La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 52

La hacienda La esmeralda era un alboroto. Orlando había llegado esa mañana a La Perla y encontró todo tan desastroso como imaginó. Lo único bueno era que Melinda no había muerto, porque en cuanto lo demás, las cosas parecían ir de mal en peor. Le dolía la cabeza desde que salió de Washington y no tenía la más mínima idea de cómo iban a solucionar todo lo que pasaba. Una cosa era que se hiciera el valiente delante de Jennifer, otra que lo fuera. Tenía miedo, era lógico. Todo lo que amaba estaba en peligro y podía perderlo de un momento a otro.

La sala de la casona estaba repleta de voces y gente. Robert acababa de llegar del hospital, su hija estaba fuera de peligro de momento. Le habían contado que Melinda recibió un disparo que pudo matarla, que en realidad debería estar muerta. Pero la muchacha se había convertido en uno de esos raros casos de gente que vive con balas en la cabeza por años. Los médicos le dijeron a Robert que quizá si se operaba en la ciudad podrían sacarle la bala, pero no estaban seguros. Lo que importaba era que Melinda seguía con vida, y Robert al fin pudo darse un tiempo para ir a hablar con él. Como era lógico, quería saber las novedades.

Lástima que ni ellos las tenían.

Bert y Annie también habían llegado, y a Orlando la sorprendía que a Santos no le molestara su presencia en la casa, considerando que esos dos fueron amantes en el pasado. Quizá no era momento para tratar aquel asunto, todos tenían otras prioridades. Santos le confirmó lo que Jennifer ya sospechaba, aquello que los hizo temblar en Washington. Charice y Steve usarían a Misae como cebo para atraer a Julius, eso era lo que querían. No les importaba en lo más mínimo su niña, su motivación era la venganza. No era que Orlando fuera un hombre muy creyente, y aún así rezaba internamente a cada momento, rogaba para que esos dos no pongan sus manos sobre su pequeño. Porque si algo como eso llegaba a pasar simplemente iba a enloquecer.

Su amigo estaba desesperado, nunca lo había visto así, ni en sus momentos más críticos como bandidos. Nunca lo había visto llorar de esa manera. Cuando Orlando y Bert se reencontraron en la hacienda, su amigo fue rápido a abrazarlo. Fue un abrazo largo y fraternal, ambos estaban muy asustados, al borde de caer en la locura. Pero fue Cuthbert quien se quebró y lloró mientras él lo abrazaba. Porque tenían a Misae, y casi todos ahí estaban seguros que una vez que la niña deje de serles útil, la iban a matar. Hasta él pensaba de esa forma, y le dolía mucho. Había aprendido a querer a esa niña como si fuera su sobrina, él lo sentía así. Deseaba con fuerza que siquiera quede algo de humanidad en Steve y Charice, porque si algo le pasaba a Misae, ni Santos ni Bert volverían a ser los mismo. El mundo acabaría para ellos.

El panorama en general era desolador. Aún no le llegaban noticias de Mejis, y él no estaría tranquilo hasta saber si su hijo y Jen estaban a salvo. Ese no era su único problema, también estaba Jake. Ese muchacho era como su hijo, lo tenía con los nervios de punta saber que el chico estaba en las garras de un par de maniáticos. Sabía que el comisario estaba haciendo todo lo posible por encontrarlos, y le constaba que no era un hombre incompetente, Pangbord siempre había sido un tipo muy capaz. Pero después de varios días sin noticias, era lógico que todos empezaran a desesperarse.

Y, para variar, tenían otro elemento distractor y desesperante en casa. Annie

—La cuestión es simple, no se puede negociar con un loco de mierda. Ahí tienen que entrar a agarrar a balazos a todos apenas lo encuentren —dijo ella muy tajante. El comisario había recibido una pista sobre el posible paradero de Neil Arnold y Daniel, así que fue personalmente a averiguarlo. No era una pista muy segura, lo más probable es que no consiguieran nada de ahí. Pero Annie creía que solo era cuestión de mover los contactos delincuenciales para encontrar a todos, y en eso Orlando le daba la razón. El problema era que la bandida tenía otra idea sobre como proceder cuando los encuentren, y nadie estaba de acuerdo.

—Se te olvida que hablamos de la vida de Jake, eso es lo que está en juego —le dijo él—. No voy a entrar a disparar sin saber si él estará a salvo o no. Tengo que asegurarme primero, y si alguien tiene que negociar, seré yo. Ya he lidiado con McRostie, es un tipo fácil de manejar.

—Es que no lo entiendes —dijo Annie irritada—. Tú no tienes nada que hablar con McRostie, olvídate de él. Capaz él hasta ya esté muerto a estas alturas, y eso es lo que me jode. Mira, odio a la basura esa, pero él no es nuestro problema. Acá el desgraciado es el loco, ese Neil Arnold. Tú no viste cómo se meo McRostie en los pantalones cuando lo vio, si es que aún está vivo, él es tan rehén como Jake. Si crees que puedes negociar con Neil Arnold, estás equivocado. Ese miserable solo quiere una cosa, y mientras tú no se la entregues, no sacarás nada él.

—Charice —dijo Bert—. Es ella a la que quiere, ¿verdad? Ojalá pudiera encontrarla y entregársela a ese miserable —agregó con amargura.

—Bueno, pero pueden prometerle que la entregarán —le dijo Robert—. Si el tipo es un enfermo, como dice la dama...

—Ay...—interrumpió Annie con gesto soñador—. "La dama", qué hermoso. Este sí es un hombre. Aprendan, infelices —les reprendió ella. Robert solo arqueó una ceja y la miró sin saber qué decirle. Él la seguía tratando con respeto, a pesar de su escandaloso historial policial, y de que de dama no tuviera ni un pelo.

—Como decía —continuó Robert—, ese Neil Arnold parece ser un loco peligroso cuando está bajo tensión, pero el resto del tiempo parece muy mesurado. Un tipo normal que hasta logró engañar a mi sobrina. Con ese tipo tenemos que negociar, con el que parece gente decente.




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