La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 47

Washington

A Jen no le gustaba quedarse en cama, se aburría. La herida de la bala que recibió no se había infectado por suerte, según el médico solo era cuestión de seguir con los cuidados y así evitaría complicaciones. Lo que la tenía así de pesarosa era el embarazo, lo mismo pasó cuando se embarazó de Julius. 

En la mansión McKitrick tenías todas las comodidades y todos los cuidados, cosa que ya empezaba a cansarla. Sabía que fue su abuelo el que ordenó que no la descuiden y que la traten como una reina. No quería ser insolente con los empleados, ellos solo seguían órdenes, pero igual les pidió que la dejen descansar, que no necesitaba una doncella que esté detrás de ella hasta para ayudarla con las enaguas.

Lo peor era que no podía rechazar del todo la ayuda, aún se sentía algo indefensa en ese lugar. No quería que se abra la herida ni que se infecte, tampoco podía prepararse la comida sola. Pues sí, aceptaba la ayuda del abuelo, pero eso no significaba que su relación haya mejorado. Él pasaba a verla una vez al día para saber cómo estaba, no iba más veces porque no quería irritarla. Ella no era maleducada, pero tampoco mostraba señales de una reconciliación. La gran pregunta era qué estaba esperando.

Joseph le contó que Charice intentó escapar y que finalmente el abuelo la echó de casa con una mano al frente y otra atrás, que además toda la alta sociedad de Washington se enteró y que Charice estaba en boca de todos. Nadie le daría la mano, ella conocía bien como pensaba esa clase de gente. Esa noticia al menos la confortaba un poco, pero no era suficiente. 

Aaron McKitrick no había dicho que dejaría en paz a Orlando y Ansel, solo sabía que eran inocentes porque ella lo dijo. Tampoco habló nada sobre enfrentar el juicio por el asesinato de su padre. Y eso era lo único que Jennifer quería, que él pague. Que admita sus crímenes, que enfrente todo el daño que hizo. Pero por lo visto Aaron aún no estaba preparado para eso.

Aquella mañana en particular Jennifer se sentía mejor. Se levantó de la cama, se vistió con algo de ayuda, y avisó que quería salir a tomar aire fresco. Ni siquiera se había dado el tiempo de visitar la ciudad de Washington, desde que llegó todo había sido huir y ocultarse. Pensó que Joseph estaría encantado de acompañarla, pero su esposo había salido y no especificó a dónde. Bueno, eso no importaba, podía ir sola. O al menos así pensó hasta que el mayordomo de la mansión le avisó que tenía visitas.

Le sorprendió ver al tío Robert acompañado de Kathleen. Su tío no se estaba quedando en la mansión, para él era una ofensa recibir hospitalidad del asesino de su hermano. Seguía ofendido de que lo detuvieran aquella noche, de que lo trataran como a un criminal. Aún así iba a verla, él seguía siendo el encargado de su seguridad. La sorpresa ahí era la presencia de la escritora, no la veía desde la noche del ataque. Jennifer estuvo preocupada y preguntó por ella varias veces, solo le dijeron que estaba bien. Quería escuchar por su propia boca lo que había pasado desde la noche de la gala cuando todo se precipitó.

—Ya te imaginas —dijo Kathleen mientras bebía un poco del té que les sirvieron—, mi familia estaba como loca, creyeron que me había pasado algo grave. Podemos decir que sí, peor cuando se enteraron que me detuvieron por un extraño incidente en la gala.

—¿Estaban muy molestos? —preguntó Jen y la rubia asintió—. Me preocupa, ¿acaso hicieron algo para retenerte en casa y por eso no has aparecido estos días?

—Pues si, más o menos. Les molestó saber que aunque hubieran pasado los años yo seguía metida en el periodismo y esas cosas, pero al final se les pasó.

—¿Tan fácil? —preguntó incrédula.

—Ah, es que tu tío fue a hablar con ellos. En realidad fue él quien me dejó en casa cuando nos soltó la policía —dijo Kathleen algo avergonzada. A su lado, tío Robert sonrió de forma paternal.

—No iba a dejar sola a la muchacha, sus padres estaban hechos unas fieras —explicó él.

—¿Y qué les contaron?

—No fue del todo una mentira, aunque tuve que omitir información —le dijo Kathleen con una sonrisa de complicidad.

—Les dijo que una hacendada rica del oeste, que además es nieta de McKitrick, la contrató para asesoría esa noche —explicó tío Robert—. Supongo que se les pasó el enojo cuando escucharon la parte de rica y hacendada.

—¿Y cómo explicaste tu desaparición por varios días?

—Bah, no fue nada. Les dije que acepté el trabajo y me fui porque estaba harta de todos, no les sorprendió mucho. La persona que tendría que reclamar sería mi marido, se supone que él es ahora el que se encarga de gestionar mi vida. La cuestión es que ya no hay marido.

—¿Cómo? —preguntó Jennifer sin entender.

—Que se fue, se largó. Cogió el dinero que tenía en casa por lo que gano en el taller. No era poca cosa, así que espero le dure para que no vuelva nunca más —dijo con desprecio—. En fin, cogió el dinero, aprovechó mi ausencia y se esfumó. No sabes el alivio que siento.— Y se notaba. Ansel le contó que prácticamente forzaron a Kathleen a ese matrimonio, así que la entendía bastante bien.

—Lo siento...—murmuró Jennifer.

—No lo sientas —contestó ella—. Ese hombre está mejor bien lejos de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.