Un domingo cualquiera después de la misa en La Perla la gente suele ir a la plaza o al mercado, ya que se cierran las calles y varios puestos de mercancía son acomodados en los alrededores. Es un día entretenido y muchos no pierden la oportunidad de comprar novedades traídas desde las ciudades del este, las familias van juntas a distraerse, hay hasta algunos juegos para niños.
Ese día la familia Morgan decidió quedarse en el centro ya que almorzarían en casa del alcalde, el hombre les había hecho una invitación especial. Según Joseph seguro que quería sacarles alguna jugosa colaboración para algún proyecto.
Jennifer, Joseph y Julius caminaban entre los puestos cuando ella recordó algo súbitamente. Lo habló despacio con Joseph, había encargado en la tienda del señor Gauntt un juguete para su hijo y quería ver si ya estaba listo o si tardaría mucho, la idea era darle una sorpresa al niño para su cumpleaños que ya se acercaba. Joseph asintió, distraería a Julius mientras ella iba a preguntar. Jennifer se fue discretamente, él y Julius caminaban tranquilos, llevaba al niño de la mano sin ningún problema. Lo soltó solo un instante para poder pagar un dulce que le iba a comprar, apenas unos segundos.
Bastaron esos segundos para que el niño se escapara. Joseph miró de lado y vio como Julius salía corriendo entre risas, suspiró exasperado, ya sabía por qué era eso. Esa maldita niña Misae debía de estar cerca. Al girar vio que justo se estaba encontrando con su amiguita, quien además tenía una manzana acaramelada. Siempre lo decía, bastaba la presencia de esa niña para que todos los modales se le vayan a Julius, lo que menos quería era que su hijo se ponga a jugar con esa pequeña india. Se dio la vuelta por completo, iba a llamar a su hijo, pero de pronto otra figura se hizo presente.
Blanchard. Al parecer el tipo había llevado a Misae de paseo pues no veía a sus padres cerca. Joseph se quedó paralizado un instante sin saber qué hacer, peor aún cuando vio lo que vio. Orlando se agachó hasta quedar a la altura del niño, luego Julius lo saludó dándole un abrazo. No podía reaccionar, su hijo, el niño que crió y amó como suyo, estaba ahí con su verdadero padre. Y encima el desgraciado se atrevió a cargar a su hijo, los dos sonreían, el niño parecía contento de verlo. Ahora que los veía juntos sentía que todo se paralizaba. Eran muy parecidos, solo al verlos uno al lado del otro cayó en cuenta de eso. "Pero es tuyo, Joseph. Tú lo cuidaste, tiene tu apellido. Es tu hijo, ve por él". Tardó unos segundos más en reaccionar, pero luego caminó con decisión hacia ellos.
—¿Iremos a jugar luego? —preguntó Julius aún en brazos de Orlando—. Iré a almorzar con mis papis, pero creo que en la tarde puedo ir a la hacienda.
—¡Si! —gritó Misae y dio un salto— ¡Quiero jugar!
—Te espero entonces —contestó Orlando. Iba ya a bajar al niño, cuando de pronto Misae dejó de reír. Levantó la mirada y la razón de eso se iba acercando a ellos. Desde esa vez en que Joseph fue a enfrentarlo en la hacienda no habían vuelto a verse, pero bastó con estar frente a frente para que la tensión reaparezca.
—Baja a mi hijo.— El primero en hablar fue Joseph. Su voz sonó rabiosa, miraba a Orlando con odio, hasta Julius se dio cuenta pronto.
—Papi... —dijo un poco asustado mientras lo miraba. Orlando hasta sintió que se aferraba más fuerte a él.
—Lo estás asustando.— Fue lo único que contestó Orlando. La verdad era que no quería soltarlo, no podía. Julius era su hijo, no de ese miserable. No podía entregárselo, y él no tenía derecho a separarlos, no más de lo que ya había hecho.
—Que lo bajes he dicho —agregó rabioso Joseph.
—No se peleen —dijo Julius con timidez. Nunca había visto a su padre tan enojado y eso lo asustaba, peor porque Orlando era su nuevo amigo, no quería que se pongan a pelear—. Papi, por favor...
—Cierra la boca y suelta a este hombre, ven conmigo.— Estaba tan furioso que no midió sus palabras, no tenía que descargar su enojo con el niño. Jamás su papá le habló así, y hasta sintió deseos de llorar. Orlando vio como sus ojos se llenaban de lágrimas y de pura vergüenza escondió su cabeza en el pecho de su verdadero padre.
—¡No le hable así!— La que gritó fue Misae. Acababan de hacer llorar a su amiguito, y ella que para nada estimaba a Joseph, no pudo contener su grito.
—Controla a esta salvaje antes que...
—Cállate, Joseph —le soltó Orlando conteniendo la rabia mientras seguía abrazando a su hijo. Pudo sentir sus lágrimas mojándole la camisa, si no tuviera a Julius entre sus brazos no dudaba en romperle la cara a ese imbécil.
—Si, cállate —le dijo Misae. Si acaso le ofendió que le dijera "salvaje" no lo mostró para nada. Y eso pareció irritarlo aún más.
—Dije que me des a Julius.— Orlando dudó un instante. Sabía que legalmente Joseph era el padre, y no podía retener al niño a su lado. Miró alrededor, ni rastro de Jennifer. Prefería darle a ella al pequeño, no a esa bestia que tenía al frente. No le iba a quedar de otra, tenía que entregarlo.
—Jul —le dijo despacio Orlando—, ve con tu padre, él está un poco molesto ahora. Jugamos luego, ¿si?
—No quiero —dijo despacio—. Quiero a mi mamá.
—Ya viene tu mami, pero ahora ve con él, ¿si?
—Quiero quedarme contigo —escuchar eso lo emocionó sin querer. "Claro que si, pronto estaremos juntos tú y yo, nadie va a separarnos". Por Dios, ¿en verdad tenía que entregárselo a Joseph? No quería, su pequeño lloraba y no podía soltarlo. Pero así como a él le emocionaron esas palabras, a Joseph solo lo enfurecieron.
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Editado: 09.04.2020