La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 39

—¿Cómo que a Washington? —preguntó Joseph sin entender—. ¿Qué tienes que hacer allá?

—Ya te lo dije, iré con tío Robert —respondió tranquila—. Por Julius ni siquiera tienes que preocuparte, tía Amanda se encargará de cuidarlo.

—¿Ahora? —preguntó sin entender.

—Pues no quiero atrasarme más, me parece buena idea y no tardaré mucho.

—Iré contigo.

Debió sospechar que Joseph diría eso, algo le decía que sospechaba lo que se traía algo entre manos. De hecho si lo hacía, pero no era nada de lo que él creía. Desde que había vuelto a la hacienda las cosas estaban tranquilas entre ellos, así que entendía que lo tomó por sorpresa. Compartían la cama, pero nada más. Ella tenía claro que las cosas no podían volver a ser como antes.

A veces Jennifer se preguntaba qué hubiera pasado si Orlando no hubiera vuelto, si ella hubiera seguido amando a un hombre que la había engañado tanto y por tanto tiempo. Ahora sabía cosas que le revolvían el estómago, y lo peor era que ni siquiera podía enfrentarlo, que de momento le convenía callar. ¿Cómo pudo hacerle todo eso? ¿Cómo pudo mentirle tanto? Todo en nombre del amor que decía tenerle, un amor enfermizo que nunca la respetó. Joseph la quería para él, y por eso fue capaz de todas las atrocidades que cometió. No tenía pruebas, pero estaba segura que él y Charice hicieron que encerraran a Orlando. A la luz de los acontecimientos, no podía negar algo tan obvio. Joseph era capaz de las cosas más terribles solo por ella.

Hace unas semanas le dijo a Joseph algo que era bastante real. Si ella se llegaba a enterar que pasó cinco años en una mentira, le iba a romper el corazón. Orlando nunca lo hizo, él jamás le mintió ni la traicionó de esa manera. Le ocultó algunas cosas, lo apartaron de ella y eso la hizo sufrir. Pero no fue culpa de él, no fue algo que él quisiera. En cambio había convivido cinco años con Joseph, y él pasó todo ese tiempo mintiéndole.

Lo quiso, por Dios que su corazón llegó a amarlo. Llegó al punto que incluso pensó que sería feliz de pasar el resto de sus días a su lado. ¿Cómo podía sentirse? Apenas soportaba mirarlo y saber que lo quiso a pesar de todo el daño que le causó antes, que amó a alguien tan ruin. Que le entregó su hijo a él. Podía ser que Joseph si quisiera a Julius, o eso podría ser un perfecto engaño como todo lo que hacía. Pero no podía soportar que pusiera al hijo en contra del padre, que lo use para mantenerla a su lado. Todo eso se tenía que acabar ya, no podía vivir sometida a ese chantaje.

Aún así le dolía mucho. Lo amó, lo perdonó, llegó a formar otra imagen de él, lo defendió de todos los ataques, se entregó a él. Ahora solo quedaba el dolor de haberse equivocado y las ganas de huir.

—No es necesario, Joseph. Es algo entre mi tío y yo, algo Deschain.

—Aún así quiero acompañarte —insistió.

—No te preocupes. Mi tío no se prestaría para ninguna estupidez, así que pierde cuidado.

—¿A qué te refieres?

—Si crees que este es un plan para huir con Orlando, porque de seguro eso es lo que estás pensando, te equivocas. Si fuera así me llevaría a Julius conmigo, pero ese no es el caso. Son solo negocios.

—¿En qué momento he insinuado que pienso algo así? —dijo él a la defensiva—. No inventes historias ahora, sé que no harías algo como eso.

—Entonces pierde cuidado, ya te dije. Serán un par de semanas a lo mucho, estaré de vuelta pronto.

—¿Y exactamente qué harás en Washington?

—¿Por qué te importa tanto? ¿Acaso no quieres que vaya?

—Solo es una pregunta casual, Jen. Eres mi esposa, tengo derecho a saberlo.

—No, Joseph, tú has perdido bastantes derechos sobre mí hace mucho. Y que yo recuerde, el derecho a manejar mi vida jamás lo tuviste. No te debo más explicaciones, me voy a Washington con mi tío y se acabó. No hablaré más sobre el tema —se dio la vuelta, esperaba haber dejado las cosas claras.

Aunque tal como le había dicho Annie, Joseph no se iba a quedar quieto ni tranquilo. En ese caso tenía que prever el hecho de que él se las ingenie para seguirla hasta Washington. En realidad ya estaba previsto. Ansel ya había pensado en todo.

 

****************

 

Era una maldita locura, ¿qué le pasaba a Jennifer? ¿Cómo que ir hasta Washington ella sola? Bueno, no tan sola, Robert iría con ella. Aún así le parecía innecesario y peligroso, ¿qué quería lograr? Presentarse ante su abuelo, enfrentarlo con la verdad, desenmascarar a Daniel y Charice. ¿Y pretendía conseguirlo así no más? "Hola abuelo, ¿qué tal? Mira, soy la hija de Susan. He venido a decirte que te odio por matar a mi padre, que Ansel hizo bien en investigar a la zorra de tu esposa, y que Orlando es inocente. Básicamente eso, ¿qué te parece? Hablemos mientras tomamos el té."

Si, una maldita locura.

Pero más loco era que Jennifer creyera que él se iba a quedar quieto y no iba a decir nada mientras ella se mandaba la estupidez del siglo. Oh no, claro que no. Orlando quédate tranquilo en La Perla. Si claro, que siga soñando.

Aún así presentía que había cosas que no le estaba contando. Parecía muy segura, como si tuviera calculado cada movimiento, como si hubiera meditado todo muy bien. Podía ser, Jennifer era cualquier cosa menos insensata, y si además Robert se estaba prestando para eso era porque estaba de acuerdo. Él jamás arriesgaría la vida de su sobrina, así que algo prudente y secreto debía de tener ese plan, porque a él solo le parecía la mayor locura.




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