La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 4

Bert y Jake regresaron a "La Esmeralda", solo se quedaron unos minutos más desde que Jennifer se fue. No había mucho qué hacer ahí, solo una tumba que jamás les daría ninguna respuesta, solo una fría piedra y los restos de un cadáver que se estaba consumiendo desde hace cinco años. Era triste y duro pensar en eso, pero era la verdad. Estar ahí solo tenían un valor simbólico, no era nada en especial. Orlando no vivía en ese cementerio, vivía siempre en sus recuerdos y sus corazones. La fecha era triste claro, y al igual que a Jennifer, ellos también sentían una especie de ansiedad, era como si de pronto cayeran en un hoyo. 

Cuthbert no conseguía olvidar la terrible imagen de ese fortín en llamas, de ver como se derrumbaba con su amigo muriendo dentro sin que él pudiera hacer nada. Y Jake a veces pensaba qué hubiera pasado si no le disparaban esa mañana, si quizá hubiera llegado antes a dar la voz de alerta. Puede que él estuviera vivo, puede que las cosas hubieran sido diferentes. Pero solo le quedaba recordar la tristeza y el dolor de aquel día cuando supo que él estaba muerto.

Los primeros meses desde la muerte de Orlando fueron difíciles para ambos. Cuthbert iba a ser padre y se esforzaba por estar a la altura, por acompañar a Santos en el embarazo y ocuparse de la hacienda. Pero su mente siempre estaba en otro lado. En los recuerdos, en la soledad, en la culpa de no haber podido salvarlo. Era duro, una parte de él sentía que quería darse al abandono, simplemente olvidarse de todo, dedicarse a la bebida y andar errante. Pero ahora tenía a su esposa, a un hijo en camino. Fueron su ancla en el mundo, tenía que ser fuerte por ellas. 

Si, ellas. Sus dos amores. Santos aseguraba que el bebé sería mujer pues así se lo habían dicho las curanderas en la aldea de su madre, pero él decidió esperar al parto. Claro que Santos estuvo en lo cierto, y al caer la noche, luego de un doloroso día de contracciones y maldiciones de parte de su esposa, nació Misae. La primera vez que la tuvo en brazos por poco rompe a llorar. Era tan pequeña y hermosa, tan frágil, tan bella. Su linda princesa. Él y Santos se sentían bendecidos, nada podía hacerlos más felices que aquello. La paternidad había llegado en el momento ideal, si no hubiera sido por el embarazo de Santos y por esa bebé probablemente Bert se hubiera hundido en la soledad y la bebida.

Muy aparte del tema familiar había otro asunto que atender. El asunto en cuestión respondía al nombre de Jake. Aunque después de la muerte de Orlando el niño siguió viviendo en la hacienda, en realidad ya no hacía mucho. O mejor dicho nada. Ya no atendía a los caballos, ni siquiera movía un dedo para nada. Se levantaba muy tarde, vagaba por ahí, y también regresaba casi de madrugada. Bert casi nunca lo encontraba, pero ya le habían llegado rumores de que se le había visto haciendo algunas "travesuras" en el centro del pueblo. Travesuras que pronto serían delitos si él no hacía algo pronto. Así que una noche lo esperó hasta muy tarde, le urgía hablar con él. Cuando lo vio el muchacho pareció sorprendido, pero pronto adoptó una postura desinteresada, hasta altanera se atrevía a decir.

—Vaya, así que al fin te dignas a aparecer —le dijo muy serio—. ¿Se puede saber dónde has estado?

—¿Importa? —contestó muy insolente—. Estoy fuera de mi hora de trabajo, puedo ir a donde quiera.

—Trabajo —dijo Bert con ironía—. ¿Se puede saber qué trabajo? Interesante que toques ese tema. Verás Jake, estamos haciendo reducción de personal. No estás aportando nada útil a esta hacienda, así que me temo es hora de despedirte.

—¿Qué? No, usted no puede hacer eso. Fue Orlando quien me contrató, dijo que era un empleado formal.

—Pues Orlando está muerto, yo mando aquí. Y te estoy despidiendo —notó como el niño fruncía el ceño. En realidad ahora que lo miraba bien ya no parecía nada el pequeño que llegó a la hacienda con timidez hace ya bastante tiempo. Era un muchacho, había crecido bastante y hasta la voz le había cambiado. Vaya, los milagros que hacía la pubertad.

—No hable de esa manera de él —dijo muy molesto—, como si ahora muerto su palabra no valiera nada.

—Vaya, qué gracioso que seas tú quien diga eso, Jake. Es para ti que su palabra no vale nada. Ni sus sueños de verte hecho un hombre de bien, de darte un futuro, una educación, un trabajo. Todo lo estás arrojando por un abismo. Dime, muchacho, ¿cómo crees que se sentiría él de saber en lo que te estás convirtiendo? Un vago, un futuro delincuente más. Orlando quería algo diferente para ti, quería que fueras un buen hombre. Quería que seas lo que él nunca pudo ser. Pero ya veo que eso a ti te importa una mierda. ¿Y sabes una cosa? Yo no estoy para rogarte, si quieres convertirte en un canalla más eso a mí no me interesa. Pero una cosa si te digo, no vas a quedarte en esta hacienda como un estorbo. ¿Quieres un sueldo? Trabajarás por él. No pienso tolerar vagos en mi propiedad. Ya lo sabes, si mañana no te veo haciendo nada productivo será mejor que alistes tus cosas y te largues.— No quería ser duro con esa muchacho, después de todo solo estaba desorientado por la muerte de su protector. Sabía que Orlando y él fueron muy unidos, sin él Jake había perdido el rumbo. Pero tuvo que hablarle así, sin suavizar las cosas. Y esperaba haberlo hecho reaccionar.




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