La Pluma De Los Condenados

3. El reflejo del escriba

La noche se había posado sobre Hollow Creek con un silencio espeso, casi tangible. El viento se arrastraba entre los árboles desnudos, gimiendo con una voz hueca que se colaba por las rendijas de la vieja casa victoriana. Evelyn Morren escribía, o al menos lo intentaba. La pluma negra descansaba sobre el escritorio, temblando apenas, como si respirara.

La chimenea se había apagado horas atrás, dejando en la habitación un aire gélido. Evelyn se frotó los brazos, exhalando un suspiro que se disipó en una nube blanca. No sabía por qué seguía despierta; había algo que la mantenía inquieta, un rumor leve que venía del pasillo, un roce, como si alguien caminara descalzo sobre la madera antigua.

Trató de convencerse de que era su imaginación. Pero cuando levantó la vista, el espejo del recibidor, ese que había encontrado cubierto por una sábana y colgado frente a la escalera, pareció captar un movimiento detrás de ella.

Evelyn se levantó despacio. El suelo crujió bajo sus pies. El reflejo del espejo devolvía la imagen de su sala, los muebles cubiertos de polvo y la penumbra azulada de la luna que se filtraba por la ventana. Nada parecía fuera de lugar. Y sin embargo, en la superficie del espejo había una palabra escrita con trazo irregular, como tallada con un dedo invisible en el vaho que no debería estar allí.

DESPIERTA.

Evelyn dio un paso hacia atrás, el corazón latiendo con un golpeteo irregular. Parpadeó, y la palabra desapareció ante sus ojos, disolviéndose lentamente, como si nunca hubiese existido.

—No… no puede ser —susurró, más para escucharse que para afirmar algo.

Entonces oyó, pasos. Lentos. Pequeños. Provenían del piso de arriba.

La escritora alzó la vista hacia la escalera. La oscuridad parecía más densa en lo alto, como si la casa se la tragara. Los pasos se repitieron, más cerca esta vez. Evelyn sintió cómo su respiración se aceleraba y un escalofrío recorrió su espalda.

De pronto, algo llamó su atención en el suelo, las huellas.

Pequeñas, húmedas, marcadas sobre la madera vieja, avanzaban desde el pasillo superior hasta desaparecer justo frente al espejo. Cada paso que resonaba en el aire dejaba una nueva huella, fresca, visible solo unos segundos antes de desvanecerse. Evelyn retrocedió, apretando los labios para contener un grito.

—Esto no está pasando… —murmuró una vez más.

Volvió a mirar el espejo, y entonces lo vio. Un rostro.

El reflejo de un hombre estaba detrás de ella.

No supo de dónde salió, ni cómo se formó esa imagen. Solo lo vio de pie, con la cabeza levemente inclinada, los ojos hundidos y oscuros, la piel pálida, casi translúcida. Su expresión era vacía, pero había algo en su mirada, un brillo que no pertenecía a este mundo.

Evelyn se quedó inmóvil. El miedo le paralizó los músculos, le secó la garganta. Su cuerpo no respondía. Solo podía mirar.

El hombre no se movía, pero su reflejo sí. Una sombra líquida que parecía oscilar entre el vidrio y la realidad. De pronto, la pluma sobre el escritorio comenzó a vibrar. Al principio fue un temblor sutil, apenas perceptible, pero pronto el sonido del metal golpeando la madera llenó la habitación.

Tac. Tac. Tac.

La pluma rodó por el escritorio hasta caer al suelo, y en el mismo instante una voz retumbó dentro de su cabeza. No era una voz humana; era algo más profundo, áspero, resonante, como si cada palabra naciera directamente de sus pensamientos.

“Evelyn… el reflejo no miente. Lo que ves no está detrás de ti… sino dentro de ti.”

Evelyn se llevó las manos a las sienes, intentando apartar la voz.
—¡Cállate! —gritó, pero su voz apenas salió en un susurro quebrado.

El hombre del espejo levantó la cabeza. Su mirada se cruzó con la de ella, y por un instante, el reflejo cobró vida. Los ojos del desconocido se tiñeron de un rojo oscuro, como brasas encendidas. La habitación se llenó de un zumbido bajo, vibrante, y el aire se volvió denso, imposible de respirar.

Evelyn sintió un tirón en el pecho, una sensación fría que la hizo dar un paso atrás. Pero el reflejo se adelantó. Salió del espejo como una sombra líquida que atravesó el vidrio sin romperlo.

Ahora estaba frente a ella.

A escasos centímetros.

El hombre, o lo que fuera, se erguía con una serenidad perturbadora. Vestía ropas antiguas, tal vez de otro siglo: un abrigo oscuro, botones metálicos, una camisa manchada de tinta. La misma tinta negra que goteaba ahora de sus dedos.

—¿Quién eres? —preguntó Evelyn con la voz temblorosa.

El hombre inclinó ligeramente la cabeza, observándola como quien estudia un objeto precioso.
—Soy lo que escribes —respondió con un tono suave, profundo, imposible de ubicar.
—No… eso no es posible. Tú no existes —balbuceó.

Él sonrió, una mueca lenta que no alcanzó los ojos.
—¿Y acaso tú existes fuera de tus palabras? ¿Qué sería de Evelyn Morren sin sus historias?

El aire se volvió más frío. Evelyn retrocedió, tropezando con una silla. La voz dentro de su cabeza volvió a resonar, ahora más insistente, más clara.

“Él no es un extraño… es el escriba. Es Azhram. Y ha leído cada palabra que has derramado con su pluma.”

Evelyn giró hacia el escritorio, donde la pluma negra seguía vibrando, emitiendo un leve resplandor azulado. Sintió que la voz la atraía, que cada palabra se metía más profundo en su mente.

“Escríbelo, Evelyn. Dale forma. Solo las palabras pueden contenerlo.”

—No… no voy a hacerlo —dijo ella, retrocediendo un paso más.

El hombre avanzó.
Su andar era lento, pero cada paso resonaba como un golpe seco, marcando un ritmo hipnótico.

—Ya lo hiciste —susurró él —Cada letra, cada historia… me abriste la puerta.

Evelyn sintió un nudo en el estómago. Recordó sus primeros relatos, los que había escrito desde que llegó a Hollow Creek. Aquella niña de ojos vacíos. El pasillo donde los cuadros se movían solos. El susurro detrás del espejo… Todo lo que había escrito se había manifestado. Todo lo que había imaginado, existía ahora frente a ella.




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