La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 51

Un minuto. Solo un minuto de descuido podía ser mortal. Un minuto era decir mucho. Un segundo, solo eso bastaba. ¿Cómo no iba a saberlo ella? Madre de dos, William y Melinda. Una madre sabe que no puede descuidarse ni un segundo, eso era suficiente para que cualquier cosa le pase a un niño. Amanda no los culpaba, después de todo, es su naturaleza. Y aunque al principio de su vida como mamá había sido una mujer muy precavida y sobreprotectora, los años le enseñaron a dejar de temer a cada instante, pero siempre mantenerse alerta. Cuidó de sus hijos, de sus sobrinos, de sus sobrinos nietos incluso. Como Julius.

El muchachito era bastante tranquilo la mayoría del tiempo, principalmente cuando estaba solo. No hacía travesuras a menos que esté con sus primos, y tampoco era nada grave. Sabía que en casa Joseph lo tenía vigilado y advertido, Julius sabía que no podía desordenar nada y tenía que comportarse como un pequeño caballero delante de su padre y ser obediente con mamá. La cosa cambiaba cuando aparecía Misae Allgood, por supuesto. Ella ya lo había visto, y había escuchado a Jennifer quejarse de eso de vez en cuando. Aún así, a Amanda eso no le parecía muy importante. Julius era un niño y tenía derecho a divertirse, mientras ella se encargaba de vigilar que no se hiciera daño.

Esa mañana fueron al mercado de Mejis. Ella tenía que hacer unas compras, y el niño insistió en acompañarla. Sus primos estaban castigados después de romper una ventana, y él se aburría en casa. Como a ella le encantaba la compañía del pequeño, lo llevó consigo. Julius andaba muy tranquilo, conversaba de rato en rato, hacía preguntas como todo niño. Era un excelente muchacho, y Amanda hacía sus compras con total tranquilidad. Fue al pasar por un puesto de dulces que decidió hacer una parada. Julius se lo merecía, le daría un premio por portarse bien ese día.

Estaba muy animado. Veía con ojos emocionados como el vendedor cubría de caramelo una manzana. El hombre incrustó un palillo de madera al medio de la manzana y se la tendió a Julius, él empezó a lamer con entusiasmo.

—¿Cuánto le debo? —preguntó ella mientras buscaba en su cartera algo de cambio.

—Oh no, señora Deschain. Déjelo así, ya arreglaremos luego —contestó el hombre. En Mejis todos se conocían, y el hombre no tenía problemas en fiarle una simple manzana a una señora tan influyente como ella. Capaz ni se la cobraba.

—Insisto —le dijo ella con una sonrisa—. Ya sabe, a los Deschain no nos gusta tener deudas.

—Ah bueno, si así lo quiere —contestó el vendedor sin perder la sonrisa—. Son quince centavos, señora.

—Bien, acá tiene —Amanda sacó varias monedas y las contó rápidamente. Listo, tenía la cantidad exacta. Se la tendió al vendedor y este recibió el dinero.

—Muchas gracias, que tenga buen día.

—Igualmente. Vamos Jul... ¿Julius? —miró a su costado derecho. El niño no estaba. A la izquierda. Nada—. ¿Ha visto a mi sobrino?

—Estaba ahí —contestó él despreocupado. Y era cierto, hasta hace unos segundos el niño estaba frente al puesto de dulces comiendo una manzana acaramelada. Pero de pronto se había esfumado. Amanda empezó a buscarlo con la mirada, cuando pasaron apenas cinco segundos empezó a asustarse—. No puede haber ido muy lejos —agregó el hombre al notar la preocupación de la señora. Incluso él también empezó a buscar.

—¡Julius! ¡Julius! ¡Julius, ven aquí! —gritó fuerte. Era un niño obediente, de seguro aparecería pronto. Pero pasaron cerca de diez segundos y no vio a nadie. Julius no estaba.

—¡Julius! —gritó también el vendedor. Aquello era muy extraño—. Tranquila, señora. Un niño no se puede perder, no en Mejis. Acá todos conocen al pequeño.

—¡Julius! ¡Ven acá! —gritó de nuevo como si no lo hubiera escuchado. Angustiada, dejó atrás al vendedor. Ni siquiera se dio cuenta que una de las bolsas de las compras se le caía por ahí. Tenía miedo, estaba temblando.

Quizá habían pasado cinco minutos desde que perdió de vista a Julius. Empezó a preguntar a todos los que se cruzaban, pronto se corrió la voz y la gente buscaba alrededor, o llamaba al pequeño por su nombre. Diez minutos, quizá más. No había Julius, nadie lo vio, nadie se dio cuenta. Una anciana dijo que le pareció ver a un niño corriendo con una manzana acaramelada, pero no estaba segura.

Un minuto. Un segundo. ¿Cuándo tiempo de descuido fue? Más que suficiente. Ella tenía miedo, demasiado. Ya estaba llorando desesperada, la gente se avivó y llamó a un oficial para que ayude a buscar al muchacho. Creían que era solo una tía asustada, creían que el niño estaba jugando por ahí, haciendo una travesura y que pronto aparecería. Es que ellos no conocían a Julius, no sabían que él no hacía ese tipo de cosas. Lo peor era que ellos no sabían que Julius en realidad estaba escondido en Mejis. Que había gente que podía hacerle daño. ¿Y si fue así? ¿Y si esa gente llegó de pronto?

Diez, quince minutos. Puede que más. A cinco calles del cercado encontraron una manzana acaramelada tirada en el suelo. Tenía unos cuantos mordiscos, pero estaba llena de tierra. Podía ser de cualquiera, pero Amanda estaba segura que era de Julius. Y su corazón le gritaba que algo terrible había pasado. Que se lo habían llevado.

No pudo aguantarse más, rompió en un llanto desesperado y le contó todo al oficial. Le dijo que había gente que quería raptar a Julius, que quizá eso pasó. Y como en Mejis querían mucho a la familia Deschain, ni siquiera dudaron de la palabra de la señora. Pronto se dio la alerta y empezaron la búsqueda por todo el poblado.




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