La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 2

Ansel no era un abate Faria, de hecho era bastante joven y soñador. Pero sí que era un tipo listo, hasta lo sorprendía a veces. Orlando había leído hace varios años "El conde de Montecristo", sin duda uno de sus favoritos. Se lamentó de la suerte de Dantés, de las traiciones, y de cómo años después después volvió completamente trastornado en busca de venganza. Y aunque él no era un inocente que ignoraba las razones por las que estaba ahí, tal como pasó con Dantés, habían cosas que no se hubiera puesto a imaginar sin la ayuda de su abate Ansel. Tampoco había un tesoro afuera que encontrar. O quizá si, porque de alguna forma la verdad era un tesoro.

Pasó varios días en la celda frente a la de Ansel, estaba herido y apenas podía moverse. Durante ese tiempo se dedicó a contar con lujo de detalles toda su historia. Primero su pasado como bandido, su idilio con Charice en Chicago y su romance con Amelie. Luego le contó como llegó a La Perla, sobre Jen, sobre Joseph y los Reynolds. Le contó lo que le hicieron a Jen, le contó que juró vengarse de Steve y que cuando pasó se encontró con Charice. Todo acabó en su posterior persecución y captura, aunque en La Perla dejaron la trampa hecha para aparentar su muerte. Ansel escuchaba atento, interrumpía poco para alguna pregunta puntal que quería aclarar y luego lo dejaba continuar con su narración.

—Vaya vida de mierda, eh. Y yo que creía era el ser humano más infeliz de la tierra, me ganaste y con honores.— Ambos rieron aquella vez. Ya no le quedaba de otra, estaba encerrado y sin posibilidades de escapar. ¿Qué otra cosa podía hacer que reírse de sí mismo?

—Y bueno, Ansel, ¿qué opinas?

—Pues que esa Charice era una arpía detestable ya lo sabía, es más lo tengo muy claro. Lo que se me hace raro es lo que te pasó en La Perla. No lo sé, me deja dudas.

—¿Por qué dices eso?

—Muy rápido —dijo pensativo—, tú apenas habías llegado y al día siguiente te capturó. ¿En qué momento se dio tiempo para contratar a tantos bandidos?

—Ansel, en el oeste lo que sobra son esa clase de gente. No es muy difícil.

—Si, claro eso ya lo sé. Igual me parece que fue todo muy rápido, muy organizado. ¿Me explico? Sé que ese Steve le ayudaba, pero si prácticamente fue expulsado del pueblo muchos contactos no tenía, ¿no crees?

—Ajá...—entendió de pronto. Charice no era mujer de relacionarse con bandidos, su guardaespaldas no conocía el oeste, a Steve nadie lo quería. ¿De dónde sacaron tanto personal? ¿Por qué tan rápido?

—Además —continuó. Se veía inquieto, caminaba de un lado a otro de la celda mientras encajaba todas las piezas—, si me dices que eres un ex bandido, y cerca de La Perla solo estaba tu gente, ¿acaso te traicionaron? No, claro que no. Eras una persona conocida en el valle, se pudo correr la voz inmediatamente apenas buscaron contratar bandidos. Porque tienes contactos, ¿verdad?

—Muchos.— Claro, ni se le había ocurrido. Si alguno de sus hombres se enteraba que alguien buscaba contratar bandidos para desaparecerlo le hubieran advertido de inmediato.

—Alguien les ayudó —dijo Ansel muy seguro—. Alguien con sus propios pistoleros, alguien con tanto interés en desaparecerte como Charice. ¿Quién pudo ser? —le tomó unos segundos llegar a la verdad. Por un instante no pudo creerlo. Su expresión se tornó sombría, ya tenía el nombre. Le dio tanta rabia que ni pudo pronunciarlo al principio, y cuando lo hizo fue con mucho asco.

—Morgan.

—Bien dicho, vaquero.

Joseph, el maldito Joseph. Había sido él, ¿sino cómo Charice hubiera conseguido tanta gente de la nada? El desgraciado tenía a sus propios matones, gente a la que le pagaba bien y que le era leal. Y él era el principal interesado en La Perla de desaparecerlo para poder quedarse con Jennifer. No se le hacía difícil imaginar una alianza entre Joseph y Charice, ella contándole lo que sabía gracias a la información que Steve le había dado, él montando en rabia y prestando su personal para deshacerse de él. Era una hipótesis claro, pero tenía mucho sentido. Tanto sentido que lo aceptó como una verdad absoluta y ya no tuvo dudas. No fue solo Charice, fue Joseph también.

Rabió mucho con esa idea. Por varios días mientras se recuperaba no quiso hablar de otra cosa, estuvo dando vueltas al asunto una y otra vez para convencerse que si, fue ese miserable el culpable de todo. Si antes lo había detestado por ser el prometido de Jennifer, de pronto lo odiaba de verdad. Tanto como a Charice, quizá más. Sabía que probablemente no llegue a salir de ese lugar nunca, y aún así juró vengarse de él.




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