La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 58

Ansel no estaba seguro de que fueran a dejarlo entrar a la casa. Bueno, todo dependía de quién lo recibiera. De seguro que el señor Robert lo echaba a patadas, con suerte. Sin suerte, lo agarraba a balazos. Quizá la señora Amanda fuera un poco más comprensiva. Él estaba seguro que los padres de Melinda sospechaban sobre lo que pasaba entre ellos, y no creía que quieran recibir al amante de su hija. En realidad, no esperaba que nadie en la casona Deschain lo recibiera con los brazos abiertos, ese no era momentos para visitas. La familia pasaba otra vez por una situación crítica, pero al menos las cosas ya empezaban a solucionarse.

Enterarse de lo que le pasó a Melinda fue bastante duro. Sentía afecto por ella, le gustaba mucho. No se atrevía a pensar en amor, no quería. A la única persona que amó de verdad fue a Kathleen, a quien quizá aún amaba. Ansel también sabía que no era dueño de sus emociones y no podía decidir a quien amar o a quien no, que quizá lo que sentía por Melinda no era una pasión pasajera. Aún así se negaba a aceptarlo, como si eso bastara para acabar con sus sentimientos. Y le urgía verla, tenía que hablar con ella aunque sea un instante.

Se sentía terrible por ella. Pudo morir, aún estaba en una situación delicada. Habían matado a su esposo frente a ella. Stuart siempre le pareció un buen tipo, hasta se sintió culpable de acercarse a Melinda. Ese hombre debería estar vivo, fue alguien muy querido para todos. Ansel pensaba que eso debía de afligir mucho a Melinda. Pensaba que ella sí amó a Stuart, después de todo fue un matrimonio de años. Él fue solo la novedad, alguien que llegó a su vida de pronto, algo diferente que la atrajo. Pero nada más. Una parte de Ansel pensaba que así era mejor para los dos. Lo suyo nunca tuvo futuro.

Al llegar a la casa, Bertha lo hizo pasar y esperó buen rato en la sala hasta que salió la señora Amanda. Se veía algo seria, y cuando le dijo la razón de su visita, ella dijo que solo pasaría si su hija estaba de acuerdo. Entró un momento a la habitación, al salir le hizo una seña para que avanzara. Se sentía emocionado porque la volvería a ver, pero a la vez sentía temor por lo que podía pasar después de ese encuentro. Aquello podía marcar el fin de lo que sea que tenían. Que si, era lo correcto y lo mejor. Pero, ¿en verdad era lo que quería? ¿Quería volver a Washington con Kathleen? ¿O quería a la bella Deschain que le robó el corazón?

La habitación estaba a oscuras, la señora Amanda cerró la puerta tras él. Ansel caminó a paso lento, y desde su cama, Melinda lo observaba. La joven se incorporó despacio, las vendas cubrían la mitad superior de su rostro. Agradeció a Dios internamente que estuviera viva, agradeció aún más que le haya dado la oportunidad de volverla a ver. El corazón le latió con fuerza en ese momento. Quería correr hacia ella, quería arrodillarse a su lado, besar sus manos, sus labios, su frente. Quería amarla. No se lo negó más, ya no podía. La amaba, y no hubo tiempo para sentir culpa por Kathleen. Al menos no en ese momento. Ansel avanzó rápido, pero entonces ella le hizo un gesto para que se detuviera. Lo miró fijo por su único ojo bueno, y notó que intentaba contener sus lágrimas.

—Ansel, quería hablar contigo al menos un momento. ¿Cómo has estado?

—Eso debería preguntar yo. Oh, Melinda. Cuando lo supe me sentí morir. No podía creerlo.

—Morir... —dijo despacio—. Si, quizá eso debió pasar.

—No digas esas cosas, es una alegría para todos que estés aquí. No sabes lo feliz que me hace volver a verte —le dijo emocionado. Dio un paso más, pero Melinda permanecía seria. Eso lo detuvo, y ya casi sabía lo que estaba por venir.

—Agradezco tu preocupación, supongo que estaré bien. No sé cuánto tiempo viva con esta cosa dentro, solo sé que no volveré a ser la misma.

—Lo importante es que estás viva.

—Si, ya sé —respondió cortante—. Ese no es el punto. Ansel, sé a qué has venido.

—¿A qué? —lo iba a mandar al demonio. Lo iba a cortar. Le iba a decir que quería que se aleje de ella, su corazón ya lo sabía. Y justo cuando aceptaba sus sentimientos por ella, Melinda decidía rechazarlo.

—Tú lo sabes. Hubo algo entre nosotros hace poco.

—Melinda, sé que este no es el momento. De verdad, solo he venido a visitarte, nada más. No estás obligada a nada, tampoco quiero que me prometas cualquier cosa. Podremos seguir hablando de nosotros cuando te sientas mejor.— Quizá flaqueó, lo podía notar. Pero si algo había aprendido de las Deschain era la obstinación. Ellas mantenían hasta el final sus decisiones, le pese a quien le pese. Aunque ellas mismas se mataran por dentro por eso.

—Stu murió por salvarme la vida.

—Lo sé —respondió en voz baja. Quizá debería huir en ese momento, ahorrarse el dolor de sentir su corazón pisoteado.

—Y nosotros lo engañamos. Tú y yo. En esta cama intentamos traicionarlo. Le vimos la cara por mucho tiempo.

—Lo sé, y lo lamento mucho. Él era una gran persona. Quizá no me creas, pero su muerte también me afectó. Ojalá estuviera aquí.

—Eso mismo digo yo cada día. Es en lo único que pienso. ¿Y sabes qué? Mi único consuelo es que él nunca lo supo. Que dio su vida por salvarme y pensó que yo solo lo amaba a él y nada más, que murió seguro de eso.

—¿Qué quieres decir?— Aunque ya había perdido las esperanzas, esas palabras lo despertaron. ¿Acaso Melinda acababa de insinuar que también lo amaba?




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