Sabía que esa era la única solución, y aún así no le gustaba. Cuando Jennifer decidió enfrentar a Neil Arnold y Charice jamás pasó por su cabeza la turbia historia que los hermanos tenían. Quería que él le reclamara sus crímenes, que ella enfrentara su pasado y se sintiera juzgada. Fue tonta, y se odiaba por eso. Que hayan matado a su cuñado Stu y que su prima haya perdido un ojo era su culpa. Incluso era culpable de que Jake sea un rehén. Se dejó engañar por la sonrisa amable de Neil Arnold, incluso tuvo negocios con él por un tiempo breve. Pensó que era solo un hombre honrado que salía adelante poco a poco después del daño que le hizo Charice al llevarse todo el dinero de la familia. Qué equivocada estuvo.
Jennifer sabía que había llevado a un monstruo a la vida de todos. Debió escuchar a Annie, esa bandida siempre tuvo razón. Incluir a Neil Arnold en el plan fue un movimiento desastroso que solo había causado muerte. Ahora no había tiempo que perder, ella era la única que podía solucionar todo lo que estaba pasando.
No era fácil por supuesto. Saber que Charice y Steve tenían a su Julius y a Misae por poco la hace perder la cordura. No era solo el embarazo, sus nervios habían colapsado, apenas pensaba con claridad. Lloraba todo el tiempo, y su mente se torturaba imaginando escenarios donde aquellos dos se vengaban de ella matando a su hijo de la peor forma. Joseph le dio esperanzas diciéndole de que pronto recuperarían a Julius, que el mundo de los delincuentes se mueve por el dinero y que los compinches de aquel para sin duda irían por la recompensa en lugar de ser fieles a dos desconocidos. Sabía que eso tenía lógica, Joseph tenía razón. Y aún así el dolor era tan grande que no la dejaba en paz.
Quería actuar, y no sabía cómo. La única opción que le quedaba era esperar respuestas, y eso en verdad la desesperaba. Cuando llegaron a La Perla pidió todos los reportes posibles de novedades, y solo uno fue en verdad alentador. Algunas personas, ni siquiera sabía si eran gente de bien y ya ni le importaba, interceptaron a un muchacho que paró en una taberna a preguntar si conocían un camino más corto a La Perla porque buscaba la hacienda Deschain. Aquellas personas sabían de la recompensa, así que detuvieron al chico. Este al parecer no sabía nada del secuestro, solo llevaba una carta. Se la arrebataron y descubrieron que era un mensaje de Charice. Le decía que tenía a los niños sanos y salvos, que estaba dispuesta a negociar.
Los detalles de lo que quería Charice no eran lo importante, sino lo que esas personas consiguieron. Interrogaron al mensajero y así averiguaron que fue Steve el encargado de contactarlo, los fugitivos estaban escondidos en algún lugar de Austin. Sin dudas, le dijo Damon, que quisieron fugarse del oeste al verse acorralados. Pero las estaciones de tren estaban vigiladas y jamás conseguirían irse sin llamar la atención. Lo mejor era negociar el rescate, a todos les convenía, especialmente a ella. Eso le dio esperanzas, pero aún había otros asuntos que tratar.
Estaban todos en la sala de la casona Deschain. La decisión ya estaba tomada, aunque ellos no lo aceptaran. En realidad, a ella no le hacía nada de gracia lo que tenía que hacer. Y aún así, Jennifer estaba convencida de que era su deber ir a Madison y negociar para lograr que liberaran a Jake, que no les hicieran daño a unos inocentes. No tenía alternativa, los secuestradores habían exigido su presencia y eso era lo que iba a hacer. La acompañaría Annie, y eso de alguna forma la aliviaba. Ambas eran pistoleras, si intentaban atacarlas se las ingeniarían para defenderse si las cosas se salían de control. Cierto que sería muy peligroso, que no sacaba a Julius de su cabeza, pero era lo único que le quedaba. En sus manos estaba la posibilidad de salvar a diez niños, una maestra y Jake. No iba a quedarse quieta.
—Si, ya sé. Entiendo que no quieran que vaya —les dijo Jen una vez más—. Pero, ¿qué harían si estuvieran en mi lugar? ¿En serio dejarían morir a esos inocentes? Lo siento, pero es lo que me toca hacer —se hizo el silencio otra vez. Ni siquiera entendía por qué intentaba convencerlos, ellos sabían que lo haría de todas maneras. Alrededor estaban Bert, tío Robert, el comisario, tía Amanda, Annie, Orlando, y Joseph. Qué extraño era verlos compartir la misma habitación sin discutir. En ese momentos todos estaban tan preocupados que ni parecía sorprenderles o importarles que esos dos estén tan cerca.
—Igual iré contigo —anunció tío Robert—. Ya sé que quizá no podré acercarme, pero estaré lo suficiente cerca para disparar si es necesario. No puedes oponerte a eso.
—No lo haré —contestó ella. Tío Robert seguía siendo un pistolero, los años no le habían quitado la técnica—. Me parece una excelente idea que estés ahí. Gracias, tío.
—En cuanto a nosotros —dijo el comisario refiriéndose a los oficiales—, también estaremos cerca para dar apoyo. El pueblo de Madison no tiene mucho personal, pero aún así están rodeando la escuela esperando cualquier oportunidad. Llevaré más gente de aquí, iré con ustedes también. Esos no se nos van a escapar.
—Gracias, comisario. Contaba con eso también —respondió tranquila. Miró a Orlando y Joseph. Sabía que ellos harían cualquier cosa para evitar que viaje a Madison, y no sabía qué decirles para que se queden tranquilos, eso era imposible.
—En cuanto a Julius y Misae —continuó el comisario—, la única pista que tenemos es que están en Austin escondidos en algún lugar. Es una ciudad grande, hay pequeñas villas cercanas, si no tenemos más pistas será difícil encontrarlos.
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Editado: 09.04.2020