La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 55

Aunque tenía muchas razones para sentirse triunfante, Orlando no lograba mantenerse tranquilo. Había capturado a Charice, había dejado tullido a Steve, rescataron a su hijo y a Misae, e iban rumbo a Madison para acabar con esa pesadilla y liberar a Jake de ese par de miserables. Todo parecía estar saliendo bien, hasta hace unos días solo lograba ver un destino terrible y fatalidades, ahora al menos gran parte de los problemas estaban resueltos. No todos en realidad.

Se sentía dolido. Cuando rescataron a Julius quiso correr a abrazarlo, pero el niño lo evitó. Abrazó a Bert porque lo conocía de toda la vida, pero cuando él se agachó a su lado, Julius no quiso siquiera mirarlo. Lo peor era que preguntaba por Joseph todo el tiempo, decía que quería a su papá. Sabía que Julius era inocente, que él no tenía idea de nada, era solo un niño después de todo. Pero ese pequeño no tenía idea de cómo lo lastimaba con sus palabras y su actitud esquiva. Sentía que algo dentro de él se le desgarraba, moría de ansias de tenerlo en sus brazos y no podía. Solo le quedaba aguantar.

No pasó ni un día desde la captura de Charice y Steve cuando ellos se pusieron en marcha. Steve se quedaría detenido, quizá muera ahí. Lo tenían vigilado, no descartaban un suicidio. No había hecho otra cosa que hablar de morir, y aunque Orlando creía que en su estado no tenía los medios para hacerlo, igual no se podían fiar. Tenían que volver a La Perla, los niños no se podían quedar ahí. Ya estaban a salvo, y morían por estar en casa. Cuthbert sería el encargado de llevarlos, y con él irían Ansel y Julius Davies.

Orlando y otros hombres llevarían a Charice hasta Madison. Entre ellos había un par de oficiales, y dos tipos que fueron de parte de Aaron McKitrick. Algo le decía que alguna vez había visto sus rostros, pero no podría asegurar nada. Ellos tampoco insinuaron que lo conocían, así que dejó de prestar atención a eso.

Viajaron todos juntos durante un día, pero había llegado el punto en donde sus caminos se tenían que separar. Se habían detenido en una posada para que los niños coman y para que los caballos descansen. Él se quedó solo un momento afuera de la posada tomando un poco de aire, ese día sí que hacía calor. Iba a entrar por un poco de agua, pero entonces Misae le salió al encuentro.

—Hola Orlando —dijo ella con voz calmada—. ¿Puedo decirte algo?

—Si, claro. ¿Qué sucede, cielo?

—Yo sé por qué Julius está tan raro contigo.

—¿En serio?— Orlando se agachó frente a ella, quería mirarla bien cuando hablara. Cualquier información, aunque sea una cosa de niños, podría significar mucho.

—Si. Lo que pasa es que cuando estábamos en esa cabaña, la señora mala se burló de Julius. Le dijo cosas feas.

—¿Qué cosas? —preguntó él más serio. ¿Qué demonios hizo la miserable de Charice?

—Le dijo a Julius que su papá no era su papá, que tía Jennifer le mintió porque es mala. Le dijo que tú eres su verdadero papá —sintió que se puso pálido cuando escuchó aquello. Así que era eso, maldita sea. Charice no debió, aquello era algo que Jen iba a decirle al pequeño cuando tuviera edad suficiente para entenderlo. En ese momento el niño estaba confundido y resentido, no entendía, parecía asustado de la verdad. De él. Orlando sintió miedo de que no quiera escuchar razones. Que no quiera saber nada de él.

—Gracias, Misae, gracias por decirme.

—De nada, Orlando. Si quieres yo le digo que deje de ser tonto. Yo estoy feliz de que tú seas su papá, el señor Joseph es malo.

—No, no. Déjalo así. Ya luego hablaremos con él, ¿si? No le digas nada.

—Está bien. Creo que volveré con papá. Nos vemos.

—Adiós.— La niña entró corriendo a la posada. Él se puso de pie despacio, se le escapó un suspiro hondo. No podía creer lo que había pasado. ¿Cómo iban a arreglar ese tema con Julius? No lo entendería, era un niño muy pequeño. Cuando Jennifer se entere no lo iba a tomar nada bien. Y Joseph menos. En ese momento todos están concentrados en problemas de vida o muerte, pero cuando todo eso acabe iban a tener que enfrentar la verdad con Julius y no sería nada bonito.

Orlando caminó apenas unos pasos para ir hacia su caballo, cuando otro Julius se cruzó en su camino. En realidad, parecía que estuvo apoyado en esa pared todo el rato, y que quizá escuchó su conversación con Misae. Ambos se quedaron mirando en silencio, él no supo qué decirle. Hasta el momento apenas tenía tema de conversación con ese hombre, no hablaba mucho. No tenía idea de cómo se las ingenió Ansel para que quiera colaborar con él e ir juntos a La Perla.

—Supongo que te estás preguntando si escuché todo —le dijo Davies—. Y la respuesta es sí.

—Ya veo...

—No tienes de qué preocuparte. No es la primera vez que escucho y guardo secretos familiares. Aún así ya tenía idea de algo, Ansel me habló de ustedes.

—¿De mí incluso?

—Si, más o menos. Y debo suponer que lo dijo esa niña debe ser verdad. Si es así, descuida, no estoy para juzgar a nadie y menos a Jennifer. Se me hace raro, claro. La conozco desde que nació. Vi a su madre embarazada, lucía encantadora en ese entonces. Jen siempre fue una niña inquieta, solía subirse a mi espalda y obligarme a correr como si fuera su caballo.— Julius sonrió cuando le contó aquello, sin querer Orlando también lo hizo. No era difícil imaginar a Jen de pequeña, siempre supo que fue una niña muy juguetona.




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