La Perla I: Por deber

Capítulo 60

Tiempo después Orlando pudo reflexionar sobre lo sucedido aquella tarde. Luego le quedó claro que cometió varios errores que costaron caro, aunque siendo sincero quizá las cosas iban a terminar igual de todas maneras. Así Jennifer hubiera aceptado huir con él ese día, la partida se hubiera programado para el día siguiente y quién sabe las cosas hubieran salido peor aún. O quizá no, quizá en ese momento estarían juntos aún, felices a pesar de las dificultades y amándose como siempre habían querido.

Orlando sintió un temor súbito de contarle a Jennifer la verdad sobre Charice esa tarde. Solo le planteó huir sin contar lo más importante, que había una maniática capaz de destruirlo a él y todo lo que amaba pisándoles los talones. No quiso contarle que años antes amó a una mujer más que a nada y que ella se suicidó por una artimaña de Charice, y no solo era la culpa de ella claro, él también tuvo mucho que ver. No procedió como debía, no llegó a tiempo para salvar a Amelie. Era también un asesino, y en ese momento no quiso contarle la verdad a Jennifer, solo quiso convencerla que lo mejor era huir, luego solucionarían el tema de Charice. 

Lo que sucedió fue que Jennifer lo tomó por un cobarde que no quería enfrentar la situación, que quería apartarla de las tierras de sus padres y de su familia porque no quería decir la verdad. ¿Y acaso fue cobarde? Quizá sí. Amaba tanto a Jennifer que no quería decepcionarla más y terminó arruinándolo todo. Ya suficiente había sido para ella aceptar su pasado como bandido para que encima le cuente que su ex amante iba tras de él.

Sus últimas horas de libertad se iban acabando, y cuando Orlando llegó a casa estaba ya convencido que lo mejor siempre fue contarle la verdad a Jennifer. Bert se lo había dicho, que ella no iba a huir pero que si le contaba todo Jen comprendería, que lo iba a esperar. Ya sería para el amanecer, Jen estaba muy vigilada esos días y lo mejor era no levantar sospechas. ¿Qué podía salir mal? El peor escenario era estar separados por más de un año en lo que terminaba de solucionar sus asuntos con los McKitrick. No quería contarle aquella sórdida historia a Jen, pero ya le había contado la parte más dura de su pasado, podía confiar en ella a pesar de todo. Tenía que hacerlo, se iban a casar, sería la única mujer en su vida. No podía ocultarle más cosas, ya no.

Cuando al fin llegó a casa se sirvió un poco de vino, necesitaba relajarse un poco y pensar en sus próximos movimientos. Bert se sentó a su lado, le contó brevemente que el encuentro con Jen no fue bueno del todo por las razones que él ya le había advertido. Cuthbert intentó no gritar un "Te lo dije", aunque sus ojos lo decían. Ahora solo quedaba esperar al amanecer. Las opciones eran pocas, o Jennifer decidía acompañarlo a enfrentar a los McKitrick, o se quedaba a esperar. 

Aunque la amaba y la quería a su lado tenía que admitir que lo mejor era quedarse, ella sabría cómo aplazar la boda con Joseph que estaba programada hasta dentro de un mes, su familia la apoyaría. De todas maneras aquello fue algo que nunca llegó a saber, no hubo ya oportunidad de preguntárselo y durante años se rompió la cabeza pensando cual hubiera sido la respuesta de Jennifer.

—¿Crees que saldrá todo bien? —le dijo Bert despacio mientras terminaban de beber el vino.

—Eso espero. Sé que el viejo McKitrick aún debe querer matarme. Pero él tiene que saber la verdad, tiene que saber la clase de mujer que es Charice.

—Tienes que encontrar como probarlo, si no le demuestras a ese hombre que la desgraciada tiene amantes no podrás avanzar mucho.

—Tendré que seguirla. Ahora debe estar buscando noticias sobre mí, o quién sabe ya en camino. Iré a Washington, cuando no me encuentre aquí no le quedará otra que volver a sus dominios.

—Claro, eso es seguro. Si es que no ha vuelto ya, quizá ni siquiera se está molestando en venir, solo le informará a su esposo para que él se haga cargo. Sinceramente no consigo ver a Charice por acá, ensuciando sus botas con polvo.

—Yo no... no lo sé —murmuró. Sabía que Charice no era de las que se ensuciaban las manos, prefería que otros hicieran el trabajo mientras ella lo maquinaba todo. Pero quizá ella sea capaz de ir hasta allá por él, después de todo por poco la mata. Se quedaron en silencio unos segundos. Los amigos estaban sentados en dos sillas en la puerta de la casa. No muy lejos de ahí Santos y Jake conversaban quizá de caballos, el niño acariciaba el lomo del corcel de Santos mientras ella lo miraba atenta y sonreía.

—Creo que nosotros nos tendremos que desaparecer un tiempo —dijo de pronto Bert—, le diré a Santos que iremos de viajes de negocios, tenemos varios inversionistas que visitar. Es lo mejor.




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