Habitación 3-F, 4:47 PM - 23 minutos después de la llamada
Arturo había limpiado la habitación tres veces en veinte minutos—no porque estuviera sucia sino porque no sabía qué hacer con sus manos. El problema era que limpiar un espacio de tres por cuatro metros tomaba aproximadamente noventa segundos, dejándolo con diecinueve minutos y medio de ansiedad pura.
En su vida anterior, habría enviado a su asistente a "manejar la situación". Ahora era la situación, sentado en una cama que olía vagamente a desesperación de inquilinos previos, esperando a una mujer que venía a consolarlo por una tragedia que había orquestado meticulosamente.
El edificio crujía y gemía como organismo vivo. Del 3-E venían ahora gritos en español—algo sobre dinero de la renta y un primo que supuestamente lo prestaría pero nunca lo hacía. Del 3-G, todavía nada. Silencio tan completo que Arturo se preguntaba si alguien vivía ahí o si era simplemente donde el edificio almacenaba sus secretos.
Su teléfono nuevo—ese pedazo de plástico prepago que se sentía como juguete comparado con su iPhone—mostró mensaje de Valentina: "He estado pensando. Tal vez deberíamos posponer la boda. Solo hasta que te estabilices. El Chateau devolverá 50% del depósito si cancelamos esta semana. Espero que entiendas. 💕"
Cincuenta por ciento. Había calculado exactamente cuánto podía recuperar antes de sugerir el "aplazamiento".
Arturo no respondió. Principalmente porque no confiaba en lo que escribiría.
Otro mensaje, este de Lucía: "Arturo, espero que estés bien! Sé que probablemente no es el momento, pero mi inversionista principal se retiró después de las noticias (algo sobre 'reputación asociativa'). Si por casualidad tu situación se resuelve pronto y vuelves a tener liquidez... mantenme en mente? 🙏💼"
Traducción: "Eres inútil para mí ahora, pero si recuperas dinero, recuerda que fui amable durante tu crisis."
Borró el mensaje sin responder.
Toque en la puerta. Tres golpes firmes que no sonaban a solicitud sino a anuncio.
Arturo abrió para encontrar a Adriana con dos bolsas de papel del supermercado y expresión que oscilaba entre preocupación y algo que podría haber sido enojo.
—Okay—dijo, empujando pasándolo hacia la habitación—. Primero: esta habitación es deprimente de formas que no sabía que eran posibles. Segundo: traje provisiones. Tercero: vas a explicarme qué demonios está pasando realmente.
Puso las bolsas en el escritorio diminuto, comenzando a desempacar: pan, mantequilla de maní, mermelada, dos tazas instantáneas de ramen, manzanas, botella de agua, y—incongruentemente—una vela aromática.
—La vela es para el olor—explicó sin que se lo pidieran—. Este lugar huele como si la esperanza viniera a morir.
—Es tan malo como parece?
—Peor. He fotografiado edificios abandonados con mejor ambiente—encendió la vela (vainilla francesa, absurdamente optimista dada las circunstancias), luego se volvió para enfrentarlo completamente—. Ahora. Habla. Y esta vez sin evasiones de consultor misterioso.
Arturo se sentó en la cama porque no había otro lugar. Adriana tomó la única silla—una cosa de plástico que probablemente había sido robada de cafetería universitaria en los noventa.
—¿Qué quieres saber?
—Todo. Empezando con por qué un heredero multimillonario pretendió ser consultor vago comiendo empanadas conmigo en el Café Libertad.
—No fue pretensión—dijo Arturo, lo cual era técnicamente verdad en forma más retorcida—. Era... necesitaba conocer personas que no supieran quién era. Que no me trataran como cuenta bancaria con pulso.
—Entonces me usaste como experimento antropológico. "Veamos cómo la gente pobre interactúa con ricos cuando no saben que son ricos."
—No. No fue así.
—¿Entonces cómo fue?
Arturo luchó por palabras que fueran honestas sin revelar la mentira más grande.
—He pasado toda mi vida rodeado de personas que querían algo de mí. Dinero, conexiones, acceso, estatus. Nunca supe quién era real y quién estaba actuando. Y contigo... no sabías nada sobre mi dinero. Así que podías ser genuina.
—¿Y lo fui? ¿Genuina?
—Completamente. Brutalmente. Refrescantemente.
Adriana lo estudió con esa mirada directa que hacía sentir a Arturo como si sus pensamientos fueran transparentes.
—Okay. Acepto eso. Es raro pero lo acepto—pausó—. Ahora explica lo que vi en las noticias. Porque la historia sobre tu tío traidor suena como guión de telenovela.
Ahí estaba. El momento de doblar o triplicar la mentira.
—Es... es exactamente lo que parece. Fernando tuvo acceso a cuentas. Hizo movimientos no autorizados. Todo se desmoronó—las palabras sabían a ceniza en su boca—. En el transcurso de semanas, perdí todo.
—¿Todo?
—El penthouse está siendo embargado. Mis cuentas congeladas. Las empresas familiares me expulsaron pending investigación. Soy oficialmente... esto—gesticuló a la habitación—. Un hombre de treinta años en habitación rentada de setecientos dólares al mes que huele como si la ambición viniera a morir.
—La esperanza. Dije esperanza.
—Eso también.
Silencio se extendió entre ellos. Arturo escuchó su propio corazón latiendo con la culpa de cada mentira pronunciada.
—¿Y Valentina?—preguntó finalmente Adriana—. Vi fotos de ustedes. La vi en tu Instagram antes de que lo borraras. Ella parecía... muy invertida en el estilo de vida.
—Sugirió posponer la boda. Cincuenta por ciento de devolución del depósito si cancelamos esta semana. Ya hizo los cálculos.
—Auch.
—Sí.
—¿Pero la amas?
La pregunta lo golpeó inesperadamente directo.
—No lo sé—admitió, lo cual era posiblemente la única cosa completamente honesta que había dicho—. Pensé que sí. Ahora me pregunto si solo amaba la conveniencia. La idea de ella. El cómo lucíamos juntos.
—Eso es increíblemente superficial.
—Lo sé. Bienvenida a mi vida.