El tiempo siguió su curso con la misma indiferencia con que el viento borra las huellas en la arena. La casa Morren, aquella que durante siglos fue refugio de sombras, de ecos y de susurros prohibidos, se transformó lentamente en un simple hogar. Las paredes dejaron de gemir en las noches, los espejos dejaron de reflejar rostros que no pertenecían al presente, y la vieja máquina de escribir permaneció en silencio, cubierta por un velo de polvo y olvido.
Evelyn había sobrevivido a todo. A la maldición, al peso de los siglos, y a la despedida más dolorosa de todas: la del único ser que había amado más allá del tiempo.
Azhram desapareció con el amanecer, dejando tras de sí solo una nota, una promesa escrita con tinta dorada que jamás se borró.
“Cuando los sueños aprendan a caminar entre los hombres, te buscaré —A.”
Durante años, Evelyn intentó vivir como si todo aquello hubiera sido un espejismo. Vendió la casa, se mudó a otra ciudad y reconstruyó su vida desde los cimientos. Pero cada noche, cuando el silencio se adueñaba del mundo, su mente volvía a aquel ático, a aquella voz, a aquellos ojos oscuros que parecían contener todos los sueños del universo.
A veces creía sentir su presencia en los reflejos, en los murmullos del viento o en las sombras que cruzaban su dormitorio.
A veces, en sueños, lo veía caminar entre olas doradas, atravesando un mar sin nombre. Y ella sabía —sin entender cómo— que Azhram luchaba allí, en el Mar del Olvido, el mismo lugar donde las almas que desafiaron su destino eran condenadas a purificar su existencia.
Él había elegido descender a ese abismo para liberarse del pasado, para convertirse, al fin, en un ser libre.
Evelyn, en cambio, había elegido recordar. Pasaron los años.
El cabello de Evelyn se volvió plateado, sus manos se llenaron de líneas que contaban historias de tiempo y ternura. Vivió en paz, rodeada de libros y jardines, ayudando a los demás, aunque en su corazón persistía una ausencia que ninguna vida podía llenar.
En las noches de lluvia, solía sentarse frente a la ventana y escribir cartas que nunca enviaría.
Cartas para un amor que quizás no recordara su nombre.
Cartas para un sueño que no sabía si seguía existiendo.
Y en su última noche, cuando el reloj marcó la medianoche, Evelyn cerró los ojos con una sonrisa tenue.
En su pecho, el corazón dio su último latido al compás de una voz que parecía surgir desde la eternidad:
—Te encontraré.
Y así, la oscuridad la abrazó con dulzura.
Cinco años después...
El mundo había cambiado. La ciudad ahora brillaba con luces de neón y el sonido de los autos reemplazaba los susurros del viento. En ese mundo moderno, donde las almas se apresuraban y los recuerdos se volvían fugaces, una joven caminaba bajo la lluvia.
Su nombre. Evelyn Morren Crowe.
Era una médica reconocida, una especialista en neurología que había dedicado su vida a estudiar la memoria. Desde pequeña, había sentido una extraña obsesión por los sueños, por la conexión entre lo que el alma recuerda y lo que el cuerpo olvida.
A menudo despertaba en las madrugadas con lágrimas en los ojos, sin saber por qué.
A veces escribía nombres que no comprendía, símbolos que nadie podía interpretar.
Y aunque sus colegas lo atribuían al estrés, ella sabía, en lo más profundo de su ser, que algo dentro de su alma buscaba volver a casa.
Aquella noche, Evelyn regresaba a su departamento tras una larga jornada en el hospital. Llevaba una bufanda gris y un paraguas negro que apenas la protegía del viento. La lluvia caía con fuerza, formando reflejos líquidos sobre las calles iluminadas.
En la esquina de la avenida Holloway, chocó con alguien.
Fue un instante, un roce, pero suficiente para hacerla detener el aliento.
El paraguas cayó al suelo, y al agacharse para recogerlo, sus ojos se cruzaron con los de aquel hombre.
Él tenía el cabello oscuro, la mirada profunda y una presencia que parecía imposible. Era una mezcla entre serenidad y tormenta, entre fuerza y nostalgia. Vestía un abrigo largo, empapado por la lluvia, pero no parecía importarle.
Y en el momento en que sus miradas se encontraron, algo invisible se quebró en el aire. Un pulso antiguo, un eco de siglos, los envolvió, Evelyn sintió un calor familiar recorrerle el pecho.
Los ojos de él…
Eran los mismos.
—Perdón —dijo él, con una voz grave, cálida, que le resultó absurdamente conocida —No te vi venir.
Evelyn intentó responder, pero las palabras no salieron. Su respiración se detuvo, su mente se llenó de imágenes, un ático, una pluma negra, una promesa.
Él la observó en silencio, y en sus labios se dibujó una sonrisa melancólica.
—Evelyn…
Ella parpadeó, atónita.
—¿Cómo… cómo sabes mi nombre?
El hombre la miró con ternura.
—Porque lo he dicho mil veces, en cada vida —Sus ojos, oscuros como la noche sin luna, brillaron con una emoción contenida —Soy Azhram.
El mundo alrededor se desvaneció, el sonido de la lluvia se apagó. El corazón de Evelyn dio un vuelco tan fuerte que sintió que podría romperse.
—No… —susurró, temblando —Eso no puede ser… tú… tú no eres real.
Azhram dio un paso hacia ella, la lluvia resbalando por su rostro como lágrimas.
—Fui sueño, fui sombra, fui deseo… y crucé las siete tribulaciones del Mar del Olvido para renacer entre los hombres. No quería ser un dios, ni un demonio, ni un recuerdo. Quería ser tu igual. Quería encontrarte.
Evelyn lo miraba con los ojos abiertos, las lágrimas confundiéndose con la lluvia.
—No recuerdo… —susurró con voz rota —Intenté recordarte toda mi vida, pero no pude…
Azhram sonrió con tristeza.
—No hace falta. El amor no necesita memoria para existir. Lo llevas aquí. —Tocó su pecho con suavidad, justo donde ella sentía aquel calor inexplicable —Lo que fue eterno no necesita recordarse, solo revivirse.
Editado: 20.10.2025