La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 23

Aunque Damon le aconsejó que en esta ocasión deje de pensar en lo que era correcto y simplemente siguiera sus deseos, pensar en eso se le hacía muy difícil a Jen. Porque por un lado moría por volver a los brazos de Orlando, pero por el otro no quería perder el afecto de Joseph. Dios, qué horrible se sentía eso.

Las cosas no estaban bien con Joseph, desde que supo que Orlando volvió a La Perla sentía que la vigilaba. Temía, y con razón, que ellos volvieran a ser amantes. A Jennifer le irritaba sentirse controlada y vigilada, pero entendía los temores de Joseph. No lo justificaba, sino que entendía que no quisiera que ella y Orlando se vieran seguido. Tampoco soportaba los silencios incómodos en casa, que no se hablaran mucho pues él parecía molesto, que toda la complicidad desapareciera como por arte de magia. 

Se sentía una niña que no podía decidir, por un lado ansiando la pasión y la compañía de su primer amor, y por el otro lado tratando de mantener un matrimonio estable sin perder a su compañero. ¿Podía querer a los dos? Bueno, al parecer si. ¿Podía mantener una relación con ambos a la vez? No, jamás. Los dos se odiaban a muerte y jamás aceptarían algo como eso.

Ella tampoco quería seguir jugando a la mujer indecisa, y eso sería fácil si pudiera decidir rápido. No quería pasar la noche con uno y luego correr a un encuentro secreto con otro, no quería vivir esa situación. Pero entonces tendría que dejar definitivamente a uno de ellos pronto. Y ya mejor ni pensar en eso, sentía que le iba a explotar la cabeza si seguía con ese tema. Debería seguir el consejo de su amigo, vivir el día a día y que pase lo que tenga que pasar.

—Señora—la voz de uno de los capataces la despertó de sus reflexiones. Ella reaccionó pronto, quizá lucía como si estuviera en otro mundo—, disculpe que la moleste.

—No hay problema, ¿qué sucede?

—Un cliente ha venido, hizo un trato con el señor durante la feria.—Ella asintió—. No sabía que el patrón estaría fuera, así que pregunta si quizá usted puede atenderlo, no hay problema si no puede.

—¿Es uno de los antiguos?

—No, señora, debe ser nuevo. Posible cliente quizá.

—Bien, voy para allá.

Para variar Joseph había viajado fuera del pueblo. Ella pudo acompañarlo, pero decidió quedarse para empezar a buscar si en caso las pruebas estaban en algún lugar de la hacienda. Joseph llevaba retrasando ese viaje por días, no quería dejarla con Orlando rondando por ahí, solo se fue cuando supo que él también viajaba. Le molestaba un poco esa falta de confianza, pero sabía que igual aprovecharía la ausencia de Joseph para verse con el otro. ¿Es que se estaba volviendo loca? Ese tema de tener a dos hombres iba a acabar con su cordura.

Fue directo al despacho donde solían recibir a los clientes. Al entrar encontró a un hombre joven, pasados los treinta pero menos de cuarenta, sin dudas. El hombre se puso de pie de inmediato para saludarla, ella lo quedó mirando fijamente, tratando de reconocerlo, quizá se lo presentaron durante la feria. "No, para nada", se dijo después de mirarlo bien. No tenía pinta de un hacendado o inversionista rico, tampoco lucía como un tipo humilde, más bien estaba en un punto medio. De origen humilde quizá, sin nada de soberbia en su postura, sin mirar por encima del hombro.

—Disculpe la demora, mi esposo no está en la hacienda.

—No se preocupe, señora, no quería molestarla.

—No me molesta, estoy al tanto de todos los negocios de la hacienda, puede que mi esposo me haya comentado antes sobre usted...—Se quedó con la palabra en la boca, el capataz olvidó decirle su nombre, y ella olvidó preguntarlo.

—Neil Arnold, señora. Neil Arnold Daniels.— Ella asintió. Estaba algo avergonzada, ¿dónde tendría la cabeza que ni pudo preguntarle el nombre a su invitado?

—Ya lo recuerdo, Joseph mencionó algo sobre semillas y ganado, ¿verdad señor Daniels?

—Si, exactamente, señora...—Él también se quedó con la palabra en la boca, no sabía su nombre. Finalmente los dos terminaron sonriendo, habían caído en el mismo error.

—Jennifer. Soy Jennifer Morgan, aunque algunos me siguen llamando por el apellido de mi padre, Deschain. No es problema para mí.

—Entonces, señora Jennifer —continuó—, era justo sobre ese tema, ya veo que usted está bien enterada.

—Pues así bien enterada de cada detalle, digamos que no. Estuve muy ocupada los días de la feria, ni lo vi.




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