos sin que nadie los moleste. Aquella primera noche juntos Orlando no logró conciliar el sueño pronto, no solo por la tormenta, sino también por el hecho de estar en la cama con Jennifer. Moría por tocarla, cuando la ayudó a desvestirse casi olvida por completo que no eran marido y mujer. Era una tentación demasiado grande aquella, tenía miedo hasta de esperar esa noche y que se repita la misma tortura de tenerla tan cerca y no hacer nada. 

Pero tenía que ser paciente, se lo había prometido. Ella le confesó la verdad acerca de lo que Steve le hizo, no podía simplemente ignorarlo, había que ir con calma. Aunque claro, las cosas eran diferentes ahora. Después que ella le contara la verdad pensaba que solo tendrían oportunidad de estar así en la cama cuando se casaran, pero ya estaban en esa situación y así seguirían por varios días. Quizá era una señal, quizá deberían empezar a probar, quizá solo para saber que tan lejos podrían llegar.

Ese primer día se fue rápido con las reparaciones que había que hacer para la casa Sterne. Tenían que reforzar el establo, una nueva lluvia y se iba a caer. Él, el señor Sterne y sus jóvenes hijos se dedicaron a eso, mientras que Jennifer ayudaba a la señora Therese con los asuntos de la casa. Al final del día cuando quisieron pagar una noche más ellos no aceptaron, les dieron su hospitalidad y ya hasta empezaron a tratarlos como otros miembros más de la familia. 

Durante la cena, Jamie Stene informó que al día siguiente empezarían a recolectar los materiales para el puente provisional y empezarían a trabajar en eso todos los hombres del pueblo. Nuevo Mundo no era un lugar muy grande, habían a lo mucho quince familias y todos se conocían bien. Todos pronto los conocieron a ellos claro, eran formalmente el señor y señora Blanchard. Nadie se había fijado que no tenían siquiera alianzas en sus dedos, ni preguntaron siquiera.

Cenaron tranquilos, esa noche no cayó ni una sola gota de agua. Todos estaban más relajados, a pesar de los destrozos que dejó la tormenta se habían convencido que no era nada que no tuviera solución, solo era cuestión de trabajo duro y poner mucho empeño en acabar pronto el puente provisional. El ánimo de la familia Sterne los alegró. Los padres eran excelentes personas, los dos hijos mayores hacían chistes bastante graciosos y la pequeña Jane era un amor. Era en verdad una suerte haber encontrado una familia tan buena y con la que congeniaran tan bien. Después de la cena se quedaron cerca de la chimenea conversando un poco con la familia. Luego de más de una hora de charla se excusaron y subieron a la habitación juntos.

El ánimo era totalmente diferente al de la noche anterior. Antes habían estado angustiados por buscar un techo, luego presurosos por abrigarse y descansar después de un largo día. Llegaron a su habitación con una sonrisa, apenas se cerró la puerta y sus labios no perdieron tiempo en encontrarse. Sin prisas ni miedo. Eso era lo que menos había, ya no estaba ni estaría por varios días ese temor de ser descubiertos, de un amor oculto, de todo en las sombras. Era eso lo que en verdad los traía felices, la libertad de poner llamarse "cielo", "amor", "cariño" y demás tiernos apelativos delante de quien sea sin sentir culpa o pensar que estaban siendo imprudentes.




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