La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 38

Susan y Jen iban juntas caminando por la plaza de La Perla. Era día de feria y su hija estaba muy animada. La pequeña Jennifer apenas había cumplido tres años, y aunque su madre estaba segura que no entendía bien lo que pasaba en el pueblo, una parte de ella sabía o entendía que todo era fiesta. Roland estaba en la feria junto a su capataz y otros ayudantes, habían llevado a algunos de los caballos para mostrar, eso era tradición cada año. Al día siguiente abrirían las puertas de su hacienda para que la gente pase un agradable día viendo a los maravillosos caballos criados por Roland, además que era una excelente oportunidad para hacer negocios.

Ella llegó temprano con su hija, la pequeña no quería despegarse de su padre, pero Roland tenía que hacer negocios así que decidió llevársela a dar una vuelta por la feria para que se distraiga. Hace unos meses habían contratado a una mujer llamada Bertha que la ayudaba con temas domésticos y con la crianza de Jennifer. Su hija había salido muy inquieta, era difícil controlarla o evitar que se ensuciara, necesitaba un ojo más en casa y Bertha era de mucha ayuda. Esa mañana la mujer las seguía llevando el coche, Jen caminaba despacio tomada de la mano de su madre. La gente paraba a saludarla, a decirle lo grande y hermosa que se había puesto. También le deseaban suerte en la Feria de la siega, si ganaba ese año sería tri-campeona.

A la gente le gustaba Susan, le gustaba su voz, su porte de dama fina, pero a la vez esa sencillez que tenía y su capacidad de hacerse querer por todos. Ya ni tomaban en cuenta que fuera amiga de "la india", la señora Deschain seguía siendo muy solicitada en las fiestas, o simplemente en las tardes para pasar el rato. Todos esperaban con ansias esa noche, sabían que cantaría algo nuevo y estaban muy animados. Ella había preparado varias canciones para la noche de la coronación de la reina, solo le faltaba decidir cual usar. Tallulah también cantaría esa noche, le había pedido ayuda con una canción llamada "India soy". Al principio Susan temió que sea demasiado para la gente de La Perla, pero finalmente la ayudó con todo lo que pidió. Esa canción merecía ser escuchada por todos, y su amiga merecía dejar claro como se sentía en esa sociedad que la juzgaba por ser lo que era.

Mientras seguían caminando, Jennifer se soltó. Con esa niña había que tener mucho cuidado, un minuto de descuido podría acabar en un desastre. Cuando intentó cogerla otra vez Jen ya había salido corriendo hacia otro lado. No esperó a que Bertha la ayudara, fue tras su hija de inmediato. Para Jen era una gracia jugar a escaparse de mami, miraba atrás y seguía su tambaleante camino entre la muchedumbre de la feria. Lo bueno fue que se detuvo cuando chocó directo a las piernas de una persona que estaba de espaldas. Al chocar acabó cayéndose hacia atrás. Le habrá dolido, porque segundos después empezó a llorar.

Todo pasó muy rápido, cuando Susan llegó a auxiliar a su hija, la persona contra la que se chocó se dio la vuelta, quizá apenas la había sentido. Era Samantha Morgan, y a su lado iba el niño, Joseph. Ambos se giraron a la vez, Jen los había cogido de sorpresa. Samantha iba de la mano con su hijo, ambos eran muy unidos y ella lo había notado. Joseph tendría ya unos doce años, había crecido bastante en los últimos meses. Miró a su hija y luego a ella. Susan le sonrió al niño mientras cargaba a Jen, Joseph enrojeció. Ya hace años le había dicho que era la mujer más linda que había conocido, y se seguía enrojeciendo en su presencia, cosa que se le hacía de lo más tierna.

—¿Está bien? —preguntó Joseph en referencia a Jennifer.

—Si, pequeño, todo bien. Lo lamento, Samantha. Se me escapó.— La mujer la miró y sonrió apenas.

—No importa, Susan, son niños después de todo. Joseph también era muy inquieto, no había quien lo pare.

—¿En serio? Porque ahora lo veo todo un caballero.

—Gracias, señora Susan —dijo él. Jennifer ya había parado de llorar, ahora miraba con curiosidad a la señora Morgan y su hijo.

—Jen, tienes que pedirle disculpas a la señora, esas cosas no se hacen.

—Lo siento, señora —dijo despacio la niña, su voz sonaba arrepentida.

—No importa, pequeña. Está bien —Samantha se acercó un poco más a ella. Le sonrió a Jen y acarició su mejilla despacio—. Es muy linda tu hija, ¿verdad Joe?

—Si, supongo —dijo el niño sin interés. Joseph aún no tenía edad para ver a las niñas de otra manera, y si en caso la tuviera definitivamente no se fijaría en una niña tan pequeña como Jen.

—Deberías pasar por la hacienda más seguido, podríamos tomar un té juntas —le dijo Susan. Hace días que Samantha no se mostraba tan amable, así que iba a aprovechar la situación—. Nuestros esposos son socios, quizá nosotras...

—Lo que nuestros esposos hagan no tiene nada que ver con nosotras —dijo a la defensiva. Bien, no debió hacerle esa propuesta.

—Mamá... —dijo Joseph en tono de reproche.

—Ya hijo, ya nos vamos —le dijo con molestia.

—No quería incomodarte, Samantha. Disculpa si fui inoportuna, es solo que me gustaría que nos lleváramos mejor.

—¿Cómo puede ser eso posible? Mientras tú y esa india se frecuenten yo no tengo nada que hacer en esa casa.




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