La Perla I: Por deber

Capítulo 64

Fue un entierro bastante concurrido a pesar de todo. No es que Orlando fuera el hombre más querido de La Perla, pero sí se había hecho bastante conocido y mientras estuvo entre ellos se llevó bien con la gran mayoría de las personas. A su muerte todos empezaron a realzar sus virtudes, como aquella vez que salvó a Robert Deschain en el duelo contra los Reynolds y quedó herido. Se hablaba de lo respetuoso que fue, lo atento, lo amable, lo buen patrón. Todos lamentaban que haya tenido un final tan triste, alguien como él no lo merecía. 

Y al no tener familiares, el pésame lo recibían Bert y Santos, fue ella quien se encargó de recibir a la gente que acudía al entierro ya que su esposo no tenía ánimos para nada. Jake se mantuvo cerca intentando pasar desapercibido y ayudando en lo que podía a Santos, con la llegada de tanta gente había mucho que hacer. Ella trataba de poner una buena cara, pero en "La Esmeralda" nadie sentía deseos de eso en realidad. 

Bert parecía estar en un limbo de negación, y Jake aprovechaba cada momento para escabullirse y llorar en silencio. Santos también quería llorar, le dolía ver a su esposo así. Le dolía pensar en el sufrimiento de los últimos minutos de vida de Orlando, pensar en lo mucho que debía estar sufriendo Jen también. Serían días terribles los próximos, era como si la pesadilla nunca fuera a acabar.

El día del entierro Jennifer y Robert aparecieron también, aunque la chica no quiso acercarse mucho. No iba a soportar ver como enterraban en la tierra a su amor, no podría contenerse y estallaría en lágrimas histéricas sobre el ataúd, casi podía verse. Recordaba con claridad el entierro de su padre y como los nervios acabaron con todo su control, como lloró sin parar deseando hundirse en la tierra con él. Era exactamente como se sentía en ese momento, con deseos de acabar con todo de una vez. 

No había visto su cuerpo, no quería. Solo supo que él se estaba quemando dentro de ese fortín y que ella no pudo hacer nada, que el comisario lo encontró desfigurado y nada más. No podía siquiera hacerse la idea que la persona que tanto amó estuviera destrozado dentro de un ataúd sellado y yéndose lentamente bajo tierra. No se acercó mucho, pero si logró escuchar cada palazo de tierra cayendo sobre la madera y se desesperó. Jennifer se alejó llorando y se ocultó tras un árbol tratando que nadie la viera. Él había muerto y no quería ni podía aceptarlo.

Aquello era irreal, a pesar de haber visto el fortín arder, a pesar de saberlo muerto y enterrado, aún así no lograba asimilar que Orlando se había ido. Había estado en su entierro, vio llorar a Bert, vio su nombre en la lápida. Y a pesar de eso no quería aceptarlo. ¿Por qué eso tenía que ser verdad? ¿Por qué la vida le estaba quitando a su gran amor? ¿Qué clase de absurda broma del destino era aquella? Orlando no podía morir así, no podía dejarla de esa manera, él no. Él iba a estar siempre a su lado, así lo habían jurado. Ellos se iban a casar, iban a enfrentar a todos por eso. ¿Cómo asimilar vivir en un mundo donde él ya no existiera? ¿Qué iba a pasar con ella ahora?

 Ni siquiera lo pensaba. No quería pensarlo, no podía siquiera por un instante imaginar un futuro más allá de unas horas después. No quería saber del mañana porque sabía que al día siguiente él tampoco iba a volver. Todo en su vida había perdido el rumbo de pronto y no sabía cómo encaminarse, al menos no aún. Una parte de ella sabía que tenía que seguir adelante, que tenía una promesa que cumplir con papá, que había un juicio por ganar y el honor que recuperar, una familia por la que velar. Claro, claro. Todo eso lo sabía. Pero era como si ya no le importara mucho. No sabía cómo ponerse de pie y continuar al punto que ya no sabía si en verdad quería hacerlo.

A la mañana siguiente del entierro fue Robert a hablar con el comisario. Entendía que la situación era terrible para todos y que con esto del asesinato de Orlando el hombre estaba muy ocupado, la verdad a él también le afectó bastante. Orlando se había hecho su amigo, en Mejis pasaron mucho tiempo juntos, él lo había ayudado en muchos sentidos a sentirse mejor desde la muerte de su hijo. Pero no podía olvidar para qué había ido hasta allá. Su hermana había intentado matar a Jennifer y seguía encerrada en la prisión de La Perla.

Apareció temprano en la comisaria para conocer la situación de su hermana. El comisario le explicó todo, sobre las amenazas de Cordelia, como Joseph la detuvo cuando estuvo a punto de matar a Jennifer y todo lo que declaró. Había sido un momento de locura claro, pero escuchar aquello era terrible. Cordelia era su hermana después de todo, sabía que con los años se había hecho una mujer amarga, pero él aún lograba recordar a la chica risueña que creció junto a él y a la que siempre quiso. Le costaba asimilar que en serio su hermana haya querido matar a Jennifer diciendo cosas tan terribles, que además ni siquiera se retractara. Había perdido la cabeza, y aunque hace unos años la relación entre ellos ya no era la misma, ella siempre sería su hermana menor y no merecía acabar de esa manera.




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