La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 8

Orlando esperó paciente el retorno de Ansel. Era bastante claro que iba a tardar, después de todo tendría un encuentro a solas con su amada y sin duda había muchas cosas que hablar. Hasta se quedó dormido buen rato en lo que su amigo llegaba, y despertó justo cuando él entraba a la habitación. Se incorporó aún somnoliento y notó que ya era de noche. Parecía que esa conversación no había ido nada bien, Ansel estaba cabizbajo, tenía los ojos rojos como si hubiera llorado. "Ella está casada, y al parecer quiere seguir así. Él sabe que ya no hay esperanza para ellos". Por alguna razón ese pensamiento lo hizo sentir mal. Porque si las cosas habían seguido su curso en La Perla, al regresar encontraría a Jennifer en la misma situación. Casada con Joseph, quizá ya hasta con hijos. Y si era así tampoco habría esperanzas.

—¿Y bien? —preguntó él al fin—. ¿Cómo te sientes?

—Bastante hecho mierda —se sentó en la cama y empezó a quitarse las botas. Claro, eso era evidente.

—Lo siento, de verdad.

—De todos modos siempre supe que esto iba a pasar. Ya hasta lo había aceptado. Orlando, creí estúpidamente que si me hacía la idea de que nosotros ya no podríamos estar juntos las cosas serían mejor. Pero igual duele, duele mucho.

—Ansel, de verdad lo lamento. Entiendo lo que te pasa, yo tengo miedo también. Creo que explotaría si al regresar veo a Jen con él y me queda claro que no podremos volver a estar juntos.

—Pues yo espero que no te pase eso. No se lo deseo a nadie, menos a ti.— Silencio. Ansel se recostó en la cama, se quedó mirando el techo en silencio. Parecía haber dado por terminada la conversación, pero había otro tema que tocar.

—Ansel, ¿te dio las cartas? ¿Te dijo dónde estaban? —soltó un hondo suspiro. ¿Debería interpretar eso como un no?

—No las tiene.

—¿Cómo?— Oh mierda, no. Eso no podía estar pasando.

—Se las quitaron.

—¿Gente de ese McRostie?

—No, bueno, ella dice que no. Si hubiera sido gente de McRostie la hubieran matado, yo también creo eso.

—¿Entonces?

—Ella sabe quién fue, la ladrona ni se molestó en ocultar su identidad, supongo que sabía bien que Kathleen jamás la encontraría. Dijo que era una mujer del oeste.— Eso captó su atención de inmediato. Si era así entonces quizá la conocía.

—¿Cómo se llamaba?

—Annie Blake.

—Mierda.— ¿Era en serio aquello? Suspiró, la verdad que todo ese asunto era de locos, no se la creía. Annie Blake. Annie otra vez en su vida.

—¿La conoces?

—Es una pistolera.

—Lo supuse.

—Ella es... bueno, es excelente. En realidad tiene una puntería de envidia, solo he visto a una persona disparar como ella y ese era Robert Deschain. La conocimos en una competencia de tiro al blanco, literalmente nos hizo mierda a todos.

—¿Nos hizo?

—Si, también Bert la conoció. No es una persona que inspire mucha confianza, ¿sabes? Siempre sientes que te está estafando, que cuando menos lo esperes sacará las garras y te destrozara. Es una mujer peligrosa, asesina a sueldo. Hace bien sus trabajos.

—¿La conociste bien?

—Pues así bien, bien, no tanto. Ya te dije, no me agradaba, siempre me pareció peligrosa, sin principios. Bert la conoció mejor.

—¿Estás queriendo decir que Bert y ella...?

—Pues que a Santos no le gustaría saber que hubo una Annie Blake en la vida de Bert. Y menos que vuelva a su vida.

—Oh... entiendo.

—No se amaban, se divertían nada más. La "relación" terminó cuando Annie le vació una cuenta alterna a Bert, la desgraciada le robó buen dinero. En fin, esa es Annie Blake. Y si esa mujer fue a quitarle las cartas a Kathleen seguro fue por encargo de alguien.

—¿Pero de quién? McRostie tiene suficientes matones de confianza como para contratar a una pistolera del oeste, sería demasiada molestia para él.

—Pues alguien más debe ser, alguien que también se haya enterado de la existencia de esas cartas.

—¿Y si lo hizo por su cuenta? ¿Qué tal si Annie Blake no está trabajando para nadie? ¿Y si fuera un interés personal?




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