La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 25

Jennifer sintió deseos de llorar cuando los vio juntos. En realidad era una especie de emoción lo que la invadía en ese momento al punto de llenarle los ojos de lágrimas.

Esa tarde fue a "La Esmeralda" con Julius, su hijo quería jugar con Misae y con Orlando. Lo dijo así exactamente, que había quedado con "el señor Blanchard" jugar a las carreras y que no podía faltar. Fue una suerte que Joseph no haya escuchado eso, no quería más problemas con él. Así que al llegar dejó a su hijo con su amiguita y se sentó un momento a tomar el té con Santos. Afuera de la casa se escuchaba algo de ruido y risas, así que solo por curiosidad se asomó.

Bert y Orlando tenían cada quien a sus hijos en las espaldas y corrían. Ellos pretendían ser los caballos, y los niños los jinetes. Julius se sostenía fuerte de Orlando, él cogía bien a su hijo para que no se caiga. Jake también estaba en ellos, él llevaba dos pañoletas e improvisaba señalando la salida, la meta, y también la hacía de jurado. A una señal de Jake, ellos se pusieron en la línea de salida, cuando levantó una pañoleta los dos hombres salieron a la carrera mientras los niños gritaban a su "caballo" que corriera más rápido. En esta carrera ganaron Orlando y Julius. Al llegar a la meta Orlando bajó al niño de su espalda un instante, pero de inmediato Julius extendió los brazos para que lo cargue. Entre risas él levantó a su hijo y le dio varias vueltas en el aire mientras reían.

Una escena similar había imaginado siempre. A veces cuando se preguntaba como hubiera sido la vida si Orlando no hubiera "muerto" en ese accidente, escenas así acudían a su mente. La hacía tan feliz verlos juntos, a padre e hijo. Ver la sonrisa de Orlando mientras jugaba con su hijo, ver a Julius riendo con su padre aunque no lo supiera. Eran tan bellos que quería llorar.

—Qué bien se llevan, ¿no?— Fue Santos quien hizo el comentario. Jennifer solo asintió—. Sé que es un inicio, pero parece que han congeniado bien.

—Si, hasta ahora todo va de maravilla.

—¿Y Joseph no ha hecho problemas?

—No ha dicho nada.

—Por ahora.— Jennifer no respondió a eso. Entendía que Santos no confiara en Joseph, siempre se habían llevado mal después de todo. Pero ella confiaba en que Joe no haría esa maldad, que no pondría a su hijo en contra de Orlando. No había necesidad de eso en realidad. Porque aunque sea terrible admitirlo, por más que Julius llegue a querer mucho a Orlando, a quien seguía amando como a un padre era a Joseph.

—Creo que las cosas están saliendo bien, a pesar de todo.— Santos asintió.

—Es casi un milagro —contestó ella. Y la verdad era así, temió que cuando Orlando revelara que estaba vivo ante toda La Perla las cosas se pusieran tensas y arrancaran los problemas. Pero nada de eso estaba pasando, aparte de sus rencillas con Joseph, todo estaba bien. Incluso estaban manejando bien la presencia de esa Annie en La Perla. La bandida ya había dicho el precio para darle su parte de las cartas y por poco se cae de espaldas. Era cierto que estaba dispuesta a lo que sea por probar la inocencia de su padre, pero tampoco iba a ceder a los chantajes de esa mujer.

—Si, es cierto. Solo hay que estar atentas.— Jennifer asintió. En eso no podía darle la contra a su amiga. Ya estaba curada de esas cosas, ya no era ninguna chiquilla enamorada. Jennifer tenía claro que no podía confiarse de la felicidad y la calma que la vida le daba, que detrás de todo eso algo podría estarse urdiendo. No sabía de donde le vendría el golpe, y por eso se mantenía alerta.

—No se cansan nunca, ¿verdad? —dijo en referencia a Misae y Julius. Claro que no, ese par era como una tormenta.

—Ya se les da por ir a hacer travesuras, los conoces.

—Iré adentro.— Santos solo asintió, no hizo ningún comentario aunque supiera a qué se refería.

Jennifer tenía menos libertad para encontrarse con Orlando. Cuando era soltera y solo tenía un compromiso podía ir y venir, la única persona a quien le daba explicaciones era a la tía Cordelia, y eso no contaba mucho. Ahora eran pocos sus ratos de libertad real. Podía aprovechar una hora o un poco más cuando iba a supervisar el trabajo a su lado de la hacienda, pero incluso eso era arriesgado, siempre había preguntas. Era mejor disimular, aprovechar momentos como esos. "La Esmeralda" era una zona segura, ahí nadie la vigilaba, al contrario, era libre. Estaba protegida por sus amigos, y si eso no bastaba, por la seguridad que daba el personal de la hacienda. Ese era el lugar perfecto.

Por un instante alejó de su mente todo pensamiento que la hiciera sentir culpable, eso lo dejaría para después, cuando esté camino a casa para ver a Joseph. Porque la culpa siempre estaba presente, pero la única forma de vivir con ella era apartándola por ratos. Jen abrió la puerta de la habitación, se sentó al borde de la cama y se quitó los zapatos para luego dejarlos a un lado. Llevó sus manos hacia la espalda y empezó a desatarse el vestido. Iba con paciencia, sabía que él aún tardaría un poco más, tampoco es que quisiera quitarle tiempo con su hijo. Pero conocía a Julius y pronto querría hacer travesuras con Misae, se aburriría del juego de los caballos y preferiría irse por ahí a corretear con su amiguita.




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