La Pianista Del Diablo

Deseos

El tiempo fue pasando con la misma naturalidad con la que los niños corrían tras un dulce. De minutos pasó a horas, de horas a días, de días a meses, y de meses a unos cuantos años. Las estaciones se vieron reflejadas en la pequeña ventana de la niña desamparada que gracias al sonido de un piano volvió a conocer lo que era la alegría.

Luego de ese día en el que conoció a Lubin, lo siguió frecuentando con la ayuda de la enamorada Charlotte que no se detenía a pensar en consecuencias cuando de ese hombre se trataba. Los tres se llevaban bastante bien, e Ileana parecía florecer como un girasol a la luz del sol cada que el carismático propietario de la tienda le permitía tocar el piano de cola corta que mantenía en venta.

Fue después de unas cuantas visitas que Lubin consiguió un viejo piano cuyo propietario había fallecido. La niña al verlo no pudo hacer más que rogar por tocarlo, y Lubin, que desde un principio conoció sus detallados sentimientos de anhelo por el instrumento, no pudo más que aceptar con una risa suave extendiéndose por los estantes. Ahora, en cada visita, mientras Lubin y Charlotte disfrutaban de un café, Ileana tocada para ellos desde el piso inferior.

De vez en cuando incluso, sin que la pequeña pianista se enterara de ello, algún cliente curioso o un músico experimentado era guiado al interior de la tienda por las notas que se filtraban por las ventanas. Se quedaban pasmados al ver su figura elegante, y al oír en todo su esplendor la música que producían sus habilidades cada vez más destacables. Se la pasaban horas escuchándola sin temer al paso del tiempo. El caso era, que poco a poco, Ileana se fue haciendo con su propio público. Pronto, bastaba únicamente un par de minutos para que el costado de la tienda en donde la niña se acostumbró a tocar se viera repleto de personas. Todos escuchaban en silencio, con cierta paz y admiración. Su música comenzó a ser conocida como una cálida lluvia de pétalos amarillos y blancos.

Así pasaron seis años, y la belleza de Ileana se hacía más prominente. Cabello cobrizo cayendo cual cascada, brillaba de rojo atardecer a la luz del sol. Ojos grises brillantes y luminosos, labios finos y delgados, tez blanca lechosa, dedos delgados, largos y delicados que encantaban a cualquiera al bailar sobre las teclas blancas y negras.

Era una niña que poco a poco se convertía en muchacha. Y, con la evolución de su apariencia, también lo hizo su conocimiento y rebeldía.

Pasaron unos pocos años para que fuera ella misma quien reuniera las piezas del rompecabezas que se encontraban dispersos por todo el largo y alto del que era su hogar. Los murmullos de sus hermanas mayores en el día mientras ayudaba con los quehaceres, y las risas estruendosas de cada noche, la fueron acercando al verdadero oficio que realizaban las mujeres dentro de la vieja infraestructura de tres pisos.

A pesar de saber que sus hermanas utilizaban sus cuerpos para jugar con desconocidos, nunca sintió asco o aprensión. De hecho, luego de la sorpresa vino la curiosidad.

Una noche bajó. Pero al tener delante de sus ojos el cuadro perfecto de la lujuria pintada con el espeso humo del tabaco mezclado con el aroma dulce del vino derramado, una sensación fría recorrió su espina dorsal dejándola helada de realidad.

Nadie se enteró de su presencia, ni siquiera Charlotte que estaba en el regazo de un hombre, ni Antoine que tocaba un divertido y seductor piano. La mente infantil de la niña que sus hermanas trataban de proteger se vio abrumada de imágenes provocativas. Sería difícil decir que Ileana entendía la labor por completo, pero el ambiente que se abrió paso en su visión y ahora en su recuerdo quedó grabado con cierto temor.

Al día siguiente, al ver a sus hermanas comportándose como habitualmente, suspiró aliviada. Incluso si por las noches parecían otras personas, al menos por el día, seguían siendo ellas mismas. Alegres, dulces, traviesas, juguetonas, y por sobre todo cariñosas.

Dejó los recuerdos de esa noche abandonados en un rincón de su memoria. No obstante, a medida que crecía, su curiosidad también lo hacía. Ileana, que aun temblaba al recordar lo pasado hace unos años atrás, comenzó a bajar. Así, con trece años, se descubrió anhelando la caída de la noche para que, con mejillas sonrojadas y vistiendo sólo sus pijamas, pudiera admirar los movimientos corporales entre hombre y mujer. Sin embargo, era el constante jugueteo de los labios al chocar unos contra otros lo que más llamaban la atención de la chica que recién entraba a su pubertad.

  • ¿Qué estás haciendo?

La voz de Lubin que dejaba entre ver lo curioso que se encontraba la sorprendió.

Ileana se encontraba visitando la tienda de antigüedades como de costumbre. Se había escapado sola como muchas otras veces cuando Charlotte estaba demasiado ocupa en otros deberes.

Y, en ese preciso momento, vistiendo un vestido ligero de color amarillo con estampados de flores que llegaba hasta sus rodillas, y brillante cabellera peinada con una pequeña trenza a ambos lados que se unían en la parte posterior, y que caía descansando sobre las ondas de su largo cabello, había sido tomada desprevenida tocando sus labios con las yemas de sus dedos cuidadosamente.

Se sonrojó al verse descubierta y quitó rápidamente la mano mientras esperaba que Lubin dejara frente a ella el jugo de naranja fresco que le había prometido.

  • Gracias – dijo bebiendo del jugo.
  • ¿Entonces? – preguntó Lubin.
  • Nada, no estaba pensando en nada – respondió nerviosa ante su insistencia.



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En el texto hay: escenas explicitas de violencia.

Editado: 05.12.2020

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