La Pluma De Los Condenados

2. Los ojos en la Ocuridad

Esa noche, el aire en Hollow Creek parecía más denso de lo habitual. Una neblina espesa se arrastraba por las calles, colándose por las rendijas de las ventanas, y el sonido del viento recordaba un susurro lejano, como si alguien respirara en las paredes. Evelyn no podía dormir. La vela sobre su mesa de noche chispeaba débilmente, arrojando sombras que danzaban en el techo como figuras espectrales.

Trató de leer, de distraerse, pero la tinta en el papel parecía moverse. Las letras se entrelazaban, deformándose hasta formar un solo símbolo oscuro, circular, semejante al que estaba tallado en la base de la pluma que había recibido días atrás.
Cerró el libro con un golpe seco.
—Basta —murmuró, intentando convencerse de que todo era producto del cansancio.

Finalmente, el sueño la venció. Y entonces comenzaron los ojos.

Primero, solo una sensación, esa incómoda certeza de estar siendo observada. Luego, un destello. En medio de la oscuridad de su mente, algo rojo brilló. Dos luces incandescentes, fijas, latiendo como si tuvieran corazón propio. Evelyn no podía moverse, pero sí podía sentir cómo esa mirada la atravesaba.
No había rostro. No había cuerpo. Solo los ojos. Y la voz.

Una voz profunda, grave, que no parecía surgir de un solo lugar, sino de todas partes a la vez.
“Escribe…”

Evelyn trató de retroceder en el sueño, pero sus pies se movieron por cuenta propia. Caminaba descalza sobre un suelo que crujía como madera vieja, y pronto se dio cuenta de que estaba dentro de su casa. O una versión distorsionada de ella. Las paredes eran más oscuras, los cuadros, torcidos, y la luz que se filtraba por las ventanas era de un tono sepia enfermizo.

Pasó frente a la escalera y notó algo que la detuvo, la baranda goteaba tinta. Pequeñas gotas negras que caían y se extendían por el suelo como raíces vivas.

—No… esto no puede ser real… —susurró. Pero el sueño seguía guiándola.

Caminó hacia el pasillo del segundo piso. A cada paso, los sonidos del viento se mezclaban con un murmullo constante, casi humano, como si cientos de voces susurraran al mismo tiempo detrás de las paredes. Evelyn sintió su corazón acelerar. Cada palabra era incomprensible, pero reconocía su nombre entre ellas.
“Evelyn… Evelyn… escribe…”

El pasillo terminaba en una puerta.
La misma puerta que había visto en su exploración días antes, la del estudio cerrado con llave.

Se detuvo frente a ella.
El pomo estaba cubierto de una fina capa de polvo, pero caliente al tacto, como si alguien acabara de soltarlo.

Evelyn extendió la mano temblorosa y giró la manija.
El chirrido de las bisagras fue tan agudo que sintió cómo el sonido le perforaba los oídos.
Cuando la puerta se abrió por completo, un aire viciado, cargado de humedad y algo dulzón, la envolvió. Entró.

El interior era idéntico al estudio que ya conocía, pero más deteriorado, más sombrío.
Las telas blancas cubrían los muebles como sudarios, ondulando levemente aunque no soplaba viento alguno. El suelo estaba cubierto de polvo, salvo por un estrecho sendero de huellas que se perdían hacia un rincón.

El corazón de Evelyn palpitaba tan fuerte que podía oírlo en los oídos.
Y entonces lo sintió.
Una presencia.
Algo —o alguien —la observaba.

Giró lentamente la cabeza, y sus ojos se fijaron en un armario antiguo. La madera estaba agrietada, y sobre ella colgaba una tela blanca que ocultaba algo de gran tamaño. La tela se movía ligeramente, como si respirara.

Evelyn tragó saliva y dio un paso adelante.
Una voz dentro de ella le suplicaba que saliera corriendo, que no tocara nada, pero la curiosidad —o la fuerza que la guiaba en el sueño— fue más poderosa.

Tiró de la tela.

El polvo se levantó en una nube espesa.
Bajo la tela, algo brilló débilmente.

Era una máquina de escribir antigua.
Sus teclas estaban ennegrecidas, pero intactas. La cinta, todavía enrollada, parecía nueva. Sobre el rodillo había una hoja amarillenta, arrugada por los años, pero aún colocada en posición de escritura.

Evelyn extendió la mano, maravillada.
Podía oler el metal, el aceite reseco, el papel viejo.
Podía sentir el peso de la historia que dormía en ese objeto.

Sus dedos temblaron al rozar una tecla.
Y sin poder evitarlo, presionó una.

Tac.

El sonido resonó como un trueno.
La máquina se estremeció, y la hoja se movió sola. Las letras comenzaron a imprimirse con lentitud, una por una, formando una frase que la dejó helada:

“Te estaba esperando.”

La tinta parecía fresca, húmeda.
Evelyn retrocedió de golpe, tropezando con una silla.

—Es hermoso… ¿Cómo es que algo así está aquí? —murmuró, sin reconocer su propia voz.

El aire del estudio se volvió espeso. Las velas imaginarias de su sueño parecían apagarse, y solo los ojos rojos volvían a brillar en la oscuridad.
“Escribe, Evelyn.”
La voz regresó, esta vez más cerca, más íntima, como si la pronunciara alguien justo detrás de su oído.

Evelyn se giró, no había nadie. Solo sombras, pero algo dentro de esas sombras respiraba.

De repente, el suelo comenzó a llenarse de tinta. Goteaba desde el techo, desde las paredes, se extendía por sus pies y subía como si intentara atraparla.
Evelyn gritó. Y despertó.

El grito aún estaba en su garganta cuando abrió los ojos.
El amanecer apenas despuntaba, y el aire estaba helado.
El sudor le corría por la frente, pegándole el cabello.
Sus manos temblaban, y el corazón le latía tan rápido que apenas podía respirar.

Durante unos segundos, no recordó dónde estaba.
Luego, el sueño volvió a su mente, tan vívido que casi podía oler de nuevo el polvo y la cera.
—Solo fue un sueño… —susurró. Pero algo dentro de ella sabía que no lo era.

Se incorporó.
La vela sobre la mesa estaba completamente derretida, como si hubiera ardido toda la noche. Y junto a ella, un detalle la paralizó.
En su mesita, sobre una hoja en blanco, había una sola palabra escrita con tinta negra:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.