La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 16

Conoció a Ansel a la hora pactada. No tuvo que dar muchas explicaciones a Joseph, solo dijo que iría a visitar a los Allgood y llevaría a Julius para que juegue con Misae. Y como la idea animó al niño de sobremanera, entonces Joseph cambió la cara larga y dejó que su hijo vaya a divertirse un rato. 

Llegaron pronto a La Esmeralda, Jen tenía prisa, y parecía que Julius también. Se preguntaba si quizá ese apuro tenía que ver con Orlando, después de todo había llamado la atención del pequeño. Comprobó que era así cuando ni bien lo vio en la sala se acercó corriendo a él para saludarlo. Todos se quedaron en silencio y sin saber qué hacer, Bert miraba a Santos, Santos a ella, y ella paralizada miraba a padre e hijo juntos por primera vez.

Intentó contenerse y no llorar, estaba emocionada. Muchas veces se había preguntado cómo hubieran sido las cosas si Orlando no hubiera "muerto", cómo se verían esos dos juntos. Lo imaginaba sonriendo, feliz, con los ojos brillantes de tanta alegría. Era exactamente esa escena la que se repetía al frente de ella. Después de un rato llegó Misae y el niño se distrajo de la novedad, pronto los dos se fueron corriendo entre risas y juegos mientras Orlando lo seguía con la mirada.

—Me encantaría decirte que pronto se cansarán y Julius volverá corriendo, pero ese par nunca se cansa —bromeó Bert—. La única forma en que paren sería que destrocen algo sin querer en medio de sus juegos.

—Como pasó la última vez —agregó Santos—. Y se supone que Misae está castigada por romper mi adorno familiar. Pero ya la ves, no hay quien la detenga. Es indomable — sonreía. Aunque Misae podía ser un dolor de cabeza para todos, en especial para Bert, ella parecía orgullosa de su hija, de ese carácter fuerte. Indomable, tal como decía ella.

—Pero vayan —les dijo ahora Bert—, nosotros cuidamos que los niños no se acerquen. Ansel está adentro en la oficina. Podrán conversar tranquilos.— Orlando y Jen asintieron, sin decirse nada comenzaron a caminar hacia la dirección indicada.

Cuando Jen escuchó que Ansel fue el compañero de prisión de Orlando imaginó encontrar a alguien mayor, que parezca claramente un presidiario, o siquiera alguien parecido a él. Se sorprendió de ver un muchacho que quizá ni llegaba a los treinta, y si era así lucía muy joven. No recordaba haberlo visto antes por el pueblo, quizá estuvo demasiado ocupada para fijarse en esos detalles. El chico lo saludó con una sonrisa, estrechó su mano con amabilidad, hasta ella terminó sonriendo. Había algo en él que era bueno, podía sentirlo. Era un buen hombre, no había en su mirada nada de engaño ni malicia, le recordó mucho a su fallecido primo William.

—Debo decir que estoy muy feliz de conocerla, Jennifer —dijo él mientras tomaba asiento al frente de ella—. Orlando me ha hablado tanto de usted que siento la conozco de hace años, aunque ya la había visto de lejos, ahora hablando así cara a cara me siento más cómodo.

—¿Él le hablaba de mí? —preguntó mirando de reojo a Orlando. ¿Qué cosas le habrá contado? Cosas muy buenas parecía ser, el chico lucía hasta admirado.

—Claro que si, tenía que hacerlo. Los dos hablábamos mucho, era eso o caer en la locura de la soledad. Es usted casi como la imaginaba.

—¿Casi?

—Pues como la describía Orlando pareciera que estuviera hablando de una diosa del Olimpo o alguien mejor incluso. Creo que para él siempre fue incluso más bella que Afrodita.— Sin querer enrojeció al escuchar aquello. Una vez más miró de reojo a Orlando y notó que él sonreía discretamente. El latir de su corazón empezó a acelerarse, no olvidaba lo hermoso que era verlo sonreír.

—Ya, Ansel, deja de ser tan chismoso —bromeó ahora él.

—Aunque ahora que la conozco y que he escuchado más de usted, diría más bien que es como una heroína. Supe que fue a rescatar a mi amigo cuando creyó estaba prisionero, que disparó, que tuvo a Charice en sus manos. Cuánto me hubiera gustado ver eso. Splo por eso ya la considero mi heroína.

—Vaya... —Para ella no fue nada heroico lo que le hizo a Charice aquella vez, estuvo muy desesperada, gritando, buscando matarla y sin conseguirlo—. Ansel, agradezco sus palabras —dijo ahora más seria—, pero ahórrese eso de la heroína por ahora. Lo seré y aceptaré ese elogio cuando encuentre a Charice McKitrick y le dé un tiro en la cabeza, tal como prometí ese día.— Aunque pensó que el muchacho cambiaría al escuchar su dureza, terminó soltando una risita.




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