La Perla I: Por deber

Capítulo 48

Era una lástima que Orlando haya tenido que partir de esa manera de la boda de Elena, pero claro, negocios son negocios. Eso ella lo entendía bien, su padre en muchas ocasiones tuvo que dejar eventos sociales para ir a atender urgencias de la hacienda. Iba a extrañar mucho a Orlando esos días, iba a ser insoportable no poder pasar más tardes a su lado en su cabaña ni en su lugar secreto, tenía que aprender a soportar eso. Orlando estaba hecho todo un hacendado, un hombre de negocios. Cuando se casaran también partiría en ese tipo de viajes, con la diferencia que quizá ella podría acompañarlo como su esposa, de momento solo le quedaba esperar.

Le fiesta duró un poco más, Damon y Elena le ofrecieron a Orlando ir con ellos pues ya tenían movilidad esperando, podría bajarse en la ruta pues iban a la misma capital de Texas. Se negó, dijo que no quería interrumpir a los recién casados, que no podía esperar y era mejor ir rápido a su propio ritmo. Al principio todos protestaron tratando que se quede más tiempo, incluso Cuthbert dijo que sería mejor vayan los dos juntos. Tampoco quiso, le dijo que no iba a apartarlo de Santos y que mejor aprovechen más días solos en la hacienda. No hubo más que decir, en menos de lo que pensaron Orlando ya se había despedido, iba de regreso a La Perla para tomar el equipaje y partir.

Tampoco quedó mucho tiempo para festejar, antes que se haga de noche los novios tenían que partir. Los invitados regresaron juntos a La Perla, no sin antes desearles mucha felicidad y hacerles prometer que envíen su dirección pronto para poder visitarlos apenas puedan. Para cuando llegaron al pueblo ya había anochecido. Bert y Santos acompañaron a Jennifer hasta el portón de entrada de su hacienda, se despidieron muy sonrientes y quedó con ella para pasar al día siguiente a La Esmeralda a darle un vistazo a los caballos. En algo tenía que distraerse, sin Orlando se iba a volver loca de ansiedad. Estaba muy acostumbrada a su compañía y a su amor que mientras cabalgaba tranquila hacia su casa ya hasta sentía deseos de llorar pensando que pasaría varios días sin verlo.

A pesar de la repentina partida de Orlando había sido un buen día. Un día hermoso en realidad. Casi llora mientras veía entrar a Elena a la iglesia y en medio de la ceremonia se les escaparon las lágrimas. Ellos eran la prueba que se podía ser feliz a pesar de todo, a pesar de tanta tragedia. Se veía a sí misma en Elena, ella también fue víctima de Steve, pero llegó Damon a darle esperanzas, a ser su luz. Para ella Orlando significaba lo mismo, su esperanza, su amor, todo. Dentro de poco ella caminaría del brazo del tío Robert y le diría a Orlando en el altar que juraba amarlo y respetarlo por el resto de sus días. Suspiró, ya había llegado a las caballerizas. Dejó ahí a Diamante, se acomodó la ropa y empezó a caminar hacia su casa.

"Qué raro", pensó de pronto. Ahora que se daba cuenta no se había encontrado con nadie desde que entró en la hacienda y a esa hora normalmente había alguien en las caballerizas para ayudarla con Diamante. Se olvidó pronto de eso, aunque se le volvió a hacer extraño cuando vio las luces de la casa apagadas. Era probable que su tía haya salido, aunque Bertha siempre estaba para encender las luces. Al entrar a casa ni siquiera percibió el olor de la cena que a esa hora siempre estaba lista.

—¿Hola? —dijo en voz alta—. ¿Hay alguien? ¿Tía? ¿Bertha?— No hubo respuesta. Si, seguro que todos habían salido, ¿habría pasado algo en el pueblo? Ya lo averiguaría luego. Ahora lo importante era encender los candelabros y las velas. Caminó tranquila cruzando la sala hacia la cocina cuando escuchó algo. Se detuvo, había alguien detrás de ella.

—¿A dónde vas, Jennifer?— Era la voz de su tía. Solo que por alguna razón aquello la asustó y mucho. Era una voz que parecía hasta aterradora. Ni siquiera se giró inmediatamente, sino que lo hizo muy lento.

Por un instante se quedó sin respiración cuando vio aquello. Su tía estaba detrás de ella a la entrada del pasillo que venía de las habitaciones y llevaba una escopeta, su escopeta. No solo la tenía entre las manos, sino que la apuntaba directamente. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y podía ver  su dedo en el gatillo. Iba a disparar en cualquier momento. Sin pensarlo más se lanzó al piso y fue en ese momento cuando su tía disparó. La bala no cayó muy cerca, pero era una clara señal de las intenciones de esa mujer. 

Jennifer estaba temblando. Aquello no era un juego, su tía en verdad quería matarla. Iba a matarla. Jen no tenía sus pistolas a la mano ni nadie que pueda ayudarla. No había forma de defenderse. Empezó a arrastrarse hacia la cocina, todo su cuerpo estaba temblando y se llenó de horror cuando escuchó los pasos de su tía acercándose mientras cargaba el arma.




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