La Pluma De Los Condenados

5. El Pacto de Elsie y el Príncipe de los Sueños

El reloj del salón marcaba las once cuando la niña de trenzas oscuras caminó descalza por el pasillo de la antigua mansión Morren. La casa dormía; solo el sonido de la lluvia golpeando los cristales acompañaba el eco de sus pasos. Elsie Crowe sostenía una vela que temblaba entre sus dedos, y en su otra mano, una hoja envejecida escrita con tinta carmesí. Había encontrado ese papel entre los libros prohibidos del estudio, aquellos que su madre había ordenado no tocar jamás.
Pero aquella noche, el miedo no pesaba tanto como la tristeza.

Su padre había muerto en circunstancias inexplicables, su madre lloraba día y noche, y la enfermedad que recorría la casa parecía llevarse uno a uno a todos los miembros de la familia. Elsie no comprendía las razones, pero en el fondo de su alma, una voz —suave como un suspiro— le había prometido ayuda.
“Solo pide mi nombre”, le había dicho.
Y así lo hizo.

En el salón de los retratos, ante el espejo más antiguo de la mansión, la niña pronunció aquellas sílabas prohibidas.
—Azhram.

El aire se volvió espeso, la llama de la vela se inclinó hacia atrás, y el reflejo del espejo empezó a vibrar como si el vidrio fuese agua. La superficie se abrió con un murmullo grave, y de ella emergió un hombre alto, vestido con sombras. Sus ojos no tenían un color definido, sino la profundidad del sueño. Su cabello negro caía en ondas suaves, y su voz resonó como un canto de mil ecos.

—Has pronunciado mi nombre, pequeña Elsie Crowe. —Se inclinó ante ella, con un gesto que mezclaba ironía y respeto —Soy Azhram, príncipe de los sueños y los deseos.

Elsie retrocedió un paso, temerosa, pero la tristeza en su mirada era tan antigua que el demonio la reconoció al instante.
—Mi familia… todos están muriendo —susurró ella —Si eres quien dices ser, sálvalos.

Azhram la observó durante un largo silencio. En sus ojos se reflejaban imágenes que no pertenecían a ese tiempo, siglos de pactos, lágrimas y promesas rotas.
—Cada deseo tiene un precio, pequeña. No hay vida sin sombra.

—Pídeme lo que quieras —dijo Elsie con voz temblorosa —Haré lo que sea.

El demonio se acercó, y con un movimiento de su mano hizo que el espejo se disolviera en una niebla azul.
—Entonces harás un pacto conmigo. Cuando la quinta descendencia de tu sangre nazca, el ciclo se cerrará. Y solo entonces podré liberarme del sueño que me encadena.

Elsie frunció el ceño, sin comprender del todo.
—¿Y mi familia?

—Vivirán —respondió Azhram —Pero a un precio: uno de tus descendientes llevará mi marca. Su destino será entrelazarse con el mío hasta que ambos encontremos redención o condena.

Elsie, movida por el dolor y la desesperación, aceptó. Extendió su mano, y Azhram tomó su muñeca con dedos fríos. La marca apareció, una línea negra en forma de espiral sobre su piel. En ese instante, la casa entera tembló. El pacto fue sellado.

Años después, cuando la familia Morren creyó que las desgracias habían cesado, el eco del acuerdo comenzó a repetirse en generaciones sucesivas. Hijos que soñaban con voces, hijas que escribían sin saber por qué, y un nombre que cruzaba los siglos, Azhram.

Evelyn leía aquellas palabras en el diario amarillento hallado en el ático, incapaz de apartar la vista. Cada letra parecía vibrar en la hoja, como si la tinta aún respirara.
El viento golpeó el techo, y el sonido la hizo estremecerse. La última frase estaba escrita con una caligrafía más grande, temblorosa, casi desesperada.

“La quinta descendencia romperá el lazo. Que el amor sea su redención o su condena”.

Evelyn sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía por qué, pero aquellas palabras parecían dirigidas a ella.

De pronto, la llama de la vela vaciló, y la sombra de un hombre se dibujó frente a ella. Era Azhram. Su figura emergió del rincón más oscuro del ático, como si la oscuridad misma lo hubiera formado. Su voz fue un murmullo, suave, casi compasivo.

—Así fue como comenzó todo, Evelyn. Tu sangre lleva el eco de su promesa.

Ella retrocedió, el diario aún entre sus manos.
—¿Qué significa esto? ¿Por qué me muestras esto ahora?

Azhram la miró, y por un momento sus ojos, de un tono entre violeta y negro, se suavizaron.
—Porque tú eres la quinta descendencia. Eres la que puede romper el ciclo.

Evelyn sintió el peso de aquellas palabras como un golpe.
—¿Y cómo se rompe? —preguntó, apenas un susurro.

Azhram la observó en silencio. Parecía debatirse entre decirle la verdad o protegerla. Finalmente, habló:
—El pacto fue sellado con amor… y solo con amor puede ser destruido. Pero el amor que nos une está maldito. No debe existir.

Evelyn frunció el ceño.
—¿Amor? ¿De qué estás hablando?

Él se acercó un paso, su presencia envolviéndola como un perfume antiguo.
—Hace siglos, Elsie no fue la única que selló el trato. Yo también lo hice. No por poder ni ambición, sino porque la amaba. Y desde entonces, cada vida que lleva su alma… me pertenece. —Sus ojos se clavaron en los de ella —Y tú eres su última reencarnación, Evelyn Morren.

El silencio que siguió fue tan espeso que parecía detener el aire.
Evelyn retrocedió, negando con la cabeza.
—Eso no tiene sentido… no puede ser verdad.

Azhram extendió su mano. Su voz bajó de tono, grave, como un juramento.
—Toca mi mano, y lo sabrás.

Ella dudó, pero la curiosidad —esa fuerza que había guiado todos sus pasos desde que llegó a la casa —fue más fuerte que el miedo. Sus dedos rozaron los de Azhram, y una corriente de imágenes la invadió.

Vio a Elsie riendo bajo la lluvia, corriendo entre los árboles. Luego, la misma niña, convertida en mujer, abrazando a un hombre de ojos oscuros. Los dos se besaban bajo un cielo carmesí.
Luego vino el fuego, los gritos, la maldición. Y al final, la promesa.

“Nos encontraremos de nuevo, más allá del tiempo, cuando los sueños y los deseos sean uno solo”.




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