La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 56

Julius iba a quedarse en la hacienda "La esmeralda". El día que los niños llegaron a La Perla fue para Santos la mayor alegría. Casi había perdido las esperanzas, pasó días casi sin comer o dormir, desconsolada por la idea de perder a Misae. Pero cuando Bert la trajo cargada en sus brazos por poco se desmaya de la impresión. Abrazó a su hija, la besó, lloró por buen rato. Y también se dio un momento para abrazar a Julius, quien en todo momento preguntaba por sus padres.

No podían dejarlo en la hacienda de Joseph, aunque ahí habían personas que podrían encargarse de su cuidado, era mejor que se quede con familiares. Cuthbert lo llevó a la hacienda Deschain para que se quede con Amanda. Pero ese mismo día en la noche, tía Amanda fue a llevar al niño a su hacienda y le pidió que por favor aceptara que se quede con ellos. El niño acababa de enterarse de la muerte de su tío Stu a quien tanto quería, vio a Melinda en cama y con las vendas en el ojo, y además sus padres no estaban. Se había puesto nervioso y lloró mucho, así que tía Amanda prefirió que se quedara en un ambiente tranquilo y al lado de su pequeña amiga.

Por supuesto que Santos aceptó. Steve y Charice ya habían sido atrapados, y con tanta vigilancia en su hacienda no habría ningún peligro para nadie. Cuidar a Julius era lo mínimo que Santos podía hacer por Jennifer. Hace dos días que le avisaron que Jen también era rehén de Neil y Daniel en esa escuela de Madison. Con los niños a su lado se sentía un poco más tranquila, pero el tema del secuestro de Jennifer rondaba a todo momento por su cabeza. No quería ni imaginar que ella no saliera ilesa de aquello. Ese par de miserables eran capaces de todo, y nunca había temido tanto por su amiga como en ese momento.

Otra que estaba preocupada por todo ese asunto era Elena. Damon partió a Madison para estar al tanto de todo lo que pasaba con Jennifer, él era su abogado y se iba a encargar de presionar al juzgado para que envíen a los secuestradores a la prisión de Austin. Eso claro si es que todos sobrevivían al secuestro. En ausencia de Damon, Elena pasaba el día entero en la hacienda y ella lo agradecía, hablar con ella era una distracción. Así fue que le contó que se sentía muy culpable por haber llevado a McRostie a La Perla. Todo empezó por la desesperación de librarse de su acoso, que fue tonta por confiar en Joseph. La idea fue de él, ese hombre ideó todo para llevar a Daniel a La Perla y matarlo ahí.

Santos escuchó toda la narración sintiéndose cada vez más molesta. Por años intentó tolerar a ese hombre, pero su paciencia tenía un límite. Desde que tenía memoria la única imagen que le daba Joseph era la de un mal tipo. Ni siquiera cuando era niña la trató bien, parecía que la odiaba desde entonces. Con los años las cosas habían empeorado, sabía que detestaba a su hija y varias veces le prohibió a Julius que se junte con ella. De verdad se esforzó, quiso creer que el amor por Jennifer lo cambió, pero jamás fue así. Ese hombre siempre sería la rata miserable que todos conocían. Usar a Elena era otra más de sus acciones egoístas. Le quedó claro que jamás quiso ayudarla, solo se aprovechó de eso para poder deshacerse de McRostie. ¿Por qué? ¿Qué quería ocultar? Quizá pronto lo descubrirían.

Esa tarde era bastante tranquila. Los niños tomaban una siesta, Ansel había salido, Cuthbert estaba encargándose de algunos pendientes de la hacienda y Elena estaba en la cocina ayudando a la cocinera a hacer una tarta con su receta familiar. Ella fue hacia el patio trasero, quería sentarse cerca de la hamaca un momento e intentar descansar. No sabía cuándo llegarían las noticias de Madison, pero esperaba que no pasaran de ese día. Al llegar fue que vio al hombre. Julius Davies estaba sentado en la escalinata mientras tallaba algo de madera.

Cuando llegó junto a los demás, Santos quedó bastante sorprendida. Sabía por la investigación sobre su origen que hacía Ansel que ese hombre era pieza clave para descifrar el pasado. No imaginó que no solo lo encontrarían, sino que iría hasta La Perla dispuesto a colaborar. En realidad, el hombre hasta parecía feliz de volver a lo que alguna vez fueron sus tierras y observar cómo había prosperado. Al verlo, la mujer recordó algo de él. Los recuerdos de su infancia eran vagos, pero su rostro se le hacía muy familiar. Lo que más llamó su atención es que era un tipo muy alto, y eso de inmediato la remitió a su niñez. Su mente evocaba el recuerdo de un Julius más joven caminando al lado de mamá, y siempre cerca de ellas.

Sabía que tenían que hablar, que para eso estaba él ahí. No sabría decir si se pasó esos días evitando ese momento, y quizá la respuesta era sí. Buscó por meses una respuesta, y ahora que la tenía a la mano sentía miedo de saberla. Santos caminó y pasó a su lado, Julius la quedó mirando y se puso de pie. Se miraron a los ojos en silencio, pero ambos ya sabían lo que se venía. Había llegado el momento.

—¿Cómo están los niños? —preguntó él primero.

—Bien, descansan ahora. Han jugado mucho esta mañana, están exhaustos.

—Si, me imagino —contestó Julius. Una vez más se quedaron en silencio, parecía que no sabían cómo empezar—. Santos, tenemos una conversación pendiente usted y yo.

—Cierto —respiró hondo y se acercó un poco más—. Me sorprendió mucho que viniera aquí. Ansel me contó lo que hicieron, cómo lo forzaron a vender todo e irse.

—Fueron días terribles, pero eso ya acabó. Y quienes estuvieron detrás de todo ya están muertos, los que aún quedan no son de temer. Este lugar ha prosperado y me alegra ver que mi hacienda está en buenas manos.




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