Optó por darle la espalda. Lo único que Charice quería en ese momento, lo que más ansiaba en el mundo, era morir. Ya ni siquiera quería pensar en sus ideas de venganza, no veía oportunidad de salir de esa situación. Se veía tan destruida y acabada que no conseguía ver una salida. Sabía que ese era el fin del camino, que todo había acabado al fin. Por mucho tiempo se salió con la suya, pero de pronto todo se desmoronó y las cosas cambiaron radicalmente. No había solución.
Era una sobreviviente, al menos de esa manera pensaba en ella misma. Tuvo una infancia y una niñez lamentables. Más que eso, una etapa de su vida que temía recordar pues estuvo marcada de miedo. Sobrevivió al terror que le daba su familia y se deshizo de ellos. Luego venció a Neil y lo abandonó, no sin antes llevarse todo su dinero. Consiguió llegar a la capital y acercarse a un hombre rico, se deshizo de las pruebas de su pasado y se casó hasta convertirse en una gran señora de sociedad. Lo tuvo todo. Robó, disfrutó, gozó del calor de sus amantes. Lastimó, destruyó, mató. Hizo lo que tenía que hacer, y no se arrepentía de nada. Sabía que ese era su fin. Y esa cárcel provisional de Madison el inicio de su infierno.
Era un pueblo pequeño perdido en algún lugar de oeste, un sitio agreste que a ella le desagradó mucho ni bien llegaron. Y claro, la prisión no era tal, solo dos celdas dentro de la pequeña delegación. Una frente a otra, separadas apenas por un estrecho pasillo. Neil estaba en la celda de al frente, y aquello ya era suficiente tortura.
Habían pasado muchos años desde la última vez que lo vio, jamás le pidió a Daniel una foto siquiera. Hizo suficiente enviándole dinero de vez en cuando para que sobreviva, y de pronto pensó que de todas las cosas estúpidas que hizo, esa sin dudas fue la peor. Debió dejar que se muriera en la miseria, se lo merecía. Era un monstruo, siempre lo fue. Uno peor que ella, incluso. Ella quizá engañó hombres haciéndoles creer que los amaba, pero Neil le mintió por años con el cuento del hermano abnegado. Se ganó su corazón.
Charice se recordaba a sí misma de adolescente, pensando estúpidamente que Neil Arnold era la única persona que la quería, y que para ella, él siempre sería la persona más importante de su vida. La verdad era que ese monstruo estuvo esperando tenerla solo para él para poder aprovecharse de su inocencia. Para atormentarla hasta hacer que su corazón se rompiera en mil pedazos cuando se dio cuenta que la única persona que quería en el mundo solo quiso aprovecharse de ella.
Volver a verlo despertó en ella esas abrumadoras sensaciones que por mucho tiempo quiso olvidar. Los años la hicieron una mujer fría y calculadora, porque de chica comprendió que ese era el único camino que le quedaría para sobrevivir al infierno que le tocó. Y ahora, la vida la arrastró una vez más a esa desgracia. Él estaba ahí, cogiendo los barrotes de la reja, mirándola, hablándole a cada momento. Ella le dio la espalda y no respondió. No podía, ni siquiera le salían las palabras cuando se trataba de él. Neil Arnold sería siempre su más grande temor.
—¿Sabes? Hasta ahora no lo puedo creer —decía su hermano—. Tú y Daniel. ¿Cómo fue que decidieron dar ese golpe? ¿Cómo lo lograron? Lo más extraño es que ni siquiera son amantes, ni siquiera puedo decir si son amigos. Como sea, hasta me enteré que tú y él se encargaron de matar a toda la familia. Con razón insististe ese día para que me quedara en casa, me salvaste la vida, pero no tuviste piedad con nadie más.
—Se lo merecían —contestó despacio. Era la primera vez que hablaba desde hace varias horas. No pudo guardárselo. De todos sus crímenes, ese era el que más la satisfacía. Neil no lo vio, pero una sonrisa acudió a su rostro. Si, ahora estaba pagando por todo, pero qué bien se pasó todos esos años.
—Te busqué por mucho tiempo, o al menos lo intenté. ¿Cómo iba a saber que estabas en Washington? No tenía ni los medios para averiguar más, al menos así fue por muchos años. Estaba más preocupado en conseguir una casa y comida que en rastrearte sin tener una idea de dónde andabas. Bueno, pero luego me casé con una viuda. En realidad, eso fue premeditado. Sabía que le gustaba a la vieja, era rica, así que tomé la mejor opción.— Ni siquiera podía juzgarlo por eso, porque ella hizo exactamente lo mismo. Por algo eran hermanos—. Y ya con ese dinero intenté averiguar dónde estabas. Pero nadie sabía de una Charice Daniels. De quién si supe fue de Daniel, él era bien conocido entre la gente poderosa. Le dieron una paliza al tipo que contraté solo por preguntar por ahí sobre Daniel. Aprendí pronto la lección, era mejor no seguir indagando sobre él si no quería morirme. En fin, todas esas cosas ya pasaron, hermanita. Ahora estamos juntos una vez más.
—No estamos juntos —contestó, y por primera vez habló fuerte—. Tú no volverás a tocarme nunca más. Nos separarán y no volveremos a vernos, te pudrirás solo como el inmundo animal que eres.
—¿Por qué tanto odio, querida? Nunca te hice nada malo, siempre te cuidé. Estuve a tu lado desde siempre, fuiste tú quién me traicionó.
—Definitivamente tú estás mal de la cabeza.— No se aguantó, se giró al fin. Los años habían pasado, y aunque una parte de ella aún le tenía miedo, en ese momento el sentimiento que más le generaba era repudio. Odio, asco, nauseas. ¿Cómo pudo quererlo alguna vez?
—Cielo, ¿por qué me tratas así? —preguntó sonriendo. Perro cínico, empezaba a alterarle los nervios. Nunca había sido una persona agresiva, prefería actuar de forma discreta y sutil. Pero en ese momento en serio quería golpearlo.
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Editado: 09.04.2020