La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 19

Pasó una semana desde la muerte del señor Jonas, y aunque parecía que las cosas hubieran vuelto a la normalidad, había algo en el ambiente que no le dejaba asegurar eso. Ansel llegó a La Perla e hizo de "La Esmeralda" su hogar temporal. Se sintió a gusto desde el momento en que llegó, todos se encargaron de eso. El personal de la hacienda lo trataba con amabilidad, se estaba llevando muy bien con Cuthbert, Santos fue buena con él, y ni hablar de la pequeña Misae que llenaba la hacienda con risas y alegría. Todo eso se había apagado, era más que obvio. Ya nadie lloraba abiertamente, si quizá lo hacían era a escondidas. Santos se esforzaba por ser la misma de antes, cosa imposible claro. Ansel apenas conocía a los Allgood, y aún así para él era muy obvio que la familia estaba triste.

Estaba también la confesión de Santos sobre las últimas palabras de su padre. Aquello le parecía al joven periodista un golpe más duro que la muerte del hombre en sí. Santos podría aceptar la muerte de su padre como un proceso natural, después de todo ya estaba enfermo. Pero aceptar que el hombre que amó siempre como a un padre no fue tal, eso sí que era una cosa terrible. Le daba pena, ella parecía una buena mujer y no merecía sufrir por eso. Tampoco creía que esa haya sido la intención del hombre, solo no quiso llevarse a la tumba ese secreto. "Porque quizá puede ser descubierto", pensó Ansel. Ah, pero él era experto en descubrir secretos ajenos.

—Creo que debería ayudar —le dijo a Orlando mientras estaban sentados en el umbral de la puerta.

—¿Ayudar en qué? ¿A qué te refieres?

—A Santos, ayudarla a investigar. A descubrir quién es su padre verdadero.

—¿Y en verdad piensas que ella quiere algo así?

—¿Por qué no lo querría? Me parece lo más lógico. Tú la conoces más, ¿qué opinas?

—Seguro que si querrá...—dijo pensativo—. Pero ahora no, Ansel. Es muy pronto.

—Ya sé, la herida está fresca. Pero aún así creo que yo puedo ayudarla. Ya sabes que soy muy bueno sacando al aire chismes ajenos.

—Si no fueras tan bueno no estarías metido en esto —bromeó Orlando. Ansel sonrió y se encogió de hombros. ¿Qué podía hacer? Era su naturaleza.

—Bueno, ¿y crees que acepte mi oferta?

—No sé si quiera a otra persona hurgando en su secreto, pero...

—Igual puedes hacerle saber que cuenta con mi ayuda. ¿Lo harías?

—Pues...

—No será necesario.— Era la voz de Santos. Los dos se giraron lentamente, acababa de salir de la casa, quizá estuvo detrás de la ventana escuchando todo—. Yo acepto tu ayuda, cuanto antes empieces, mejor.— Los tomó de sorpresa, no pensaron que en verdad quisiera empezar con las pesquisas tan pronto. Ansel solo asintió despacio—. Y creo que está de más decirte que quiero que seas muy discreto.

—Claro, de eso no se preocupe, Santos —dijo él muy seguro—. Discreción es mi segundo nombre.

—Por favor, haga lo que sea necesario. Y si ese miserable sigue vivo...—se refería a su padre claro—. Que no sospeche que yo sé algo.

—Bien, así será.

—Santos, ¿estás segura? —intervino Orlando. Ella lo miró y asintió, entonces no había más vuelta que darle. Santos podía ser igual de testaruda que Jennifer cuando tomaba una decisión.

La conversación no pudo durar más tiempo, de atrás de la casa llegaron corriendo Julius y Misae. En realidad nadie se dio cuenta en qué momento llegó el niño, quizá como decía Bert, Misae fue a secuestrarlo y lo llevó a jugar a la hacienda. Eso era bueno, el hecho que la niña se tome un momento para volver a las antiguas andanzas significaba que pronto volvería a ser la misma. Santos la miró con una sonrisa, al parecer ella también pensaba lo mismo.

Ansel miró de reojo a Orlando mientras este observaba fijamente a su hijo. Si había alguien en el mundo quien entendía lo que le pasaba a Orlando, ese era él. Ansel también vio a la mujer que amaba, la escuchó decir que estaba casada con otro, la vio convertida en algo que jamás deseó para Kathleen, una simple ama de casa sometida al esposo y no una brillante escritora de éxito. Él también sintió lo que era perder las esperanzas, aceptó con dolor el hecho de que esos años pasaron y que nada, ni su idea de venganza y justicia, le iba a devolver todo lo que perdió.

Y aunque Orlando no lo dijera, él sabía lo que estaba sintiendo. Dolor por saber a Jennifer casada con su enemigo, por verla convertida en alguien diferente a la persona que conoció. Jennifer ya no era esa chica impetuosa que él amó, su guerrera. Era un ave encerrada en una jaula de mentiras, un ave que de vez en cuando aleteaba fuerte como cuando fue libre, pero eso no significaba nada, seguía presa. Era una buena esposa, en un buen matrimonio, con la familia perfecta. Vistiendo ropa fina, asistiendo puntual a misa, complaciendo al marido, viviendo para él. Eso debía de dolerle a Orlando tanto como le dolía a él imaginar a Kathleen en esa situación.




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