La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 44

Mejis

Julius reía mientras se columpiaba al lado de sus primos más pequeños, todos hijos del tío Eddie, el menor de los hermanos Deschain. Orlando lo veía tan sonriente que no pudo evitar sentirse feliz también. No podía quejarse, a pesar de la incertidumbre por saber qué tramaba Jennifer, había pasado unos días muy buenos al lado de su hijo.

Cierto que Julius aún desconfiaba de él después de todo lo que hizo Joseph por poner distancia entre ambos, durante el camino a Mejis no hablaron mucho y el niño se mantenía serio. Aún así se dedicó a él como lo que era en verdad, su padre. Arropándolo en las noches, cuidándolo a todo momento, asegurándose que le den comidas a su gusto, preocupado hasta de cualquier estornudo casual. Ese era el tiempo máximo que pasaba con su hijo, no imaginó que sería en esas circunstancias, pero ya no importaba.

Fueron tres días de camino hasta Mejis y además se quedó una semana ahí, más tiempo del que pensó. En la hacienda de Robert siempre había algo que hacer, y con la ausencia del padre de familia, él estuvo gustoso de ayudar a la señora Amanda en todo lo que necesitaba. Tenía la oportunidad de distraerse y de disfrutar de su hijo, así que no era tiempo perdido. No era mucho, una parte del niño aún creía que él era el malo que le iba a robar a mamá, el que iba a destruir todo su mundo. A Orlando no le importaba si era poco tiempo, le importaba estar a solas con él, verlo de lejos, cuidarlo, aprovechar cada instante para unirse a sus juegos, verlo dormir por las noches.

Definitivamente, de todo lo que Joseph hizo en su contra, separarlo de su hijo había sido lo peor. Poner a su hijo en contra había sido el golpe maestro. Era un niño, era fácil manipularlo y mentirle, y Joseph se encargó de asustarlo, de que una parte de él lo odie. Algún día Julius se enteraría de las cosas, pero de momento solo tendría que aguantarse. No tenía otra opción.

—Señor Blanchard —una voz interrumpió sus pensamientos, era uno de los capataces de la hacienda de Robert—, su caballo ya está listo, puede partir cuando quiera.

—Perfecto, gracias.— Si, había llegado el día de volver a La Perla. Tenía mucho que hacer, en especial averiguar qué rayos tramaba Jennifer en Washington. No podía dejarla a la deriva, puede que esté esperando otro hijo suyo. Sabía que Julius estaría a salvo en Mejis, su familia lo cuidaría bien y nadie iba a hacerle daño ahí. Así que no podía detenerse más tiempo por más que adorara pasar el rato con su niño.

—La señora lo está esperando en la sala —agregó el capataz.

—Voy para allá.— Orlando caminó de regreso, antes de volver le dio un último vistazo a Julius. Se había despedido de él hace un rato, y aunque moría de ganas por volver y darle un fuerte abrazo antes de irse, lo mejor era que se pusiera en marcha sin demoras. Al entrar a la sala principal, encontró ahí a la señora Amanda. Ella le sonrió y le alcanzó una alforja, que por cierto, pesaba un poco.

—Te hemos preparado algo de comer para el camino. Alguno bueno, quiero decir. Ya viste que a comida de la ruta a La Perla no es tan buena que digamos.

—Gracias, señora. No tuvo que molestarse, yo puedo arreglármelas solo.

—Nada de eso, te has portado amable con nosotros y me has ayudado, no tenías que hacerlo. Ahora ya puedes irte tranquilo, te aseguro que cuidaremos de Julius, no tienes nada que meter.

—Lo sé —dijo con seguridad—. Los Deschain son su familia, a ese niño no le pasará nada jamás mientras esté aquí.

—Exacto. Por cierto, ¿no quieres despedirte de él antes de irte?

—Descuide, ya lo hice.

—¿Seguro? Porque...—Amanda no pudo continuar, los pequeños pasos de niños corriendo irrumpieron en la sala. Eran todos los sobrinos de Jen, y Julius claro. Él miró a su hijo y sonrió. No pudo evitarlo, otra vez sentía deseos de abrazarlo—. Niños, el señor Blanchard está regresando a La Perla hoy, despídanse —ordenó ella.

—Hasta pronto, señor Blanchard —dijeron todos los niños a la vez, incluyendo Julius.

—Ya nos veremos, muchachos —les dijo él. Miró a Julius, el niño también lo observaba—. ¿Quieres que lleve algún mensaje tuyo a La Perla, Julius? —le preguntó. El niño asintió de inmediato y camino hacia él. Orlando se arrodillo para quedar a su altura.

—Orlando —dijo con toda confianza, tal como él le pidió que lo hiciera—. ¿Puedes decirle a Misae que la extraño? Cuando vuelva voy a jugar mucho con ella.

—Hecho, se lo diré —contestó con una sonrisa.

—Gracias —le dijo Julius. Orlando quiso abrazarlo en ese momento, besarle las mejillas siquiera. Pero el niño retrocedió y volvió con sus primos, pronto todos se fueron corriendo a seguir con sus juegos. Se puso de pie sintiéndose decepcionado. Aunque sabía que para su hijo él solo era un amigo de la familia, igual dolía.

—Tranquilo —dijo la señora Amanda una vez él estuvo de pie—. Julius va a crecer, entenderá. Es un niño listo, es pequeño, pero muy inteligente. Él tiene que saber la clase de hombre que es Joseph y lo que te hizo, pero aún no.

—Lo sé —respondió él con un aire de tristeza—. Yo entiendo que tengo que esperar, que tengo que ser paciente por el bien de mi hijo. Pero eso no significa que duela menos.

—Oh querido, como lamento que las cosas no hayan saliendo bien en el pasado. Espero que todo se pueda solucionar pronto. Ojalá que si.




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